Jorge Cantatore, chef profesional desde hace 14 años, tiene un mes y medio en Querétaro. Antes vivió en Valle de Bravo, Estado de México. Los últimos ocho años los vivió en Hungría.

Actualmente Jorge es chef en un restaurante en Querétaro desde hace mes y medio, donde fue invitado por la dueña del local, quien conoció de su trabajo en Valle de Bravo, a donde llegó el 10 de octubre. El cocinero señala que aceptó también porque vivir en Valle de Bravo no terminaba de gustarle. “Me gusta pisar el cemento”, asevera.

Aquí en Querétaro ha encontrado un buen ambiente para vivir y trabajar. Dice que la ciudad de Querétaro le recuerda a Malaga, España, donde también vivió, pues ambas ciudades son muy similares, en cuanto a densidad poblacional. Además, reconoce que la gente es amable y recibe de buena manera a quienes llegan.

Jorge ha vivido en Estados Unidos, Rusia, España, Serbia y Hungría. Salió de Argentina hace casi 11 años buscando más conocimiento culinario, con buena fortuna. Adelantándose a lo que pudiera pasar con la pandemia, y previendo que lo más complicado sería durante el invierno europeo, decidió aceptar una propuesta de trabajo en México. Su prospectiva fue correcta. Actualmente, afirma, sus compañeros y amigos chefs están sin empleo por las restricciones que se han hecho debido al recrudecimiento del virus en Europa.

“Por eso vi en México, además de ser un país al que siempre quise venir, porque me gusta mucho estudiar mucho la comida de aquí, de Latinoamérica, el lugar para superar lo difícil de la pandemia. Fui chef ejecutivo en un restaurante en Hungría que era y sigue siendo el mejor restaurante mexicano de Budapest. Me interesó mucho venir a México y aprender y mostrar los conocimientos que tengo”, abunda.

Labor altruista

Jorge añade que por su labor altruista con los refugiados sirios en Argentina apareció en un listado de héroes de su país, donde fue incluido. Él señala que no es para tanto, que cualquiera lo hubiera hecho. También fue corresponsal en Hungría para medios de comunicación argentinos.

Recalca que para él esta experiencia de brindar la mano a los migrantes fue muy emotiva, pues estaba aún presente en él el dolor de perder a su hija. “Mi hija tiene mamá estadounidense, pero nació en Argentina, y su mamá es muy poderosa. Trabaja para Hollywood. Estábamos en Hungría, separados. Un día voy a buscar a mi hija al kinder garden, y la directora me dice que mi hija ya no estaba más. Así que el 22 de noviembre de 2013 fue el último día que vi a mi hija.

“A mi me venía más [la empatía y el dolor] de ver en cada nene a mi hija. Me ponía en el lugar de esos padres, es muy feo, es desgastante para esas personas que venían caminando. Las historias que me contaron los pocos que sabían hablar inglés eran tremendas. Venían caminando de Siria o de Afganistán y que luego se mezclaron todos. No eran sólo refugiados sirios. Luego descubrí la mafia de los árabes que traficaban gente en camiones hacinados de personas, de Hungría hasta Austria, y muchos llegaban muertos por asfixia.

“Todo esto me conmovió y más cuando comenzó a ver que detrás de estas personas había una mafia que los vendía, que los acomodaba en otros países, porque los sirios sí eran refugiados, pero también había otra gente que no escapaba de Siria, que veían en esto la oportunidad de escapar de la miseria de sus países”, cuenta.

Cuando todo pasó, precisa, se sentía desgastado emocionalmente, pero al mismo tiempo satisfecho por haber dado un pasaje, un camino menos duro para los refugiados y migrantes, al tiempo que añade que en todos los países en donde ha estado le gusta acercarse a las zonas menos favorecidas y ayudar.

“Me gusta ayudar a cambio de nada. A veces pienso: yo que no soy nadie, puedo ayudar, y pienso en la gente que realmente puede ayudar y que no les costaría nada, no lo hacen. Así que trato de dar un poquito de ayuda solamente”.

Detrás de este chef argentino hay más. Durante su estancia en Hungría, motivado por el deseo de ayudar al prójimo y la empatía por una experiencia personal, decidió ayudar a los refugiados sirios que llegaban a Budapest, por una necesidad de apoyar a quienes necesitaban en su camino una mano que brindara un poco de consuelo.

Ayudó a refugiados

Con calma, narra que en ese tiempo, cuando radicaba en Hungría, tenía un local gastronómico contigua a la estación de tren de Nyugati, donde se congregaban todos los refugiados.

“A mí me tomó por sorpresa porque Budapest es una ciudad que tiene la misma densidad poblacional de Querétaro. De repente en las calles empezamos a ver a miles y miles de personas que no conocíamos, migrantes.

“Yo tenía un local abierto en un predio donde había street food. Hacía unos años que la mamá de mi hija me la había robado. A mí me separaron de mi hija. Hace siete años que no la veo. Empecé a ver un montón de nenas y nenes que me hacían recordar a mi hija.

“Me acerqué a esta gente. La mayoría no hablaba inglés. Me empecé a dar cuenta que eran refugiados, que estaban en las calles, enfrentando altas temperaturas, y yo tenía una casa muy grande. En ese momento me sobraban dos habitaciones. Esta gente no quería quedarse en Hungría. Accedían a Europa por Serbia, pasaban la frontera, entraban a la Unión Europea y querían ir a otros destinos, como Alemania, Austria, Bélgica, países donde los estaban recibiendo y dando oportunidades”.

Jorge comenta que se siente identificado con los migrantes irregulares a los que ha ayudado, pues él, aunque por distintas circunstancias, también lo es; él lo es por motivos profesionales.

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