Para nadie es novedoso el desdén que han mostrado los partidarios de la 4T, por la ciencia y la técnica aplicada al servicio público.
Bien lo ha señalado el Presidente de la República, cuando dijo que buscaba en sus colaboradores 99% de honestidad y 1% de capacidad; así como el que la lealtad a la “transformación” determina, más que las aptitudes, la permanencia o no en su gobierno.
Si bien la honestidad y lealtad son dos valores fundamentales para las instituciones, también lo es que ello no excluye al profesionalismo con que, quienes están al servicio del país, deben conducirse en su trabajo.
La tecnocracia ha sido mal entendida e interpretada por este gobierno como sinónimo de corrupción. Es cierto que en gobiernos pasados se dio mucha importancia a la técnica, como línea para definir las políticas públicas, pero ello no fue para disfrazar corrupción, sino como parte del proceso natural de profesionalización.
Toda decisión de gobierno debe ir respaldada de procedimientos técnicos y estrictos, donde el margen de error se reduzca al mínimo. La ciencia y la técnica no fueron las que provocaron la corrupción, al contrario, han ayudado a combatirla, medirla y erradicarla. Ha sido gracias a la especialización y la rigidez de los procedimientos, que se ha vuelto cada vez más complejo realizar prácticas desleales.
La realidad es que el Presidente y sus partidarios desdeñan lo técnico, no porque genere corrupción, sino porque sus procedimientos y decisiones no tienen sustento objetivo y, por ende, son un obstáculo a sus deseos y quienes señalan los errores cometidos terminan siendo “detractores” u “opositores”.
La persecución en contra de científicos y académicos ha ido en ascenso. Primero en términos abstractos, con pronunciamientos generales contra los tecnócratas, más adelante con persecuciones judiciales sin sustento, como el caso de los 31 científicos del Conacyt; ahora, contra las universidades, como la Nacional Autónoma de México, el ITAM y otras de gran renombre nacional.
El golpeteo es cada vez mayor y agresivo. El Presidente ha calificado a la UNAM, nuestra máxima casa de estudios, como una institución que se ha “derechizado”, es decir, que está controlada por el neoliberalismo. Afirmación sin sustento y subjetiva que, además de ser peyorativa, resulta un contrasentido con la esencia de la universidad, la cual ha sido durante toda su historia, el espacio más abierto para el concurso de las ideas.
Lo preocupante de esto no es la posición que guarde el Presidente o sus partidarios frente a la Universidad, sino las repercusiones que ello puede traer. Y es que algunos analistas ven ésto como un “circo” mediático para distraer la atención de los asuntos importantes; pero otros, lo ven como el inicio de una estrategia más compleja, de una marcada línea electoral, basada en la radicalizando del discurso y las acciones.
Sea cual sea el objetivo, todas y todos debemos respetar y defender a las instituciones, especialmente a las universidades, fuentes de conocimiento y desarrollo… pues aunque al presidente no le guste, a ellas les debemos el progreso de nuestro pueblo.