Allá a mediados de 1985 —concretamente en el mes de julio— se casó la señorita Gloria Rubio García —hermana de mi compadre Hiram de los mismos apellidos— con el arquitecto Carlos Olvera Álvarez y, para ello, don Hiram Rubio Espinoza de los Monteros alquiló casi todo el hotel Casa blanca para que se hospedaran sus numerosos invitados, sobre todo los de la Sierra Gorda y la Huasteca potosina.

Es el caso que yo fui invitado al bodorrio y al dar las seis de la mañana del día posterior, es decir, del domingo, mi compadre Hiram me cucó para echarle gallo a unas damitas de Tamazunchale, SLP, que tenían pelo negro negro y ojos hermosos, estilo las hermanas Esther, Verónica, Elisa y Lucero Loarca Palacios —no tan elegantes, más bien de Región IV—, pero nariz de Chava García Alcocer, por lo que Hiram les apodaba “Las Tucanes”.

Yo había llegado tarde a la fiesta porque me quedé en el jardín Guerrero para escuchar a los finalistas del concurso de composición denominado “La Canción Queretana”, organizado por el ayuntamiento capitalino que presidió mi amigo el doctor René Martínez Gutiérrez y que fue un éxito total —gracias al poder organizador de Mario Arturo Ramos Muñoz— con composiciones locales que quedaron en la memoria de los queretanos como aquellas de “La Cuesta China” de Isidro Becerra, “Querétaro de Campanas, Querétaro de andadores” de Arturo Rafael, “Paloma” de los Montre Sierra o “Beto” de mi amigo Carlos Jiménez Esquivel, presidiendo el jurado los cubanos y afamados Hermanos Rigual, mismos que compusieron hermosas melodías como “Cuando calienta el sol” y “Cuando brilla la luna”.

Ya había salido el sol cuando comencé a pulsar mi guitarra y a entonar mi temulenta voz y que se me ocurre empezar precisamente con la famosa canción de “Cuando calienta el sol”; la termino e Hiram me dice: “chíngate otra pero en el sentido literal de la palabra”. Me dispongo a comenzar la segunda pieza y que sale de uno de los cuartos un negro gigantesco, con pelo chino y lentes oscurísimos y me dice: “Oye chico, siquiera apréndete bien mis canciones ya que vienes a arruinarnos el sueño”. Hiram solamente soltó la carcajada, pero yo entré en una mezcla de pánico y vergüenza musical: ¡Era uno de los hermanos Rigual el que había salido a enmendarnos la plana! Nos retiramos a dormir a un cuarto del mismo hotel entre risas de Hiram y mi pena y fracaso musicales. “¡Somos nada!, diría el armero mayor Sergio Venegas Ramírez; pero Carlos Medina Noyola diría: “¡No pasa nada!”. Les vendo un puerco cubano con moros y cristianos.

Cronista del estado de Querétaro

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