Miriam Fernández Hernández recuerda su primer día de clases en el lejano año de 1980. Llegó muy cansada, dice, porque la escuela estaba en un cerro, en un asentamiento irregular, en la Ciudad de México. “Fue impactante ver tantas caritas y tantos ojitos de los niños esperando que les dijera algo”, rememora con emoción la docente.

Miriam es egresada de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros, que se encuentra en la Ciudad de México. Luego, estudió en la Escuela Normal Superior de México y después se fue becada a España.

En Querétaro cursó la Maestría en Ciencias de la Educación, en la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ). Luego, la Unidad de Servicios para la Educación Básica en el Estado de Querétaro (USEBEQ) abrió espacio para especialidades que cursó en el Tec de Monterrey.

Actualmente, Miriam es jefa de Sector de Educación Primaria en la capital de Querétaro, pero ocasionalmente aún se para frente a grupo a dar clases. Es algo que tiene en las venas.

Como jefa de Sector tiene a su mando siete supervisores y ellos a la vez tienen directores y escuelas a su cargo de manera directa. “Lo que a veces en esta mesa decidimos para trabajar durante el año es muy importante, porque es para la vida de casi 35 mil niños del municipio de Querétaro”, abunda.

Señala que estar al frente de un grupo de 40 niños o la responsabilidad de la educación de casi 35 mil menores requiere la misma responsabilidad y compromiso, pues ahora su función es velar para que el servicio en cada escuela responda a las necesidades del pueblo y al aprendizaje de los menores, pero también a los padres, dar a todos un buen servicio educativo que cumpla con sus expectativas.

“En el aula son 40 vidas, por lo menos, que uno impacta durante un ciclo escolar. En cuestiones de aprendizaje, contenidos, hábitos, valores, cómo se ve la vida, de sembrarles expectativas. Todas las funciones que se hacen en la educación son importantes”, indica.

Hasta el año pasado daba clases de manera regular, antes de ser jefa de Sector, aunque en otros espacios sigue teniendo grupos, pero no de manera remunerada, sino de voluntaria.

“Soy también maestra de secundaria. Nunca quise dejar de estar frente a grupo. La secundaria permitía que aunque fuera supervisora trabajara dando la primera hora, que es antes de las siete, porque no quería al grupo. No puedes ser supervisor si no conoces la realidad, cómo son los alumnos, los padres, lo que vive un maestro”, subraya.

Desde niña sintió interés por la docencia. El impacto de sus maestros de primaria, a quien aún recuerda, fue esencial. En especial, a su maestra Yolanda, de quinto, y su maestro Abel, de sexto grado.

Comenta que vivió en una colonia proletaria en la capital del país, la Pro Hogar, y el maestro siempre les habló de que debían de tener expectativas, que tenían que salir adelante, sobre todo a las niñas, en una época en que para las mujeres sólo existía futuro en el matrimonio.

“Eso es lo que les digo a mis maestros, que esperen que nuestros alumnos nos recuerden, pero por ese impacto positivo que hemos hecho en ellos. Que no nos recuerden por otras cosas”, subraya.

Aunque también recuerda que esos tiempos la disciplina de los maestros incluía los reglazos o los golpes con el borrador. Miriam agrega que eran otros tiempos, que era parte de la educación en aquel momento.

“Era conforme a la cultura, y como era la sociedad. Ahora por eso con los maestros se tienen problemas, porque queremos actuar, ya no como la generación de los setenta. Es otra sociedad, no es ni mejor ni peor. Tenemos que ir creciendo con la sociedad”, enfatiza.

Desde su punto de vista, los maestros también deben de aprender a construir una escuela con la sociedad, educando también a los padres, que suelen muchas ocasiones hablar con los maestros de manera beligerante. Educar a los papás en este nuevo tejido social, en el cual hay algunas partes que se tienen que recuperar.

En este siglo XXI, dice Miriam, la escuela y la educación se tienen que adaptar a los tiempos. Los maestros se tienen que dar cuenta que es otra sociedad, que son otros tipos de papás, de niños, con otra situación social, con mucha información, y también más expuestos a la violencia. Por ello se debe pensar en cuál será el papel de la escuela, que ya no puede ser el mismo que antes. Incluso, las dinámicas de los trabajos de los padres inciden para que los maestros ya no dejen tarea a los niños, pues papá y mamá ya no tienen tiempo para ayudar a sus hijos con las tareas.

Ello conlleva que también se tenga que educar de otra forma a los niños, enseñarles a respetar y tener límites. Esta sociedad está tan ocupada y vive tan deprisa que incluso se olvidan de cosas tan básicas como saludar o dar las gracias.

Por otro lado, la tecnología fue una gran herramienta durante la pandemia, aunque ya en clases presenciales se debe de controlar el uso de, por ejemplo, los teléfonos móviles, que se han convertido en algo básico para tener comunicación entre padres e hijos, más cuando los progenitores están todo el día trabajando.

A los niños y jóvenes que quieren abrazar la docencia Miriam les aconseja que lo que más necesitan es tener la decisión de hacerlo, y hacerlo con amor, así no será pesado el trabajo.

“Tengo 43 años de servicio, pero siento que no hace mucho que salí de la Normal”, puntualiza Miriam con una sonrisa iluminando su rostro.

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