Maribel es una joven de 16 años originaria de Amealco; que hasta hace poco vendía bolsas de plástico en los cruceros junto con su madre y hermanos.

La economía de su familia era tan crítica, que estuvo a punto de abandonar sus estudios, sin embargo fue canalizada por uno de los educadores sociales de calle pertenecientes al DIF municipal de Querétaro, y hoy continúa estudiando el segundo semestre del nivel preparatoria; con esto se convierte en el primer miembro en su familia en alcanzar ese grado de estudios.

La joven emigró junto con su familia a Querétaro capital cuando aún era una niña, sus padres buscaban una oportunidad de trabajo para sacar adelante a sus hijos, y la encontraron en las calles.

Dentro de poco Maribel y sus dos hermanos se involucraron —casi sin darse cuenta— en actividades laborales que implican altos riesgos. Pues vendían diversos productos en los principales cruceros de la ciudad.

Aunque la joven nunca dejó de estudiar, sí recuerda las jornadas extenuantes de trabajo de sus padres, jornadas que a veces también eran de ella.

“Empezábamos a las 10 o 11 de la mañana y no volvíamos a la casa a las 8 o 9 de la noche, era muy pesado porque trabajábamos en el sol, en el frío, en la lluvia”.

Pero lo que recuerda con más dolor, la joven de 16 años, es el desprecio de la gente; el desdén de los automovilistas que simplemente desvían la mirada, suben la ventana y algunas veces incluso insultan y ofenden a los niños vendedores o a los padres de éstos.

Una forma común de invisibilizar la realidad a la que se enfrentan cientos de niños y jóvenes en Querétaro. Al menos 222 según cifras del gobierno municipal.

“Lo que más recuerdo de esos días en que vendía en las calles es que hay personas muy malas, que no te contestan o suben la ventana, te tratan mal. Eso no me gustaba, me hacía sentir triste”.

Maribel trabajaba en las calles junto con sus padres los fines de semana, pues los demás días se dedicaba a estudiar. Fue de esta forma como personal del DIF municipal contactó a sus padres y les habló de las diversas actividades que se realizan en los distintos centros de día.

La joven reconoce que aceptó de mala gana asistir al Centro de Día Jädi, donde desde hace años acude todas las mañana para aprender actividades artísticas, practicar fútbol, acceder a aulas de computación donde puede realizar sus tareas y recibir asesoría de distintos tipos, ya sea personal o académica.

“Desde que vengo a este centro de día hago cosas que no podía hacer antes, puedo usar las computadoras, hacer tareas en internet, vamos a paseos, conocemos otras partes de la ciudad y lo que más me gusta, puedo formar parte de un equipo de futbol y me llevan a practicar dos veces a la semana. Me gustaría ser futbolista profesional” menciona.

La historia de Maribel es sólo una entre decenas que existen en los tres centros de día que forman parte del DIF municipal. En el caso del Centro de Día Jädi, al que asiste Maribel, tiene una plantilla de al menos 100 niños y adolescentes de entre 12 y 17 años; el 70% de estos de origen indígena, que al igual que Maribel provienen de algún municipio serrano y emigran a Querétaro para trabajar, por lo que generalmente se les encuentra en las calles y cruceros junto con el resto de su familia.

Cada uno de estos niños y adolescentes dispone de transporte público municipal para que puedan trasladarse desde su casa hasta el centro de día al que pertenezcan, una vez ahí aprenden actividades artísticas, deportivas y sociales, tienen acceso a internet y asesorías para realizar trabajos escolares, además de desayunar y comer en el centro. De igual forma son trasladados del centro de día hasta sus secundarias o preparatorias para que continúen con sus estudios.

Al Centro de Día Jädi también asiste Abraham, quien comenzó a trabajar en las calles cuando sólo tenía 5 años de edad, junto con su madre vendía parabrisas a los conductores.

Abraham recuerda los día de frío y las tardes sofocantes vendiendo distintos productos en los cruceros; recuerda también la drogadicción y la delincuencia muy cerca de él, todos los días. Situaciones de riesgo que poco a poco se hicieron parte de sus días.

“Hay muchas cosas feas en la calle, la gente te trata mal, hay personas que roban, que se drogan, hay personas que me decían que me subiera a sus carros, decían que me iban a dar dinero o dulces para que me fuera con ellos, pero yo jamás me subí a ningún carro, me iba corriendo”.

Abraham dejó de estudiar durante dos años, los primeros grados de primaria, aunque tiempo después retomó sus estudios.

“Yo veía que mi mamá no tenía dinero para mandarme a la escuela, y pues yo le dije que ya no quería ir, ella se enojó conmigo pero sí dejé de ir a la escuela, aunque aprendí que es mejor estudiar para tener un trabajo cuando seas grande y no estar todo el tiempo en las calles. Mi mamá ahora trabaja en el área de limpieza del municipio, ya no tenemos que vender en las calles, esto está bien”.

Ocasionalmente, varios niños y adolescentes que asisten a los centros de día ayudan a sus padres con las ventas en los cruceros, pues en la mayoría de los casos, ese es el principal sustento familiar.

Sin embargo los jóvenes realizan esa actividad como algo aislado, pues en los centros de día aprenden artes y oficios, además de disciplinas deportivas para que en un futuro tengan mejores oportunidades laborales.

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