Luis Montejano Peimbert, investigador del Instituto de Matemáticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) Campus Juriquilla, se reconoce como disléxico, algo que, asegura, no le ha afectado en su trabajo como matemático, pues aunque parezca paradójico, esta condición fue lo que detonó su vocación cuando era niño.
Aficionado al fútbol —aunque afirma que ya no ve el balompié nacional, por considerar que es “un nido de corrupción”—, Montejano Peimbert narra que desde muy pequeño quería ser matemático, pero había un problema: la dislexia. Por ello, todos los maestros lo odiaban, porque no aprendía nada y no sabía hacer cuentas.
“Además, los disléxicos no tenemos una idea muy clara de las cantidades. Las letras se me hacían raras. Tenía una fama en la escuela terrible. Me odiaban los maestros, además era medio travieso y con mala ortografía”, narra el académico.
Sin embargo, un maestro que tuvo en la escuela empezó a jugar algo que lo cambiaría todo. Ponía problemas para que los alumnos los resolvieran, y decía que el niño que lo hiciera primero tenía que correr y poner la solución en el escritorio.
“Yo iba primero. Salía volando para ganar. Entonces cuando llegaba el maestro se desconcertaba porque pensaba: ‘este escuincle hizo trampa’. Me regañaba, pero el sólo haberlo logrado era bueno.
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“Me acuerdo que en mi mente dije: ‘no me importa que el maestro me regañe, porque piensa que hice trampa’. Pero era mi satisfacción y pensé que me quería dedicar a esto. Quería dedicarme toda mi vida a pensar y resolver problemas de matemáticas”, relata el investigador.
Eso sucedió cuando estaba en tercero o cuarto grado de primaria. Ahí decidió que esto sería su vida, sólo por la satisfacción de alcanzar algo.
“Pero a mí no me importaba lo que pensara el maestro. Me dio tanto gusto y lo disfruté tanto [resolver los problemas matemáticos] que ahí decidí que quería ser matemático, como a los 10, 11 años. Pero eso es pura suerte. La vocación no es común que llegue tan temprano. Yo tuve suerte de haber tenido esa vocación tan temprano”, precisa el matemático, quien realizó sus estudios de posgrado en el Instituto Tecnológico de Massachussetts y en la Universidad de Utah, donde obtuvo el grado de Doctor.
Dice que pensar es lo que le gusta a él, es lo que le da satisfacción, le gusta pensar. Aunque tenía materias que no le gustaban. Para la ortografía era malo, reconoce, pues los disléxicos tienen muchos problemas, pero con la vida van aprendiendo a resolverlos. Muchas de las cosas que indica le costaban trabajo cuando era niño, ahora de adulto le resultan menos complicadas, pues aprendió a lidiar con las mismas, pero de niño eran un problema.
“De alguna manera también fui rebelde, entonces me importaba un carajo. No era tan sensible a las críticas. La dislexia aprende uno a manejarla a través de la experiencia. Para empezar, uno integra las cosas de manera diferente a los demás. No es que seas malo, sólo eres diferente. Lo importante es que no te critiquen, que no te afecten las críticas de los demás”, subraya.
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Conforme pasa el tiempo, el cerebro va aprendiendo a sustituir y enderezar ciertos hábitos, al igual que la paciencia de sus amigos. Aun así, a veces escribe una cosa por otra, pero siente como crítica que a veces sus alumnos se rían cuando se equivoca. Tuvo la suerte de que las críticas nunca lo hicieron sentir mal, su cerebro fue adaptándose a integrar el mundo como lo integraban los demás y no como lo integraba él mismo. Compara ese proceso al usar una aplicación de traducción. Eso, cree, lo ayudó mucho.
Recuerda que hace tres décadas lo entrevistaron sobre su dislexia. Con su difusión, muchas personas le llamaron para decirle que el saber de su experiencia les ayudó a lidiar con la condición de sus hijos.
Asegura que la dislexia no ha afectado su desempeño como matemático. “Al contrario. Todo lo que no mata te hace más fuerte. La dislexia no me mató. No sólo me hizo más fuerte, me hizo diferente, porque yo veo el mundo de manera diferente y nunca sentí angustia. Sí he sentido eso de estar solo y en una posición en donde estás como en vértigo. Cuando eres muy diferente sientes vértigo, y ese es el principio de por qué la gente es muy conservadora, porque si vuela se cae y se lastima.
“Yo, de alguna manera, nunca sentí tanto vértigo y me permitió ser diferente, porque por mi enfermedad era diferente, y era diferente, pero como no me mató me hizo bien”, puntualiza.
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¿En qué se parecen los jugadores de futbol y los músicos? Para Luis Montejano Peimbert en mucho, pues ambos, al igual que los escultores, escritores, pintores, empresarios, usan la creatividad para innovar en sus áreas, tienen la capacidad de “abrir espacios, de encontrar huecos en la cancha.
“Hay jugadores que son especialmente creativos y hay otros que son muy hábiles jugando, como Cristiano Ronaldo, Hugo Sánchez o el Chicharito Hernández, que son efectivos. Hay otros que no son tan efectivos, pero son creativos, como Ronaldinho o Johan Cruyff.
“Se puede ser creativo en el futbol, en la música, en las empresas, como pintor, escultor, deportista. La creatividad es esa posibilidad de crear nuevos espacios, de encontrar huecos en la cancha. Esa posibilidad de alguien de ver el futuro y decir: Ahí se va a abrir el espacio. Esa es la creatividad”, comenta.
El profesor menciona que “en el fútbol es muy claro eso, cuando alguien abre el hueco. Qué es eso de abrir el hueco. Qué es eso de abrir los espacios en la cancha. Es lo mismo que en la música. Es la posibilidad de hacer lo que nadie había visto, de ver el mundo como nadie lo había visto antes”.