Desde hace semanas, el Hospital General se ha convertido en un centro exclusivo para atender pacientes con Covid-19. Los doctores y enfermeras van y vienen con registros en mano, hablando por teléfono, informándose entre sí de cuántas defunciones, nuevos positivos y dados de alta se han contabilizado en las últimas horas.

Son las nueve de la noche y un nuevo equipo médico inicia labores. Una de ellas es Clara Judith Medina Grimaldo, es subdirectora en el turno nocturno, y su trabajo debería ser meramente administrativo, pero en estos tiempos nadie puede trabajar desde un escritorio.

Después de revisar el número de camas disponibles, contabilizar los pacientes en el hospital, doctores y enfermeras disponibles en cada piso, ambulancias, equipo de protección y el ingreso de nuevos enfermos, Clara se dirige hacia el área de urgencias, donde reciben a los nuevos pacientes con síntomas de Covid.

“Doctora, ¿no podemos pasar a algunos pacientes a piso? Tenemos poco espacio aquí”
“Doctora, ¿no podemos pasar a algunos pacientes a piso? Tenemos poco espacio aquí”

La doctora se pone de manera rutinaria el equipo que corresponde a una zona contaminada por el virus, como ahora lo es todo el Hospital General. Rocía su cubrebocas con un spray de aromaterapia con olor a eucalipto. “Me ayuda a relajarme”, dice mientras se coloca también una bata quirúrgica, goggles, cofia desechable, guantes y botas de tela.

Se dirige a la sala de urgencias, donde los pacientes recién ingresados al hospital son monitoreados por el personal médico, la mayoría de ellos duerme, mientras distintos aparatos llevan cuenta de sus signos vitales.

Clara pide a los doctores un informe rápido de la situación, pregunta si falta algo, si alguno necesita material o medicamentos. “Doctora, ¿no podemos pasar a algunos pacientes a piso? Tenemos poco espacio aquí”, Clara da una respuesta negativa, no se tienen suficientes médicos en los pisos, cada área debe trabajar con lo que tiene.

Durante el recorrido, Clara puede involucrarse en distintas situaciones dependiendo de la saturación del área de urgencias. “Me toca hacer de todo, recibir pacientes, darlos de alta, atenderlos si están en urgencias, hablar con los familiares, hago de todo”, comenta.

Cara a cara

El trabajo de Clara no inició con la contingencia sanitaria, sino mucho antes. Desde febrero todo el personal médico trabajó arduamente en reubicar a los pacientes previamente internados, para convertir el Hospital General en la principal zona de atención a personas con Covid-19.

Así fue como los distintos pisos del hospital adquirieron un nuevo funcionamiento según la gravedad de los pacientes. Los enfermos más recientes son internados en urgencias, pero si la situación empeora son trasladados al siguiente piso, y al siguiente y al siguiente; en el último está la zona roja, donde se atienden los casos más graves de Covid-19.

En la institución de salud, médicos y enfermeras viven su propio encierro y aislamiento social; se enfrentan cara a cara contra el virus, y como resultado inevitable, muchos han padecido crisis nerviosas y de ansiedad: jornadas llenas de estrés y angustia al ver que el número de pacientes aumenta, que se agota el espacio, que las labores no terminan.

En sus horas de descanso temen volver con su familia, temen un posible contagio, debido a la exposición de su trabajo, por eso algunos doctores pasan las noches en hoteles para no volver a casa.

“Doctora, ¿no podemos pasar a algunos pacientes a piso? Tenemos poco espacio aquí”
“Doctora, ¿no podemos pasar a algunos pacientes a piso? Tenemos poco espacio aquí”

Otros toman todas las medidas de seguridad posibles antes de ingresar a sus hogares: casi se desnudan en la puerta, se quitan la ropa y los zapatos, ponen todos sus objetos a desinfectar, se dan un baño apresuradamente para que el virus no se extienda dentro de su vivienda.

Clara envió a sus dos hijos fuera del estado de Querétaro, los envió con sus abuelos para mantenerlos a salvo, y eso ha sido lo más difícil en esta contingencia.

“Lo más difícil hasta ahora ha sido separarme de mis hijos, tuve que enviarlos con sus abuelos para no ponerlos en riesgo, para no contagiarlos; eso fue terrible, me deprimí, dejé de comer, sólo me dedicaba a trabajar y cuando estaba en casa ni siquiera podía dormir porque los extrañaba mucho. Tuve que reponerme de eso, tuve que salir adelante de esa depresión, por mi bien y por el de todos”, cuenta.

Pero, además de la tristeza por extrañar a su familia y el miedo de enfrentarse a algo desconocido como esta pandemia, los médicos y enfermeras son más humanos que nunca durante sus horas de trabajo, haciendo lo que pueden para confortar al enfermo y a los familiares.

“Lo más triste de esta enfermedad es que desde que entras al hospital estás solo. Ningún familiar puede ingresar nunca a alguna visita; afuera la familia está angustiada y quiere saber de su paciente, y adentro tratamos de estar lo más cerca posible. Yo misma he comunicado a pacientes con su familia vía telefónica, a veces hemos hecho videollamadas, hago lo que puedo, pero es muy difícil porque muchos de esos casos terminan en muertes”, lamenta.

“Nuestra vida va a cambiar después de esto y debemos tomarlo en serio. A la gente escéptica le diría que esto es real, nosotros lo vivimos todos los días”, dice.

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