José Crescencio Cuéllar Barrón, lapidario de Nogales, municipio de Colón, desarrolla desde 1977 el arte de hacer figuras de mármol y cantera, como una fuente de trabajo propia. Además, también divide su tiempo en el cultivo de la tierra. El trabajo artesanal de José y otros hombres de la comunidad no está libre de riesgos, pues el polvo que suelta el material termina en sus pulmones.

Las figuras que José hace van de los dos centímetros hasta los 50, pero las que más atraen a los compradores y coleccionistas son las miniaturas, que por sus detalles se pueden catalogar como obras de arte.

Instalado en uno de los andadores del primer cuadro capitalino, José espera que los compradores se acerquen. Junto a otros artistas y artesanos, ofrece sus productos. Las miniaturas llaman la atención por la delicadeza y calidad en los detalles que imprime el artesano colonense.

Los inicios

Narra que en 1975 un artesano tuvo la idea de hacer huevos y esferas, comenzando a trabajar con un motor de diésel, pues en la comunidad no había energía eléctrica. Luego, cuando dotaron del servicio a la localidad, usaron otros métodos, lo que también los ayudó a comenzar a hacer las figuras.

“A veces, sí necesitamos del apoyo del gobierno para que nos lleve a exposiciones, a lugares diferentes para que comiencen a reconocer nuestro trabajo y tengamos trabajo para la misma gente del lugar, para nosotros mismos y podamos salir adelante”, indica.

Explica que en hacer cada miniatura, con la experiencia que le han dado los años, tarda alrededor de 30 minutos, usando herramientas especiales, como discos de diamante, lo que le permite detallar las piezas que no rebasan los tres centímetros.

Leones, cerditos, elefantes, hipopótamos, cocodrilos, conejos, lechuzas, el surtido es amplio. José comenta que la finalidad es que la gente pueda tener un surtido más amplio para sus gustos.

Dice que ahora ya necesita usar lentes, que recibe gracias a apoyos gubernamentales, además de que cuentan también con el apoyo para la adquisición de herramientas especiales, para que no desaparezca esta actividad.

Trabajar con materiales pétreos tiene sus consecuencias, pues el polvo fino que desprenden las piezas cuando se trabajan se albergan en los pulmones de los artesanos, lo que ya cobró la vida de aproximadamente 15 personas de la comunidad.

“Lo toma uno como chanza, pero sí afecta. Yo ya me cuido más, porque se muere la gente. Ahorita, los jóvenes ya no quieren seguir este trabajo porque le tienen miedo al polvo, pero con protección se puede seguir trabajando la lapidaria”, apunta.

Para que las nuevas generaciones se interesen en el trabajo artesanal, asevera, han perdido al gobierno que los apoye con herramienta y protección contra el polvo, esperando que sea suficiente para atraer a más jóvenes a la actividad.

Dice que incluso sus hijos se alejaron de la actividad por el temor a enfermar de los pulmones, aunque poco a poco retoman el oficio familiar, ya con las medidas de protección necesaria.

Oficio y trabajo flexible

El trabajo de José como artesano no ocupa todo su tiempo, pues también se dedica al campo, en su parcela, por lo que una parte del día es para actividades agrícolas y otra, para las artesanales.

“Poquito aquí, poquito allá. Hay días que sí le dedico las ocho horas. Cuando trabajo la piedra le dedico las ocho horas. Cuando tengo que trabajar en el campo es un rato nada más”, sostiene.

Sábado y domingo José se traslada hasta la capital del estado para vender entre los turistas su trabajo artesanal, sitio al que llegó a través de un grupo de comerciantes, para vender directamente con ellos, sin intermediarios, sus artesanías.

Una pareja de jóvenes se acerca a ver los productos de José. Su curiosidad los lleva a tomar las piezas y examinarlas con detenimiento, viendo los detalles de los pequeños animales tallados.

Precisa que a los turistas extranjeros les llama mucho la atención esta mercancía. No sólo las miniaturas, pues también hace piezas más grandes, que son igual de atractivas por los detalles que imprime.

Dice que el mármol para trabajar es de la comunidad de Vizarrón. Lo compran en bruto y lo trabajan en Nogales. El ópalo lo extraen de las mismas minas existentes en la comunidad. Otro tipo de materiales lo consiguen en otros sitios, por ejemplo, cuando le encargan algún trabajo especial y cuyo material no se encuentra en la región.

Comenta que la pieza más grande que hace no rebasa los 20 centímetros. Las más pequeñas apenas alcanzan un centímetro, pero hay gente, dice, que quiere todavía más pequeñas, pero no se puede porque el material no resiste cortes más chicos. “Si de por si, hace aire y me las tumba”, añade mientras ríe.

Un grupo de turistas se acerca a ver el trabajo de José, quien orgulloso de su labor observa el rostro de admiración de los paseantes que toman una y otra pieza, pensando cuál se llevarán como recuerdo de Querétaro y de la comunidad de Nogales, donde los artesanos, pese al riesgo que conlleva para su salud, no quieren que esta tradición única de Colón desaparezca, pues les da identidad y una forma de ganarse la vida.

cetn

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