A más de 6 años del inicio de la “transformación”, cabe preguntarnos si el camino elegido ha sido correcto y positivo. En las últimas semanas ha trascendido en medios un debate entre Ernesto Zedillo y la presidenta Claudia Sheinbaum. En primera instancia, Zedillo cuestionó fuertemente las actitudes antidemocráticas de la 4T. De inmediato, la presidenta de México respondió a los señalamientos y utilizó el “comodín” del Fobaproa. En un segundo round, el exmandatario reviró exigiendo que, así como el Fobaproa fue objeto de auditorías, incluso de organismos extranjeros, lo mismo se debía hacer respecto a las obras realizadas por López Obrador. En respuesta, la presidenta de México insistió en los antecedentes negativos del sexenio de Zedillo y recordó lo que llamó “la larga noche neoliberal”.
Más allá del desencuentro entre ambas figuras y el revuelo que ello generó; lo importante es revisar la circunstancias en retrospectiva, a fin de evaluar si la “transformación” ha dado los resultados prometidos.
Es cierto, las políticas adoptadas por los presidentes mexicanos estaban marcadas por tendencias liberales, como la apertura de los mercados y la globalización. En todo ese mar de decisiones, por supuesto que hubo errores, casos de corrupción y desencuentro con parte de la población. La construcción de una narrativa basada en la desigualdad y la lucha de clases hizo que el proyecto de la 4T se volviera atractivo, llevándolos al poder en 2018. No obstante, después de 6 años de gobierno, los números no son nada buenos.
Si comparamos los sexenios anteriores a los de López Obrador, veremos que, cuando menos, desde los años 90 México había tenido un crecimiento económico constante superior al 2% anual. Con Salinas de Gortari llegamos a tener un crecimiento del 4.1%, Zedillo registró un crecimiento del 3.2% promedio, Vicente Fox del 2%, Felipe Calderón del 1.8% y Enrique Peña Nieto cerró con un 2.4%. En contraste, López Obrador registró apenas un crecimiento inferior al 1% en promedio. Es decir, México ha pasado de una desaceleración a una plena recesión.
Y el panorama no mejora, pues de acuerdo con las estimaciones del Banco de México, el 2025 cerrará con un crecimiento del 0.6% y el Fondo Monetario Internacional pronostica de plano una caída de -0.3%, es decir, recesión.
Ello no solo queda en números, como lo pretenden hacer ver los defensores de la 4T, que siempre cuestionan los datos macroeconómicos, sino que se traduce en pérdida de empleos, cierre de negocios, liquidación de empresas, disminución en ventas, entre otros aspectos. Claro ejemplo es el comportamiento del gasto federalizado en el primer trimestre del año, donde se ha reportado una disminución nominal de 22 mil millones de pesos, respecto al mismo periodo de 2024, y una caída real del 6.8%. ¿Dónde impacta eso? En los programas sociales, en la prestación de los servicios y la calidad de vida de las personas.
En el juego de las comparaciones, por lo menos en el tema económico, los gobiernos de la 4T han quedado a deber y los índices de crecimiento muestran un país en plena decadencia. Claro, muchos dirán que hay factores externos, como la crisis provocada por el Covid-19 o los aranceles de Trump, pero la pregunta real que debemos hacernos es ¿Qué ha hecho el gobierno para disminuir el impacto de esos fenómenos? Por lo pronto, el panorama económico no pinta nada bien, será cuestión de tiempo para ver si este sexenio pasa a la historia como el gobierno que recobró el crecimiento anhelado o, por el contrario, dejó caer al país en un barranco.