El 2026 se perfila como un año crucial para México, marcado por desafíos y retos significativos.
A medida que el país avanza en la segunda mitad de la década, diversos factores políticos, económicos, sociales y ambientales configuran un panorama complejo y confuso, pero también lleno de oportunidades, si se saben aprovechar.
La economía mexicana enfrenta un entorno global inestable, con retos como la inflación, la volatilidad de los mercados y un Estados Unidos cada vez más cerrado y amenazante. La diversificación productiva, la innovación tecnológica y el fortalecimiento de las pequeñas y medianas empresas (Pymes) son esenciales para impulsar el crecimiento sostenido; sin embargo, el margen de maniobra es poco frente a la casi nula integración comercial con Estados Unidos y Canadá, así como la lenta reacción del gobierno mexicano ante este reto.
La desigualdad social y la pobreza siguen siendo problemas persistentes en México. En 2025, el acceso a servicios básicos como salud, educación y vivienda siguen estando en números rojos.
La seguridad pública sigue siendo una de las principales inquietudes en el país, especialmente ante el incremento de la delincuencia organizada y los niveles alarmantes de violencia que afectan a diversas regiones. Esta problemática ha trascendido al ámbito social, como lo evidenció el lamentable homicidio de Carlos Manzo y el surgimiento de crecientes y constantes demandas ciudadanas. Por ello, resulta imprescindible robustecer las estrategias de prevención social y recuperar los espacios públicos para garantizar una vida digna y segura para todas y todos los mexicanos.
También, el cambio climático y la degradación ambiental plantean retos ineludibles. México debe intensificar sus esfuerzos en la transición hacia energías limpias, la protección de la biodiversidad y la gestión sostenible de recursos naturales. El acceso al agua y la calidad del aire son temas prioritarios, especialmente en grandes urbes, donde la presión demográfica exige soluciones sustentables.
En el ámbito político, la democracia y la permanencia de las instituciones sigue en vilo. La concentración del poder en el partido oficialista nos está llevando a un régimen centralista y autoritario. El equilibrio entre poderes y la existencia de una ciudadanía más participativa son factores necesarios para enfrentar problemas como la corrupción y la impunidad. En lugar de más apertura y participación social, vemos con preocupación la concentración de más poder en una élite política que parece cada vez más selecta y cerrada.
La polarización social y la desconfianza hacia las autoridades ha creado un ambiente de constante persecución que ha minado el diálogo y la transparencia. El último proceso electoral dejó importantes lecciones sobre la necesidad de la pluralidad y la inclusión de voces diversas para la construcción de un México más justo, lecciones que ahora se ven amenazadas con un proyecto de reforma electoral construido desde el poder que en cualquier momento será impuesto por la fuerza.
A pesar de los desafíos, 2026 ofrece perspectivas alentadoras. El dinamismo de la juventud mexicana, la creatividad y el emprendimiento social son motores clave para la transformación. La digitalización, las nuevas tecnologías y la colaboración internacional pueden abrir oportunidades para fortalecer la competitividad. Asimismo, la sociedad civil y los movimientos ciudadanos han demostrado una capacidad creciente para incidir en la agenda pública y demandar cambios estructurales. Esperemos que el gobierno no tenga oídos sordos ante estos sectores.
En suma, 2026 representa para México un año de grandes retos, pero también de esperanzas renovadas. El compromiso colectivo, la innovación y la voluntad política serán determinantes para superar los obstáculos y construir un país más equitativo, próspero y sostenible. El entorno nos exige actuar con firmeza, responsabilidad y decisión, sólo así lograremos los avances que el país necesita.