En la mañanera de ayer, nuestra presidenta Claudia Sheinbaum habló en su conferencia sobre un tema que no admite demora ni maquillaje: la respuesta del Estado ante los desastres naturales que han golpeado distintas regiones del país. Lluvias intensas, deslaves, inundaciones y comunidades aisladas exponen, una vez más, que la política de prevención no puede depender del carisma del funcionario ni del tamaño del evento, sino de la solidez de las instituciones y la coherencia de los gobiernos. En nuestro estado ya habíamos vivido en la capital y municipios aledaños una época complicada con las lluvias, al grado tal que el gobierno declaró una emergencia que debía atenderse con rigor, cautela, institucionalidad, compromiso y humanidad. Sin colores.

La presidenta fue contundente: las formas en que se administraban los recursos con exceso de burocracia retrasaban las atenciones y eso, no se repetirá. Y no por capricho, sino por convicción. Era, como ella lo señaló, un instrumento que básicamente engrosaba la administración y su funcionamiento era deficiente. Hoy, los recursos para atender emergencias se entregan directamente a las familias afectadas, sin intermediarios, sin despachos y sin comisiones. Una política que privilegia la acción sobre el espectáculo y que busca convertir la tragedia en oportunidad de transformación.

Sin embargo, esa visión sólo cobra sentido si se replica en lo local. No basta con un discurso presidencial sólido si los gobiernos estatales y municipales permanecen anclados en la simulación. La emergencia climática es una prueba de coherencia: quien gobierna no puede esconderse tras los reflectores cuando la gente necesita botas, no luces. En Querétaro, las lluvias de hace unos días han dejado estragos en distintas zonas. Localidades anegadas, vialidades colapsadas y familias que otra vez tuvieron que improvisar refugios temporales, nuevamente hubo pérdidas humanas. Frente a ello, la pregunta es inevitable: ¿quién estuvo realmente al frente?

Algunos funcionarios con aspiraciones futuras y otros por convicción, recorrieron las calles, coordinaron apoyos, gestionaron con la federación, mostraron sensibilidad. Otros prefirieron el camino más fácil: el de las cámaras, los escenarios y los informes “vistosos”.

Quien optó por ese segundo modelo, un evento pulcro, lleno de luces, pantallas y frases bien ensayadas mandó un mensaje contrario, más bien una sensación de molestia. En un acto que dejó una sensación de desconexión con la realidad inmediata, pues mientras varias comunidades aún lidiaban con las consecuencias de las lluvias, reconstruían con sus propias manos los caminos destrozados, intentaban sobrevivir a las crecientes o buscaban ayuda desesperadamente, se priorizó la estética de la rendición de cuentas por encima de la empatía del acompañamiento.

Gobernar no es presumir lo que se hizo, sino estar presente cuando el problema ocurre. Es ahí donde los queretanos evalúan con mayor rigor: en la calle inundada, no en la alfombra del teatro. El reto de nuestra generación política es construir una cultura de gobierno que privilegie la acción preventiva, la coordinación institucional y la transparencia. La verdadera cercanía no se demuestra con selfies en la tormenta ni con slogans de ocasión, sino con resultados medibles, con obras que protejan vidas, con protocolos que funcionen.

La doctora Sheinbaum ha marcado una ruta clara: eficiencia sin intermediarios, justicia sin simulación.

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