El pasado 1 de julio, millones de personas salimos a expresar nuestra voluntad en un proceso electoral histórico.

Según el Instituto Nacional Electoral el porcentaje de participación ciudadana conforme a actas contabilizadas fue de 63.4% de los ciudadanos integrantes de la lista nominal, lo que indica que el abstencionismo disminuyó de manera evidente.

Millones de ciudadanos participamos en la contienda electoral con la claridad de que se requería un cambio urgente en las políticas públicas impuestas a la sociedad y con la convicción de que no podíamos seguir por el mismo camino de inseguridad, corrupción e impunidad que tanto nos ha dañado, pero también con el anhelo de realizar ese cambio por la única forma pacífica posible: la electoral, por lo que le apostamos nuevamente a las instituciones.

Tachar la boleta electoral no por la indignación causada al saber que al amparo de la corrupción, 22 gobernadores en el sexenio de Peña Nieto desviaron más de 258 mil millones de pesos, sino por los más de 50 millones de mexicanos que padecen hambre.

Tachar la boleta no por el enojo justificado de que se descubriera que el Presidente de la República era dueño de una casa valuada en 7 millones de dólares en medio del proceso de licitación para la construcción de un tren de alta velocidad México-Querétaro, sino por los que con honestidad en nuestro quehacer diario sostenemos esta nación.

Tachar la boleta no por la ira que se apoderó de nosotros cuando nos enteramos que se había permitido que se aplicara agua destilada a niños enfermos con cáncer en lugar de quimioterapia, sino por las familias de esos niños que continúan luchando en búsqueda de justicia.

Tachar la boleta no por aborrecimiento o rencor, sino por amor a aquellos que todos los días luchan por vivir en un país que les ha negado las condiciones mínimas de sobrevivencia y lo hacen todavía con empeño y dignidad, con solidaridad entre los suyos; por amor a todos aquellos que careciendo de un empleo digno y prestaciones sociales, realizan su trabajo ganándose el sustento para ellos y sus familias de manera comprometida. Por amor a los jóvenes quienes aún viendo su futuro complicado no pierden la esperanza y se empeñan por alcanzar sus sueños; por las y los niños quienes no sólo nos dan la certeza de que vale la pena seguir luchando por un mejor futuro sino que en sus rostros se refleja la exigencia de no claudicar frente a las injusticias sociales que se cometen.

Tachar la boleta no por odio a quienes están involucrados en las desapariciones forzadas en este país, que ya suman más de 33 mil casos sin resolver, sino por admiración y profunda empatía hacia aquellas madres y padres que incansables siguen buscando a sus hijos demostrando que el amor no tiene límites y la dignidad no tiene precio.

Tachar la boleta no por rencor sino por la honda tristeza que provoca el saber que más de 200 mil familias lloran la pérdida de sus seres queridos a consecuencia de una guerra inventada y sostenida por quienes han gobernado nuestra lastimada nación.

Tachar la boleta electoral no con la víscera sino con el corazón, ubicado abajo y a la izquierda, sabiéndonos merecedores de un futuro cierto y prometedor. Haber tachado la boleta así, dio el resultado que ahora tenemos.

En estos momentos de alegría y reflexión, recordemos la frase con la que Obrador cerró su discurso frente al congreso el 7 de abril de 2005, cuando fue sometido al juicio de desafuero:

“Diputadas y diputados, van actuar por consigna, ustedes me van a juzgar pero no olviden que todavía falta que a ustedes y a mí nos juzgue la historia”

A poco más de 13 años de aquella ignominia, los que actuaron por consigna traicionando la voz del pueblo se encuentran en el basurero de la historia, mientras que Andrés Manuel López Obrador ¡hoy es el Presidente electo de los Estados Unidos Mexicanos!

La historia los ha juzgado.

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