Comerciantes de La Cañada, en El Marqués, vieron disminuir sus ventas desde que las oficinas de la presidencia municipal se cambiaron a La Piedad. Tal es el caso de Ana Gloria Martínez Briones, quien actualmente vende tamales, elotes, esquimos y papas en la vía pública. Antes, tenía un negocio establecido, su principal clientela eran los empleados de gobierno.

Afuera de una miscelánea, sobre la avenida Emiliano Zapata, Ana Gloria se instala con su mercancía. Hay pocos clientes, pero algo sale. Ellos, pocos pero leales, llegan a comprar un elote, un tamal y un atole, o algún otro antojito.

Ella cuenta que en la avenida Zapata tenía un local de comida establecido, desde hace cuatro años, “pero a raíz de que las oficinas de la presidencia municipal se cambiaron ya no tuvimos venta, porque [los trabajadores municipales] consumían como 80, 90%. Eran nuestros clientes. A raíz de eso ya no tuvimos cómo solventar los gastos, el negocio. Tuvimos que cerrar”, dice.

Agrega que había ocasiones en las que vendía entre 30 o 40 comidas y desayunos al día. Sin embaego, cuando se realizó la mudanza los empleados le informaron que se iban. Intentó llevarles la comida hasta las nuevas oficinas, pero en las últimas ocasiones ya no dejaban salir a los empleados, no podía entrar; además ellos ya tenían una cafetería.

Ahora, dice, han batallado para salir adelante, pues entre la poca gente que llega a La Cañada y la emergencia sanitaria, las ventas son pocas. “La Cañada está peor. En todo el día hay poca gente… eso nos ha perjudicado bastante”.

A un costado de la iglesia de San Pedro y San Pablo, María Mercedes Ramírez vende gelatinas. Antes lo hacía en las mañanas y en las tardes. Actualmente, lo hace en las tardes, pues en el día no hay mucha gente.

Comenta que tiene 25 años vendiendo gelatinas. “Apenas salía para comer, pero con que vendiera 100, 150 pesos era feliz. Ya salía para la comida. Ahora apenas vendo 80 pesos. Es una tristeza, también la pandemia… todo se juntó”.

Antes de vender gelatinas, María era ama de casa, pero a raíz de la muerte de su hijo, a los 12 años de edad, decidió salir a la calle a vender, como una manera de lidiar con la pérdida.

Andrea López Ramírez acompaña a María Mercedes. Ambas son originarias de La Cañada. Andrea explica que el cambio en la comunidad es notorio con la ausencia de las oficinas municipales. “La Cañada se mantiene de los puestos, las tienditas. La presidencia municipal era un factor de sobrevivencia para todos. Cuando estaba aquí era bueno. Cuando se fue, aparte de la pandemia, afectó muchísimo más”, abunda.

Andrea, de 63 años, recuerda otros tiempos en La Cañada, cuando ella era niña, con árboles frutales, con manantiales y agua limpia, pero se fue acabando todo, se llevaron el agua para otro lado y muchas cosas se perdieron con el paso del tiempo.

También sobre la avenida Zapata, a la tienda de Gabriel Luna entran dos jóvenes mujeres. Hacen unas compras y se marchan. Él explica que la miscelánea es herencia de su padre, quien la abrió hace más de 30 años. La negativa de los comerciantes de La Cañada, de permitir la instalación de tiendas de conveniencia, ha permitido a los pequeños negocios, como el de Gabriel, sobrevivir por décadas, pero ahora sus ventas, que disminuyeron alrededor de 60% desde la mudanza de la presidencia municipal, afecta su futuro.

Señala que los mejores momentos de ventas son los días de celebraciones, como es Semana Santa, cuando La Cañada es visitada por miles de personas provenientes tanto de otras partes del estado e incluso del país y extranjeros.

Gabriel explica que aunque espera una recuperación en sus ventas conforme las actividades se normalizan, con la disminución de contagios de coronavirus, no cree que se puedan alcanzar las ventas de antes, cuando la presidencia municipal estaba en la zona, pues la gente que acude a La Cañada es muy poca.

“Habiendo trabajo para la gente, pues sí puede haber más movimiento, pero no va a ser igual. Llegaba la gente, pero no encontraba la gente los servicios [cuando se mudaron las oficinas municipales] que querían y se iban. Ya no se detenían. Aquí por lo menos se esperaban una hora, mientras los atendían les daba hambre y ya se compraban cualquier cosa. Muchos localitos de comida cerraron, ya sólo se quedaron algunos por ahí”, explica el comerciante.

Agrega que hay semanas en las que las ventas están más bajas que otras, pero es cuestión de aguantar.

Otro de los comerciantes de la zona, Hugo Martínez Briones, hermano de Gloria, también tiene una miscelánea. Precisa que con la partida de las oficinas municipales La Cañada “murió en un 50%. Ha habido negocios que ya tuvieron que cerrar porque estaban diseñados para cubrir las necesidades de la dependencia municipal”.

El comercio vivía gracias a la administración pública. Él mismo lo ve con su negocio, en el cual las ventas cayeron 50%. La emergencia sanitaria afectó, pero el mayor daño fue por la salida de las oficinas. “La Cañada está cayendo y este tipo de cambios afecta mucho a nuestra economía”, expresa.

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