Una de las principales críticas a los gobiernos de izquierda en América Latina es su falta de probidad hacia la democracia.

El pasado domingo, después de unas elecciones llenas de irregularidades, enfrentamientos y protestas, se confirmó lo previsible: Nicolas Maduro fue declarado vencedor por la presidencia por tercera ocasión. Dicho personaje, además de ser severamente criticado en el entorno internacional, es heredero de una dictadura que se adueñó del poder desde 1999, con el extinto Hugo Chávez, quien de la mano de Fidel Castro, trató de imponer el socialismo en toda Latinoamérica. Con ello, el chavismo conservará el poder hasta el 2031.

Ejemplos abundan en torno a regímenes autoritarios en que un sólo individuo o partido político se eternizan en el poder. Cuba, Bolivia, Nicaragua, Ecuador y hasta México han sido ejemplos de eso. Es paradójico, pero muchas ocasiones, quienes demandan y luchan en las calles por una democracia abierta y real, son los primeros que terminan minándola hacia el futuro. El discurso es el mismo desde hace 50 años: proteger la soberanía y evitar la sujeción del imperialismo.

El caso de Venezuela no es la excepción. El chavismo lleva un cuarto de siglo gobernando el país de manera ininterrumpida. Ha provocado, con justificación, que se califique a dicho régimen y a su líder como una dictadura; máxime cuando los resultados no son nada satisfactorios y tienen a Venezuela envuelta en una severa crisis política y económica.

Ahora, más allá del asunto particular, gobiernos como el de Venezuela han debilitado a la izquierda como opción viable de gobierno y han permitido que otras manifestaciones, igualmente perjudiciales, se erijan como “salvadoras” del pueblo, como es el caso de Milei en Argentina, Bukele en El Salvador y, posiblemente, Donald Trump en Estados Unidos.

Si bien, el autoritarismo no está casado con una ideología o postura política, se puede presentar en ambos bandos (izquierda y derecha); lo cierto es que hay una mayor proclividad de los gobiernos de extrema izquierda a caer en esa tentación.

La falta de transición, el cierre a la pluralidad y el control desmedido de los instrumentos del Estado con fines políticos y electorales, son algunos de los factores que han terminado por debilitar y afectar gravemente la democracia, pero también han creado un daño grave en la confianza de la gente, pues intrínsecamente han sembrado un miedo hacia las izquierdas como sinónimos de dictaduras.

Es ahí donde, quienes compartimos los ideales de la izquierda, debemos poner limites y dejar claras las diferencias, pues no todas las izquierdas son como el chavismo, existen otras que son mesuradas y favorables a la tolerancia y la apertura, como la socialdemocracia y los partidos de centroizquierda. Es en ello donde se debe hacer énfasis, pues contrario a esos casos, debemos defender y apostar por propuestas más abiertas y equilibradas, propuestas cuya base se centre en la libre elección democrática y el respeto al sufragio efectivo.

Hoy, con los resultados en Venezuela, se vuelve a dar un duro golpe a la democracia, pero sobre todo, a la credibilidad de los gobiernos socialistas, que no terminan por abrirse a la libre competencia y a la alternancia.

Así, Venezuela vuelve a ser un ejemplo fatídico de aquello que, hace más de dos siglos vaticinó el insigne Simón Bolívar y que representa un grave problema en la construcción de un mundo más abierto y plural: “…la continuidad de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos…”.

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