Luis Enrique Huerta Martínez, artista callejero y artesano, hace malabares con unas picas de plástico y un balón frente a los automovilistas que esperan la luz verde del semáforo. Cuando comienza a caminar entre los vehículos algunas ventanillas se cierran y desde el interior dicen que no tienen dinero.

Señala que por su aspecto física llega a sufrir discriminación por parte de algunos ciudadanos, a quienes invita a que no se vayan por los prejuicios, “que no se vayan por la apariencia”.

Luis Enrique se coloca frente a los autos que se detienen en el semáforo del cruce de avenida Universidad y la calle Juárez.

Con sus picas de plástico y un balón hace malabares por unos segundos. Ya tiene bien medido el tiempo que dura la luz roja. Acaba unos momentos antes del cambio de luz, el necesario para pasar de coche en coche a recoger unas monedas por el espectáculo dado.

A sus 23 años de edad, dice que tiene alrededor de siete dedicándose a ser malabarista y a las artesanías.

Señala que se interesó en ambas actividades viajando. “Yo no sabía hacer nada de esto. Me llamaba la atención. Estudié en la universidad, pero no me gustaba… no sé, el papeleo, la burocracia… y me gusta más la artesanía, el arte más que nada, expresarle a la gente algo de arte, arte callejero”.

Apunta que estudió en la Normal de Texcoco; quería ser maestro de Historia, quería enseñarle a la gente. Ahora les enseña a sus conocidos artesanías y malabares

Indica que es originario de Querétaro, aunque dice que ha viajado por algunos estados de la República. Agrega que la gente queretana responde bien al trabajo artístico callejero, “no tanto como se espera, pero sí, responden”.

Recuerda que hace unos días tuvo algunos problemas con los policías por su apariencia física y por el trabajo que desarrolla en la calle.

“No sé qué piensen, la verdad. Es el único detalle que he tenido aquí en el semáforo, pero la demás gente apoya, le gusta. Incluso, prefieren verlo a uno trabajando así que drogándose o haciendo cosas así”, asevera.

Luis Enrique lleva el cabello con rastas y tiene varios tatuajes en el cuerpo. Incluso en el rostro tiene algunos discretos. Lleva bermudas y un sombrero rojo, que usa también en su acto de malabares.

“Pienso que es más por la apariencia, ¿sabes? Como que no encaja bien del todo aquí, en el sistema. Además como estamos dentro del primer cuadro, a lo mejor no les gusta que la gente nos vea aquí, en el centro. Tal vez, no sé, pero sí tuvimos detalles con la policía”, comenta.

Mientras conversa, el joven elabora una pulsera con hilo y una piedra. Sus manos cruzan los hilos para tejerlos, usando un poste de señalética vial para apoyarse. Lo hace mientras se toma un descanso del sol de mediodía en la entidad.

Después de un rato, vuelve al crucero; se presenta ante los automovilistas y comienzan a malabarear las picas de plástico y el balón. Cuando alguna de las piezas cae, sonríe y ofrece disculpas a su público, muchos no prestan atención. Luis Enrique, así como muchos otros artistas de la calle, son invisibles.

Otros, le dan unas monedas a Luis Enrique y les responde con una sonrisa, mientras avanza al siguiente vehículo, y luego los torea para llegar a la banqueta y regresar a su lugar.

Dice que en Querétaro hay muchos artistas callejeros. “Hay demasiados. Luego aquí pasan los amigos malabaristas, los amigos artistas. Un rato compartimos semáforo. Estamos juntos, intercambiamos trucos, hay demasiado arte en Querétaro”, abunda.

El último año ha sido complicado, pues la emergencia sanitaria por la presencia del virus SARS-CoV-2 causante de la enfermedad Covid-19, la gente lo ve y se “espanta”, además de que mucha gente no salía de sus casas, reduciendo sus ingresos a la mitad, o teniendo que trabajar el doble para ganar apenas 100 pesos diarios.

“Hay veces que llego desde las ocho de la mañana y hasta las tres de la tarde. A veces llego en la tarde, unas dos, tres horitas nada más”, asevera.

Luis Enrique dice que participó, gracias a su trabajo, en el festival de arte urbano Ozomatli, donde obtuvo uno de los primeros lugares.

El joven artista vuelve al semáforo. Por escasos minutos y con tiempo medido realiza su rutina, luego repite el andar por entre los autos, buscando la retribución por su trabajo.

En promedio, recibe dinero de dos conductores por actuación. Si hay suerte, pueden ser tres o cuatro.

Comenta que sería bueno que hubiera espacios especiales para ellos, los artistas urbanos, para que la gente los conociera más, aprendiera de su trabajo y valorara más este tipo de expresiones.

“Ese tipo de espacios si los necesitamos. Mucha gente no lo valora como tal, como expresión artística. En el festival que participé había gente de otros países y pues uno representa a México y a Querétaro. La gente se admiraba del trabajo, pero en el semáforo la gente te da 50 centavos, un peso”.

“Pero más que nada uno es artista callejero. A mí me gusta estar aquí, en el semáforo, más que en un escenario, pero sí, también me gustaría tener un lugarcito, un centro cultural, algo así. Igual, compartir con la gente, que aprendan un poco, que vean, que no se vayan por las apariencias, por los prejuicios; por esa parte estaría muy bien”, precisa.

Luis Enrique vuelve a la misma rutina de cada tres minutos. Algunos de sus amigos lo observan sentados a un lado; también son artistas urbanos, de los que hay muchos en Querétaro, de acuerdo a las palabras del joven malabarista.

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