José Rodolfo Lugo, quien se ostenta como uno de los últimos 100 coleccionistas queretanos que quedan, cuenta que en la casa que hoy usa como tienda de antigüedades ha vivido toda su vida, ahora está llena de objetos, desde cascos medievales —que no están a la venta—, hasta insignias nazis.

La Galería 5 de Mayo huele a antiguo. Para el visitante, lo primero que llama su atención es la colección de armas antiguas. Sables, espadas, dagas y fusiles de diferentes épocas. Uno de los más recientes, un Winchester 1894, mejor conocido en México como carabina 30-30, usado en la Revolución.

“Siempre ha habido aquí antigüedades. Se abrió al público, hace nueve años, pero no es negocio. La poca gente que entra cree que es museo, sólo entra a ver.

“Lo tengo porque me gusta, no porque le voy a ganar, sino porque me gusta esta pieza y la compro. Aquí nací y siempre hubo antigüedades. Veo los muebles de antes y son una maravilla, comparados con los de ahorita. Tenemos muebles de 1850, de 1700, y todavía duran otros 200 o 300 años”, comenta.

Rodolfo camina entre las piezas que tiene. Destaca un sillón de barbero. En la puerta del negocio, junto al gel antibacterial y el tapete sanitizante, hay objetos de la segunda guerra mundial.

Destaca en estos momentos repara una virgen de madera, labor que aprendió manera empírica.

“Traemos gente buscando en los pueblos, en las haciendas. Aparte ya nos conoce la gente, que nos ofrece bastantes cosas. Ahorita, por ejemplo, nos están mandando mucho de Yucatán bastantes piezas, mandan fotografías, para ver si compramos algo. Mi hijo tiene muchos contactos y por medio de ellos compramos”, explica.

Sin embargo, reconoce que en el negocio también hay falsificaciones, sólo reconocibles para los expertos, entre las cuales abundan pinturas, documentos y monedas.

Dice, en broma, que el objeto más antiguo que tiene es él. Muestra algunos documentos como el nombramiento de Miguel Miramón como presidente interino de México. La primera constitución de Querétaro, un periódico donde se da cuenta de la muerte de Pancho Villa, ejemplar editado en Parral, Chihuahua.

El coleccionista presume una pintura de formato pequeño donde se representa la batalla de Tampico, en la cual los españoles intentaron reconquistar México, pero fueron derrotados por Antonio López de Santa Anna.

Rodolfo dice que el lugar estuvo cerrado en la emergencia sanitaria. No pensaba abrir hasta octubre, “pero me gusta ver mis cosas”.

En una habitación de la vivienda, cerrada al público, muestra una colección de pinturas al óleo, muebles de madera; algunos datan de mediados del siglo XIX, fabricados en Francia e Inglaterra, finamente tallados con figuras que van desde ángeles hasta gárgolas.

Entre las piezas pictóricas que posee está una obra de Francisco Toledo, aunque dice que no es de su agrado, vale por la firma.

Él reconoce que muchas de las antigëdades son valoradas más por los europeos que por los mexicanos. Muchos extranjeros lo visitan para comprar alguna de las piezas que están a la venta.

Luego, José Rodolfo se dirige a un aparador, donde muestra un libro que afirma es único, pues se lo regaló Emilia Serrano, baronesa de Wilson, a Porfirio Díaz. También varios documentos, como bonos de los ferrocarriles mexicanos y una medalla conmemorativa de la llegada de Maximiliano de Habsburgo a México, con un “rostro imaginario”, pues no se conocía la apariencia física real.

En otra parte del lugar hay una fotografía de Álvaro Obregón que tiene una inscripción. Se ve que escribieron sobre la imagen, pero hasta la fecha no han podido descifrar qué fue lo que se apuntó.

Muestra también una pieza de esmeralda “en bruto”, cuyo origen es el estado de Guerrero; está pulida, aunque no está totalmente limpia, su valor es alto.

Dice que para encontrar las piezas realmente valiosas se necesita conocimiento. “La suerte no existe, mi amigo. Es conocimiento”.

En el aparador hay un tren de juguete, cuyo valor es de 5 mil pesos. “Tiene dos locomotoras. A mi me gusta jugar, pero no lo he armado porque es muy largo”, comenta.

El hombre recuerda que hace poco llegó un joven preguntando por el precio de lo que llamó un machete, a lo que le explicó que es una espada que combatió en la guerra de Independencia de México, es una forja. “Muchas veces la gente no sabe lo que valen las cosas y lo que son”.

En su amena charla, da una breve explicación sobre algunas de las armas, algunas son chisperas, armas de más de 200 años.

Sobre las insignias nazis, explica que raramente, son muy buscadas. Incluso, dice que un ministro queretano es aficionado a estos objetos, por lo que no duda que acuda pronto a comprar alguno.

Para él, la colección le ayuda a mantenerse activo y ocupado, pues se dedica a restaurar y reparar algunos objetos, como relojes y piezas escultóricas, conservando siempre la originalidad.

En otra habitación, que también permanece cerrada al público hay un comedor con una vajilla y unos jarrones con los rostros de Maximiliano y Carlota.

Sobre la mesa hay unas botellas de vinos y licores. Algunos con más de 30 años de añejamiento.

Las historias de misterio no faltan. Narra que un cuadro que tiene en exhibición que no ha podido venderse. En una ocasión una mujer intentó comprarlo “sin embargo, cuando la compradora quiso pagar con su tarjeta de crédito no pasó. Quiso usar otra y tampoco se pudo. Incluso, las tarjetas del esposo de la mujer tampoco pudieron ser utilizadas para la transacción.

José Rodolfo añade que muchos de los objetos de su colección terminarán en alguna colección en Europa, pues los extranjeros son quienes conocen (y pueden comprar) muchas de las piezas.

“Todo lo vemos y disfrutamos”, dice mientras voltea a ver sus piezas con orgullo y satisfacción. Añade que no ambiciona nada, pues las piezas que son de él solas llegan, “no competimos con nadie”.

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