El altercado entre el senador Alejandro Moreno y su homólogo Gerardo Fernández Noroña fue el punto culminante de una serie de insultos, despropósitos y abusos cometidos por el entonces presidente del Senado.
La semana pasada acaparó la atención el altercado entre Moreno Cárdenas, líder nacional del PRI, y el morenista Fernández Noroña, al final de la sesión de la Comisión Permanente en el Congreso de la Unión. Más allá de discutir sobre quien comenzó la disputa y como sucedieron los hechos, lo que importa precisar es el contexto en que todo esto se presentó.
Todo comenzó con la decisión arbitraria del presidente de la Mesa Directiva en la Cámara Alta de imponer en la agenda, la discusión de una petición inexistente sobre una supuesta intervención que el PRI y el PAN jamás solicitaron. Pero además, la gota que derramó el vaso fue que rompió con un acuerdo previo, sostenido por todas las fuerzas políticas, donde se fijaron las reglas del debate. Y es que el morenista, durante toda la sesión, fue constante y continuo en lanzar improperios, denostaciones, frases peyorativas y calificativos negativos en agravio de múltiples legisladores, con la única intención de insultar a la oposición. Por ejemplo, a la senadora Lilly Téllez varias veces la mandó a callar, y a Federico Döring lo retó abiertamente a un duelo “en el terreno que quiera”.
Así, el actuar del morenista fue creando un ambiente lúgubre y enrarecido en la comisión que, eventualmente, se convirtió en un caldo de cultivo para la confrontación.
Pero lo que más indigna es que, quien en su momento mostró un perfil confrontativo y siempre violento en las sesiones del Congreso, ahora se duela de tales acciones y pretenda, bajo el cobijo del cargo, volverse intocable ni con el pétalo de una rosa, saliendo en una rueda de prensa improvisada a tratar de hacerse la víctima. Sobran videos y anécdotas del señor legislador levantando la voz, lanzando improperios y denostando abiertamente a las y los legisladores durante las sesiones, especialmente contra quien presidía la Mesa Directiva; rebajando constantemente el debate a una discusión casi de cantina en la que sólo imperan los insultos, las descalificaciones y los apodos. Bien dicen que no es lo mismo ser borracho que cantinero.
Se decía defensor de las ideas y de la libertad de expresión, pero durante el tiempo que llevó la conducción del Senado mostró un talante faccioso e intolerante, limitando el uso de la voz a sus opositores y lanzando difamaciones e insultos reiterados. Así, difícilmente podrían construirse acuerdos.
De esta forma, lo ocurrido en el Palacio de Xicoténcatl, fue un hecho lamentable, sí, pero pudo haberse evitado si el oficialismo hubiera actuado con más prudencia. ¿Cómo? Designando a una persona más ecuánime, seria e institucional en la noble labor de conducir los trabajos del Senado. Todas y todos coinciden en que esa posición requiere de un perfil equilibrado, profesional, sobrio, abierto y diplomático; una persona capaz de mediar entre todas las fuerzas políticas y saber llevar el debate. No obstante, la designación de Noroña a ese cargo no sólo fue un error manifiesto, sino un despropósito, pues no sólo afectó la neutralidad del debate, sino además acentúo la polarización y pugnó por el encono.
No obstante, algo que sí quedó muy claro, fue el ánimo de la gente expresado en redes sociales. Más de uno se sintió identificado con Alejandro Moreno, quien por fin, se atrevió a ponerle un alto a quien se ha aprovechado demasiado de su posición y que ha denostado reiteradamente la honorabilidad del recinto legislativo.