El anuncio que hizo nuestra presidenta Claudia Sheinbaum sobre la creación de la supercomputadora más grande de América Latina, no es cosa menor ni tampoco de ciencia ficción. Es, quizá, el proyecto más ambicioso y estratégico que México ha emprendido en décadas; una decisión que nos coloca en la antesala de la soberanía tecnológica, un concepto que muchos países abrazaron hace años y que nosotros, por fin, comenzamos a construir.

La alianza con el Barcelona Supercomputing Center y la futura instalación de la versión mexicana de Marenostrum 5 (la supercomputadora) son un parteaguas: no sólo por su poder de cálculo, sino porque redefine qué tipo de país queremos ser: un país que investiga, que diseña, que prevé y que apuesta por el desarrollo académico y experiencia de nuestros jóvenes. Una nación que no depende de corporaciones extranjeras para saber qué clima tendremos, cómo se comportará un huracán o qué riesgos fiscales amenazan al Estado.

Sin embargo, este anuncio también nos obliga a mirar hacia dentro. A preguntarnos qué están haciendo nuestros estados y municipios para no quedarse atrás. Y aquí, inevitablemente, llegamos a Querétaro, que presume ser un polo tecnológico, un líder de innovación, un centro de manufactura avanzada. Y sí, hemos avanzado… Pero mientras nuestra Presidenta lanza un proyecto de supercómputo para monitorear el clima, prever desastres naturales, optimizar aduanas y desarrollar inteligencia artificial en español, aquí seguimos discutiendo si aprobamos o no la reforma al Poder Judicial, lo cual es falta de voluntad del PRIAN, porque a nivel nacional ya quedó. Resulta paradójico qué mientras la lideresa de nuestro país piensa en algoritmos para anticipar tormentas y proteger vidas, en Querétaro no se termina de discutir por concesiones de agua o prácticas que amenazan la seguridad y la vida de las mujeres.

México prepara gemelos digitales (réplicas virtuales) para simular ciudades inteligentes y Querétaro evita compromisos claros para garantizar un espacio público seguro, moderno y digno.

Mientras el gobierno federal abre caminos para formar talento en STEM, colaborando con universidades como la UNAM o el Instituto Politécnico Nacional, aquí se sigue revisando si “le pueden dar presupuesto a la UAQ”. Nuestras universidades podrían ser protagonistas en este ecosistema nacional, pero requieren un impulso político que no llega. Y sí, Querétaro tiene potencial, pero el potencial sin apoyo es una promesa sin futuro.

La supercomputadora mexicana no es sólo un hito tecnológico: es un mensaje, un recordatorio de que el progreso no espera a quienes dudan y que la innovación no ocurre en territorios donde se abandona a su gente. Hoy México ha dado un paso histórico, el reto es que Querétaro no se quede mirando desde la orilla. Si queremos un estado competitivo, seguro y conectado al futuro, debemos apostar por la ciencia, la tecnología y la innovación.

Porque el futuro ya empezó. Y la pregunta es: ¿Querétaro piensa sumarse o seguir administrando la espera?

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