Donald Trump camina hacia unos objetivos obsoletos y con pocas posibilidades de concretarse. México, con el gobierno actual, camina en sentido contrario. Ambos gobiernos prometen demagógicamente, populistamente, un futuro de felicidad plena; ambos mienten.

En tiempos en los que Japón se ha especializado prioritariamente en componentes de maquinaria, computadoras, autos y partes automotrices; en que Corea del Sur y Taiwán lo han hecho en componentes electrónicos, semiconductores, circuitos integrados, dispositivos inteligentes y telefonía móvil; otros países se han fortalecido en investigación y producción farmacéutica, todo esto se ha logrado gracias a una visión de futuro realista, al aprovechamiento de las cadenas productivas que impulsó la globalización y a la inversión en infraestructura, investigación, educación, capacitación y fomento de inversiones productivas.

Otros países, de gobiernos dictatoriales y totalitarios, fundamentalmente China y Vietnam, han aprovechado su mano de obra semiesclava —con la que ningún país puede competir—, para incrementar su capacidad instalada y lograr algunas mejoras para una población que no tiene otras opciones. Especialmente China, ha logrado volverse la segunda economía mundial, gracias a que por décadas atrajo inversión de empresas occidentales de todo tipo y copió la tecnología de punta. Todo mundo conoció la piratería de productos con los que inundó el mundo, pero mantuvo el propósito de obtener a cualquier precio sus objetivos.

La política norteamericana de implementar aranceles, en el discurso trumpiano, sostiene que todos los países que comercian con EU han sacado ventaja de éstos, dejándolos vulnerables frente a la industrialización de los supuestamente ventajosos países socios. No sólo impone aranceles, sino que internamente baja el gasto público y también impuestos a grandes inversores, con el afán de que las empresas regresen para que el país vuelva a ser líder industrial y manufacturero, como en el pasado. Esto es una utopía.

De entrada, la automatización de la producción es irreversible; pasarán décadas para que empresas que cuentan con mano de obra regalada en el extranjero, regresen. Además, la guerra tecnológica no está bajo control de Trump, por lo que lograr que su país sea líder en la producción y manufactura de productos y componentes altamente especializados es más que dudoso en el mediano plazo. Y no tiene todo el tiempo, sólo 4 años.

En nuestro país no hay nada de esto actualmente, ni infraestructura, ni investigación, ni calidad educativa, ni seguridad, ni honestidad en el manejo de los recursos públicos. Cada día el crimen ocupa más y más espacios, sin que sus actividades sean molestadas; el derroche de dinero en obras faraónicas que no han servido de nada, y la clara intención de seguir caminos y propósitos de gobiernos fallidos, como Venezuela, nos hablan de un oscuro futuro.

Eso es lo que mata el populismo, en ambos lados de la frontera. La recesión y la pérdida de competitividad serán el duro precio a pagar por falta de liderazgos.

Maestro en Administración Militar para la Seguridad y Defensa Nacionales

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