De unos años para acá, el sueño americano se ha vuelto pesadilla. Cada vez es más riesgoso y peligroso cruzar la frontera y, paradójicamente, la cantidad de personas que se arriesgan en esta travesía va en aumento.
La crisis migratoria se ha agudizado en Latinoamérica. México se ha convertido en todo, menos en el llamado “país seguro”. Familias enteras, mujeres, niñas, niños y adolescentes ponen en riesgo sus vidas por la búsqueda de un futuro más prometedor. Sin embargo, además de lidiar con las patrullas migratorias o los coyotes, ahora las y los migrantes tienen la desventura de afrontar otras amenazas que afectan gravemente su seguridad, como el crimen organizado, que ha intensificado su presencia en pro de la trata de personas, la extorsión o el secuestro.
La situación se ha vuelto insostenible, pues además de los riesgos que enfrentan las y los migrantes en su trayecto, está la falta de infraestructura y recursos suficientes para darles cobijo, atención y alimento, tanto en su trayecto como al lugar donde se instalan.
Muchos pierden la vida en la travesía por falta de una política humanitaria. Basta recordar el triste suceso ocurrido a inicios de año en aquella central migratoria de Ciudad Juárez, donde irresponsablemente se dejó morir a varias personas en un incendio por la simple orden de no abrir la reja. Hasta ahora seguimos esperando la renuncia del Director Nacional de Migración.
Y, del otro lado, tenemos políticos intransigentes, como el gobernador de Texas, que ha puesto vallas con alambres de púas para evitar el ingreso de personas, una decisión inhumana y lamentable.
Aunque se ha manejado desde hace mucho tiempo la necesidad de tener una verdadera política migratoria, ordenada y segura, la realidad es que el fenómeno ha crecido a niveles insospechados, y muchas de las personas que emprenden el viaje, ante la negativa de cruzar al país del norte, deciden instalarse en nuestro país; creando con ello desequilibrios que impactan negativamente en la convivencia social.
Si bien, el tema migratorio es responsabilidad bilateral o incluso regional, la postura de los americanos ha sido intransigente. La realidad es que ven en México “un muro” para los millones de migrantes que vienen del centro y sudamérica. Un muro ficticio que les permite detener el flujo incesante de personas.
Hasta el momento no se ha empleado una estrategia conjunta que desincentive la migración forzada. Se ha optado por la represión y el castigo, mas que por la prevención. No se ha entendido que la gente migra por necesidad, inseguridad o falta de oportunidades. Se ve a las y los migrantes como “invasores”, cuando en realidad lo que buscan es mejorar sus vidas.
Me parece que es tiempo de avanzar en el tema. Ya no es posible seguir viéndolo como circunstancial o ajeno a la desigualdad. Es parte de un problema general y mayúsculo que afecta a todas y todos. Un problema que se está saliendo de control y que pone en riesgo la estabilidad social. Ya no se trata únicamente de generar circuitos seguros para el traslado de personas, sino además, generar mecanismos humanitarios de apoyo a las miles de familias que arriesgan su integridad por un futuro mejor.