Aurelio Pichardo, “Pikis”, manifestó que ser estudiante a finales de los años 60 y principios de los 70 era una frustración por los hechos de la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, en octubre de 1968, lo que fortalecía el rechazo hacia el gobierno y la “represión” del entonces presidente Luis Echeverría Álvarez.

“Todo estaba prohibido: no se permitía la libertad de prensa, la libre manifestación, ni hablar mal del gobierno. El que lo hacía era encarcelado, censurado o lo mataban”, afirmó.

El jueves 10 de junio de 1971, Aurelio formaba parte de la sociedad de alumnos de la vocacional 8 del Instituto Politécnico Nacional (IPN). Decidió unirse a la manifestación como apoyo a la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL).

CUPI. “En el Halconazo yo me salvé de milagro”
CUPI. “En el Halconazo yo me salvé de milagro”

La congregación, refirió, era encabezada por Manuel Marcué Pardiñas. Antes de dar vuelta sobre la Normal en Avenida de los Maestros -casi a la vuelta a San Cosme- había granaderos con altavoces: no había permiso para que estuviesen en la protesta. Los estudiantes lograron pasar a un lado de ellos entre cánticos del Himno Nacional.

“Comenzó a salir la gente. Iniciaron unos chicos a correr hacia nosotros con carrizos -unas varas bien fuertes- y empezaron a golpear a la gente. Me salvé de milagro”, relató hombre que vivió en colonia La Pradera –en El Marqués- y que dio esta entrevista al CUPI antes de fallecer el pasado 15 de mayo de 2021.

Tiempo después, “no mucho, pero sí un rato”, los individuos comenzaron a irse y las agrupaciones estudiantiles se estaban reorganizando aquel “Jueves de Corpus”, pero después de la tormenta no llegó la calma, sino una lluvia de disparos.

Entre los balazos y la persecución, la única opción fue correr. Aurelio evocó las escenas:

Jóvenes tirados sobre el camellón, algunos trepaban bardas para entrar a instalaciones de la Normal. Pero el más vivo recuerdo fue un joven con los intestinos fuera; Aurelio fue grabando cada detalle en su memoria mientras huía.

“Pikis” iba acompañado de un amigo. Corrieron hasta que se subieron a un vagón, recuerda haber pasado por la estación del Colegio Militar y se fueron a Popotla. Afuera de metro Revolución, esperaban integrantes de los “Halcones”.

Relatar los hechos de ese día le generaban coraje, frustración e impotencia. “Fusiles contra las manos, ¡¿pues qué puedes hacer?! Y, además, ¡mataban! No era sólo que te amenazaran, ¡te estaban disparando!”, expresó con miedo.

“Orgulloso” de manifestarse

El enojo que tuvo contra los expresidentes Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría nunca cesó, sobre todo con este último, al que consideró promotor del 68 y del 71. Consideró que “el Halconazo” sirvió para generar consciencia a la población. Se sintió “orgulloso” de haber participado en la protesta.

Sobre los judiciales, platicó que entonces “dizque iban encubiertos, pero se notaba luego, luego los que eran policías, corruptos, desgraciados y con libertad. Ahora sí, como decía James Bond: ‘con licencia para matar’”, los encargados del Poder Judicial podían hacer lo que querían, porque no había alguien que se los negara.

El recuerdo con el que se quedó fue con la unificación de cientos de personas que salían a gritar y luchar por sus derechos, no sólo estudiantes “¡estaba el pueblo!”; tuvo una sensación de no estar sólo ni loco, porque la lucha contra la represión estaba en el criterio de mucha gente.

“¡Que me estaban matando!”, mientras huía sentía cómo los disparos iban dirigidos hacia él, tuvo que correr en S para esquivar las balas.

“Te encontramos y te matamos”

Era Tlatelolco de 1968. Un joven Aurelio Pichardo de 15 años vivía en la colonia Tlatilco en Azcapotzalco, Ciudad de México. Salió de la escuela e iba camino a su casa, pero en Nonoalco se detuvo un coche con policías en su interior.

“¡A ver tu credencial!, ah, eres estudiante. Vas pa’ arriba”, lo subieron al auto y durante el trayecto a Los Dínamos -delegación Magdalena Contreras-, lo iban amenazando y entre insinuaciones de desaparecerlo, lo dejaron libre.

“Te vamos a dejar suelto por esta vez, nada más. Te volvemos a encontrar y te matamos”, dijo entre lágrimas. No sólo lo dejaron en un bosque, también lo despojaron de sus prendas por ser estudiante. Logró salir al seguir el camino andado.

“Llegué, caminé y caminé, nada más abrazándome (…) no andas con esas cosas en esas circunstancias, cuidándote mucho de la moralidad. Entonces, salió un campesino y me dice ‘¿pues qué le pasó?’”.

El señor que lo ayudó le ofreció su chaqueta y lo llevó a un pueblo del que ni recordaba su nombre. Para ese momento aún no era tan tarde; recién se había oscurecido. Recibió canela, un poco de ropa y la ayuda de un señor que lo llevó a una parada de autobuses.

Al llegar a casa, doña María de la Luz Hernández se extrañó por la ropa con la que había llegado su hijo, tuvo que esperar a que Aurelio se bañara para escuchar explicación.

Google News

TEMAS RELACIONADOS