Sin ninguna duda, ayer fue un día histórico para México, pero en sentido negativo. Es triste y lamentable que tan noble figura, como la revocación de mandato, se haya visto manchada y pervertida por la ambición del poder.

La revocación de mandato, como otras herramientas de la democracia, tiene grandes bondades, la principal: darle la oportunidad a la población de enmendar el error cometido hace tres años, con una mala elección. Mediante este ejercicio de participación ciudadana directa, se tiene la oportunidad de retirar el cargo por pérdida de confianza, a quien encabeza la presidencia de la república.

¿Qué pensarían nuestros antepasados que vivieron en los tiempos del porfiriato, por ejemplo, si hubieran tenido esa oportunidad en sus manos?

El que la revocación  haya sido utilizada con fines distintos a su objetivo real es, por decir menos, lamentable. Más allá de cifras y número, es reprobable que se haya jugado así con la voluntad de la gente, promoviendo desde el poder un procedimiento que es propio y exclusivo de la ciudadanía, para conseguir aquello que desde el inicio se había dicho: una ratificación en lugar de una revocación.

Los del partido en el poder lo han aceptado. La revocación de mandato fue una promesa del presidente y, por eso, tenía que realizarse, sea como fuere. La finalidad por supuesto no era retirarlo del cargo por falta de confianza, sino medir su popularidad y fuerza política de cara a las elecciones de este año y, por supuesto, al 2024.

En pocas palabras, buscaban una “evocación del mandato”.

Nuevamente la atención pública se centró en una sola persona y todo el aparato del Estado, así como su partido político, simpatizantes y seguidores, mueven todo para cumplir sus encomiendas. A eso le apostó Morena y sus aliados, a que la participación de la gente se concentrara en sus seguidores y partidarios para al final, salir a decir que el presidente tiene altos márgenes de aceptación.

No obstante, lo que sí ganó en este ejercicio fue el abstencionismo. Más del 80% de la población que está en la lista nominal no acudió a votar; lo que demuestra su falta de interés en el tema o, más bien, su rechazo absoluto al presidente. Ello es lamentable frente al costo que representó para la ciudadanía, con más de mil 700 millones de pesos que se fueron a la basura y que legítimamente hubieran sido ocupados en algo más productivo y benéfico para la población.

De esta manera, se da un duro golpe a nuestra democracia, y se deja un antecedente negativo que desalentará que ejercicios como éste se vuelvan a promover en el futuro.

Lo sucedido el domingo 10 de abril de 2022 pasará a la historia, pero no como una “fiesta de la democracia”, como algunos lo han dicho, sino como un triste intento fallido de manipulación política; pues está claro que en el ejercicio se demostró todo, menos lo importante: que la soberanía nacional reside esencialmente en el pueblo.

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