Lo que sucedió el pasado domingo demostró que la llamada reforma judicial no era ni ha sido prioridad para la gente. La elección judicial dejó un amargo sabor de boca, pero también mostró que hay un hartazgo generalizado de la población por las tretas discursivas del oficialismo. Todo fue una farsa narrativa construida desde el poder que no convenció a nadie y que, al contrario, dejó al descubierto que el objetivo real y claro de oficialismo era adueñarse del Poder Judicial en todos sus niveles.

Con una muy baja participación ciudadana (poco más del 12%), el uso de acordeones que tenían el voto dirigido y acarreados amenazados con quitarles sus pensiones y apoyos, era lógico que el oficialismo de la 4T lograría el objetivo propuesto: desmantelar todo el Poder Judicial, último reducto de equilibrio entre poderes.

Ello es grave, si consideramos que el elemento fundamental de la forma de gobierno republicana se basa en la división y los contrapesos. Un ejemplo es la Suprema Corte de Justicia, donde, con menos de un millón de votos, el partido en el poder ha colocado a sus aliados. La presidencia del alto tribunal está en manos, ahora, de perfiles afines a la 4T, como Lenia Batres, Hugo Aguilar y Yasmín Ezquivel. Esto se repetirá en casi todos los cargos disputados. Sin duda, la estrategia de los acordeones, seguido de la pasividad y complacencia de las autoridades electorales, hizo posible que se consumara el asalto.

En pocos días sabremos con exactitud quienes serán las y los próximos ministros, magistrados y jueces del Poder Judicial Federal; pero ya desde este momento podemos anticipar que serán del mismo perfil: cercanos al partido en el poder. En el caso de las entidades federativas sucederá un fenómeno similar, las magistraturas y juzgados quedarán en manos de personas afines a los gobiernos de la 4T y sus gobernadores.

Claro, la elección fue un éxito, como lo dijo la presidenta, si tomamos en cuenta que el objetivo original y principal del oficialismo era adueñarse del Poder Judicial. Con esto, se consuma una meta clara de la cuarta transformación, la concentración absoluta del poder público. Ni Porfirio Diaz soñó con tal beneplácito.

Así, una vez concluida la jornada electoral y vistos los resultados esperados, queda la sensación de que se pudo haber hecho más, que nunca se debió permitir este atraco, que el discurso del oficialismo solo fue una treta que no se atacó eficazmente y que se debió haber hecho todo por evitar esta invasión.

La oposición ha sido criticada por su pasividad y por llamar al abstencionismo; pero algunos consideran que fue la postura más sensata y lógica. Siendo objetivos, lo que pasó el domingo ya estaba muy anunciado, no sólo era previsible sino lógicamente esperado.

No obstante, ¿Qué demuestra el alto abstencionismo? Que aún queda una oportunidad de reconstruir las instituciones. Que 9 de cada 10 mexicanas y mexicanos no están de acuerdo con las decisiones del partido gobernante y que aún es posible construir una oposición real y efectiva. Sí, la elección judicial ya se consumó, pero sería absurdo bajar los brazos y “tirar la toalla”.

¿Qué nos toca hacer? Reconstruir México.

Desde nuestras trincheras, debemos hacer ver a la población que las decisiones de la 4T han sido fatales. Que hemos retrocedido drásticamente en libertad y democracia. Que se han cometido graves errores y que es crucial recuperar el rumbo. Es tiempo de salir a las calles y difundir una propuesta nueva que atraiga a la gente frene el autoritarismo y fortalezca nuestra democracia.

Una democracia real y participativa, no una democracia simulada.

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