El silencio de la procesión se hizo sentir en las calles del Centro Histórico de la capital queretana, conformada por alrededor de mil 200 devotos que aprovecharon la procesión para expiar culpas.

Hombres y mujeres menores de edad realizaron el recorrido portando túnicas, mientras que los adultos, túnica y capirote, para ocultar su identidad; algunos descalzos o con grandes cadenas. Cada participante determinó cómo quería redimir sus culpas y dar su dolor a Dios, dentro de la tradición que surgió en Querétaro desde hace 57 años.

El silencio necesario para el arrepentimiento no permitía exclamar dolor alguno, pese a cargar pesadas cruces armadas con gruesas ramas de mezquite, algunas de ellas más altas que el propio penitente.

Afuera del templo los esperaron los miles de asistentes, que, en el tramo del templo de La Cruz a la capilla de El Calvarito, estuvieron separados por una valla de quienes, con su caminar, buscaban la redención por sus pecados.

Los tambores se encontraron entre los pocos ruidos que interrumpieron el silencio del recorrido, así como el golpe de las cadenas que algunos de los penitentes amarraron a sus tobillos. Otros sonidos fueron los llamados a reflexionar que se realizaron desde la explanada del templo, la interpretación de saetas y voces de asistentes.

El  celular fue un elemento que llevaron muchos de los adultos, continuamente sacaban fotos a los penitentes, otros llegaron a transmitir en sus redes sociales, actividad a la cual se enfocaron durante el paso de las primeras hermandades, después, permanecieron  atentos. Una mujer dio a su menor, como de tres años, un teléfono móvil; mientras ella observaba la procesión, el niño jugaba.

Al costado del templo de La Cruz, las vallas fueron usadas por los menores que se encontraban hasta el frente para sentarse en los barrotes inferiores; cinco niñas y tres niños estuvieron entre quienes permanecieron atentos desde primera hora; cuando se cansaban se paraban o columpiaban sobre la estructura metálica.

“Aaayyy madre mía dolorosa”, fue uno de esos cánticos que retumbaron en el Templo de la Cruz, para reflejar el dolor de los fieles; el canto se intercalaba con reflexiones respecto a lo que se debía tener en cuenta ante la Pasión y Muerte de Cristo.  
Si bien, las saetas surgieron dentro de las acciones misioneras de los siglos 16 y 17, las que conocemos aparecieron tiempo después, a principios del siglo 20, con versiones aflamencadas, que fueron incorporadas a las procesiones de la Semana Santa, explicó previamente el Patronato de las Fiestas de Querétaro.

Y sí, esa expresión melódica adolorida se dejó sentir particularmente con una de las saetas que fue interpretada reiteradamente, un fragmento del poema La Saeta, de Antonio Machado que Joan Manuel Serrat, popularizó en canción, en ella recurrió a cánticos gitanos y el sentir andaluz. Se enfocó esa interpretación del templo de La Cruz en la estrofa: “Oh, no eres tú mi cantar, no puedo cantar ni quiero, a este Jesús del madero sino al que anduvo en la mar.”

La valla de protección que separó a penitentes y espectadores únicamente se colocó desde un costado del templo de La Cruz hasta poco después de la capilla de El Calvarito, tras ese punto la gente se colocó de pie, sentada en los banquitos de plástico que llevó para la ocasión o directamente en las banquetas.

El trayecto pasó por las calles de Felipe Luna, 5 de Mayo, avenida Pasteur, Reforma, Juárez, Ángela Peralta, avenida Corregidora, Independencia y Manuel Acuña, hasta llegar nuevamente a La Cruz. Integraron la Procesión del Silencio cinco fraternidades, compuestas por 30 hermandades en penitencia: Heraldos, Parroquia de la Inmaculada Concepción Hércules, Parroquia San Pedro La Cañada, Nuestra Señora de El Pueblito, Corporación de Inditas e Inditos, Ángeles, Insignias, Niños del Catecismo, Señor de la Columna, Señor de Nazareno, Señor de la Cañita, Señor de las Esquipulas, Virgen de los Dolores y la de San Juan.

También conformaron el contingente las hermandades de La Piedad, Señor del Santo Entierro, La Santa Cruz, Cofradía del Santísimo, Caballeros de Colón, Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, Nuestro Señor de La Piedad, Peregrinos Obreros y Mujeres de Querétaro a Soriano, Cristo de la Paz, Nuestra Señora de la Soledad, La Macarena, El Señor del Gran Poder, Cofradía del Santísimo Sacramento del Templo de las Capuchinas, Señor de la Expiación, Guadalupanas y, por último, Guadalupanos.

Previamente se indicó, por los organizadores, que desde el Virreinato se realizaban en Querétaro procesiones y otros actos religiosos durante la Semana Mayor, pero fue hasta 1966 que Fray Ernesto Espitia Ortiz, de la Orden de Frailes Menores (OFM),  organizó el primer recorrido, desde entonces la procesión se mantiene.

Aquella vez participaron 20 personas, quienes se impusieron la pena de recorrer desde el atrio del templo de La Cruz hasta el jardín del mismo recinto.  
Penitentes y observadores pasaron del calor extremo de la tarde al fresco del  anochecer.

Se estimó que  el trayecto tomaría tres horas, el tiempo fue menor, inició el recorrido a eso de las 18:00 horas y concluyó poco antes de las 20:00 horas, ello podría ser la razón por la que, al finalizar, algunos asistentes  dudaban en retirarse o continuar en esos espacios a los que llegaron desde temprano; una vez seguros de que el evento finalizó, rápidamente desalojaron el espacio.

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