Querétaro, Qro.

Librada Izaguirre se recarga en la pared de un hotel de la calle Madero. La adulta mayor vende plumas y lápices. Originaria del estado de Tamaulipas, pero avecindada en Querétaro, desde 1987, dice que los últimos meses han sido complicados para sobrevivir.

La mujer ofrece plumas, lápices y bicolores a los peatones que caminan sobre la calle Madero. Algunos no notan su presencia. Otros, voltean a verla y dirigen una mirada amable. Quizá una sonrisa que se oculta detrás de un cubrebocas, al igual que ella, quien porta su mascarilla para evitar contagiarse de coronavirus.

Librada dice que ya le habían tomado fotografías con anterioridad. “Me tomaron fotos, se llevaron mi nombre, teléfonos. No me hablaron. Que eran del programa”, dice la comerciante, al tiempo que señala que no recibió ningún apoyo gubernamental. Sólo cuenta con la ayuda que se brinda a los adultos mayores, a nivel nacional, cada dos meses.

Ella, asegura que la venta de plumas es baja, apenas le alcanza para los gastos del día a día. Apenas logra vender una docena diaria; sin embargo, los gastos de principios de año, como pagar el predial, no esperan, más los otros gastos de la vida cotidiana, como el gas, la energía eléctrica, agua, pero sobre todo, la comida.

Dice que comienza su jornada de trabajo por las calles queretanas a las 10:00 horas, para terminar a las 13:00 o 14:00 horas.

Sobre la calle Madero hay varios vendedores ambulantes que se toman unos minutos para vender sobre esta vía, una de las más transitadas del primer cuadro de la capital queretana. Aprovechan el paso de los peatones para hacer una venta.

Tres mujeres se detienen cerca de Librada. Platican con tranquilidad, mientras de reojo observan a la mujer menuda, pero con una postura erguida. Pocos minutos después se retiran.

Librada narra que el oficio de las ventas lo aprendió de su padre, en su natal San Carlos, Tamaulipas, donde su progenitor vendía artículos de papelería a los habitantes de los ranchos y los poblados.

Comenta que su estado es muy bonito, pero que hay más oportunidades de trabajo en Querétaro. Cada año regresa a Tamaulipas para visitar su tierra.

Apunta que en Querétaro vive con su hijo, ingeniero civil de profesión, quien durante este tiempo de pandemia también se ha dedicado a la venta de plumas y lápices, debido a que se quedó sin empleo, pues debido a la emergencia sanitaria causada por el virus SARS CoV-2, todas las construcciones se detuvieron.

En los días de confinamiento, comenta Librada, se la pasaron en su casa, pensando cómo iban a pagar todos los gastos. Agrega que afortunadamente no requiere medicamentos, a menos que sufra alguna enfermedad respiratoria, pero hasta el momento no ha padecido en los últimos meses.

“No me ha dolido nada, nada. No tomo medicamentos. Hay un doctor en Corregidora que conocemos desde que llegamos a Querétaro”, relata.

La comerciante sostiene dos bolsas en sus manos, donde lleva la mercancía que vende en las calles, pues indica que no siempre está en un lugar fijo. Camina por las calles del primer cuadro queretano, como Madero, donde aprovecha la sombra que brinda el edificio, en el que se ubica un hotel para descansar y ahí ofrecer sus productos.

La mujer porta una chamarra “cazadora”. En uno de sus bolsillos lleva una pequeña bolsa de plástico donde guarda sus credenciales.

Alrededor, las personas no paran de caminar. Familias, parejas. Pocos son quienes van solos, ya sea de compras o a distraerse, pese a la emergencia sanitaria, el Escenario C y el color rojo del semáforo epidémico de riesgo Covid-19. Quizá muchos salen a distraerse. Librada sale a ganarse la vida, aunque en el proceso la vaya de por medio la salud. Pero no tiene de otra.

Librada destaca que varios de sus conocidos, y de su hijo, han muerto a causa de coronavirus, uno apenas hace cuatro días. Dice que uno de los fallecidos era contratista, que seguramente estaba preocupado por no saber cómo sobreviviría.

Agrega que le gustaría recibir alguna ayuda. Dice que le ofrecieron un apoyo en materiales de construcción para su casa, pero es el día que no llega. “Me dijeron que la esperara y nunca regresaron. Que era de [un] programa, pero no ha pasado nada”.

Librada guarda sus pertenencias en la bolsa de su chamarra, mientras dice que tiene que caminar por las calles del centro para poder vender sus artículos, y recuerda nuevamente la situación de su hijo, sin empleo, aunque con una profesión.

Expresa sus dudas sobre la aplicación de la vacuna contra Covid-19, duda en que ella pueda aplicársela. Aunque al final, seguramente acuda, llegado el momento, a inmunizarse contra la enfermedad pandémica que se niega a ceder.

La mujer termina su jornada laboral. Camina rumbo al jardín Guerrero. Dice que buscará a su hijo, para ir a comprar algo de comer al mercado Escobedo, para después ir a casa a descansar para el siguiente día. Para repetir la jornada en las calles queretanas, ofrecer plumas, lápices y bicolores que lleva en dos bolsas, junto con sus esperanzas de que las condiciones mejoren, que su hijo encuentre empleo y que las ventas aumenten.

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