Ignacio Jorge Guerra González, comerciante de oficio, dice que se ha recuperado bien del cáncer de próstata que le fue diagnosticado hace poco más de un año. Luego de 38 radioterapias y el medicamento que le fue suministrado, su cáncer desapareció, aunque sigue tratándose para eliminar una posible recaída.

“Recibí 38 radioterapias, una serie de medicamentos y en el último examen que me hicieron, ya en el nuevo Hospital General, se bajó a cero el líquido prostático. Voy a tener una cita con el oncólogo, para ver si me da un tratamiento o me opera, pero al parecer el cáncer se venció”, indica.

Con un semblante saludable y con su peso corporal al que tenía antes de la enfermedad, Ignacio, Nacho, para sus amigos, conserva el buen ánimo.

Ignacio, un superviviente al cáncer de próstata
Ignacio, un superviviente al cáncer de próstata

“Bajé hasta la talla 34 de cintura. Ahora ya volví a ser 36”, dice el hombre de 74 años que se sigue manteniendo activo vendiendo lentes para sol, guantes, gorros y cubrebocas a un costado del mercado de La Cruz.

Nacho recuerda lo que pasó antes de ser diagnosticado. Dice que se sentía un poco mal.

“Normalmente voy a ver a una doctora. Siempre voy. Le dije cómo me sentía, que tenía incontinencia, ciertos malestares. Me dijo que tenía que ir a un urólogo.

“Hablé con un amigo, que me recomendó a un urólogo. Fui a un hospital que está en Bernardo Quintana, ahí fue donde me vio el doctor, nada más me dijo que ahí me hacía la biopsia, pero que me contestaba nueve mil pesos. Ahí fue donde tomé la determinación de acudir a la medicina pública”, narra.

Ha pasado más de año y medio desde que Nacho recibió el diagnóstico de cáncer de próstata. Fue año y medio en el que perdió peso, llevó una dieta rigurosa y se sometió a radioterapias. El resultado de todo ello se ve actualmente. Su aspecto físico es mejor, recuperó peso y vuelve a trabajar, aunque reconoce que por sus 74 primaveras ya no puede hacer algunas cosas que hacía con anterioridad.

“Fueron 38 radioterapias que eran todos los días, excepto domingo, de las cuales, 19 fueron subsidiadas por el Seguro Popular y las otras 19 fueron en la Unidad de Especialidades de Oncología. Me trataron muy bien”, apunta el vendedor.

Narra que el tratamiento de radioterapias consistía en pasar un “escaner” por la parte afectada con el cáncer, donde se sometía a radiación. Ésta duraba alrededor de 15 a 18 minutos. El único efecto secundario que resentía era un poco de resequedad en la piel, pero para ello, los médicos aconsejaban tomar dos litros de agua al día y una crema para esa resequedad cutánea.

Además, para poder evolucionar de manera favorable, recibió una dieta especial. En cada consulta a la que acude recibe atención de varios especialistas que checan su evolución.

Ahora dice que come de todo, excepto carne de cerdo, que consume poco o nada. Asimismo, señala que ahora tiene un poco elevados los niveles de glucosa, “pero es que es imposible ser sano toda la vida.

“Siempre me sentí bien, nunca me debilité. Cuando fui con el urólogo por primera vez me dijo que me preparara porque las medicinas son muy caras.

“Cuando estaba en manos del urólogo me recetaba una inyección que era cada tres meses, se tenía que refrigerar, transportar con hielo porque se echaba a perder, y esa costaba 19 mil pesos. Unas pastillas que me daban, tres paquetes, para tres meses, una cada mes, cada paquete costaba nueve mil pesos. Por eso, cuando me detectaron el cáncer, hablé con mi familia, con mis hijas, y me dijeron que le íbamos a hacer frente.

“Yo estoy de acuerdo que la última instancia es hacerle frente a una enfermedad con los recursos que uno tiene, pero para eso está la salud pública. Vi la manera de que me atendieran en el sector salud”, añade.

Ahí fue cuando buscó la ayuda del entonces gobernador Francisco Domínguez, quien lo apoyó para que recibiera atención médica. Ya en la actual administración buscó a la secretaria de Gobierno, Guadalupe Murguía, de quien también recibió apoyo para continuar con el seguimiento de su recuperación, aunque reconoce, no de mala manera, que existe aún burocratismo al momento de atender, pero que el trato en lo médico ha sido favorable.

Nacho no ha cambiado en mucho su rutina de trabajo. Dice que labora todos los días desde temprana hora, lo que también le ha afectado al nervio ciático, pero comenta que son “cosas de la edad”.

Ahora su visión de la vida y su futuro son diferentes, pues la incertidumbre que sintió cuando recibió el diagnóstico de cáncer se fue. “Es una incertidumbre muy grande. Yo aquí dos días, trabajando, de repente se me salían las lágrimas, no sé si por el estrés. Le hablaba a mi hija que vive en Celaya, le hablaba a mi hija que vive aquí. Me decían: ‘Llora, papá, llora. Es parte de lo que sientes’”, detalla.

“Se me salían las lágrimas. Andaba despachando y con las lágrimas, por la incertidumbre. Decía: ‘En un rato de estos me puedo morir… no sabe uno’. Ya pasando el trauma ese, todo bien. La vida sigue normal”, precisa.

Nacho vuelve a su trabajo. Su hijo lo ayuda. Su esposa, con quien cumplió 50 años de casado en octubre pasado, también lo acompaña en el puesto.

El trauma de enfrentar la enfermedad pasó. Con nuevos ánimos enfrenta el futuro, confiando en la ciencia y con fe en un poder superior.

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