Teresa Olalde Contreras ha sido comerciante en El Tepe por más de 50 años, y dice que ha visto tiempos mejores. La reubicación de puestos de comida en la parte alta del mercado y la crisis post pandemia hacen que la venta de sus tamales y atole baje al menos de 50%.

Teresa, cuya fotografía aparece al frente de su negocio, explica que su abuela fue quien inició el negocio de la venta de tamales asados y atole. “Antes, nadie vendía estos tamales en Querétaro”, dice con orgullo, mientras observa los últimos tamalitos que están en el comal.

“Yo tenía como 16 años cuando empecé a ayudar a mi abuelita. Mis hermanas eran más chicas, yo la más grande. Luego ya mi mamá también se vino a vender, pero yo le seguí con mi abuelita. Se fueron ellas y yo me quedé”, recuerda.

Una olla vacía con restos de atoles evidencia que este fue un buen día, o uno menos malo, pues las ventas de Teresa han ido a la baja desde hace tres años, cuando el mercado de El Tepetate se remodeló tras el incendio que sufrió.

Luego de ello, el lugar fue reorganizado, colocando en la parte alta del mismo a los negocios de comida, como el de Teresa, que está en un rincón.

Dice que no siempre estuvo en el mercado, pues mucho tiempo se instaló en la calle. “He recorrido todo. Estuve desde Luis Moya, donde está La Pila. Luego el mercado. Allá, en la calle fueron 17 años. En el mercado 39 [el anterior] y aquí ya llevamos tres años desde que se quemó”, narra.

“Antes hacía dos ollas de tamales, ahora ni media olla”
“Antes hacía dos ollas de tamales, ahora ni media olla”

Explica que es la misma receta de su abuela para preparar los tamales. Era un negocio familiar. “Era toda la familia. La abuelita, hermanas, tías, mi mamá. Ahora sólo me quedo yo. Unos ya se acabaron [murieron], otros se están acabando. Sólo quedo yo. El día que ya no venga quién sabe qué vaya a pasar”.

Dice que tiene dos hijos con discapacidad. Su hija es enfermera y ejerce su profesión. Uno de sus hijos, quien es sordo, elabora figuras y muñecas tejidas que exhibe en el local, para ayudarse en los gastos, pues las ventas han disminuido considerablemente.

“Antes hacía 50 litros de atole. Ahora apenas hago 20. Aquí arriba [del mercado] ni me hallan, ni saben dónde estoy. Nada. La gente no viene. Antes hacía hasta dos ollas de tamales. Ahora no hago ni media olla. Va todo para abajo”, abunda.

Explica que vende todos los días. Abre a las siete y media de la mañana y cierra a la una de la tarde. Indica que sólo llega a su casa, descansa un poco y comienza la preparación de los tamales y el atole para el siguiente día.

En agosto de 2018 el mercado municipal de El Tepetate se incendió, consumiendo alrededor de 80 locales. A raíz del percance, las autoridades municipales determinaron la remodelación del mismo. En la parte alta quedaron todos los puestos de comida, entre ellos, el de Teresa.

Han sido tiempos duros. La pandemia también afectó sus ventas, se gastaron los ahorros que había cuando se tuvo que cerrar el negocio. Ahora está a la espera de ver qué llega, en espera de mejores números.

Agrega que los domingos es cuando hay más ventas. Sin embargo, cuando tiene que preparar los tamales y atoles para el siguiente día, le tantea “más poquito, más poquito, porque así se vende, un día más, un día menos. Ya lo que disfruté, ya no.”

Para Teresa la reubicación en el mercado le afecta, además que hay más competencia.

Antes, recuerda, eran menos comerciantes. Su abuela era la única que vendía tamales dorados. Ahora en todos lados los ofrecen, aunque destaca que en El Tepe son los tradicionales.

Eran otros tiempos, dice, comenzaban a vender a las siete de la mañana y para las nueve ya habían terminado todo. Por muy tarde, señala, a las 12 del día ya acababa. Ahora, llega la una de la tarde y no termina todo su producto, ni siquiera con el frío se vende más rápido.

Expresa que luego le preguntan por qué no deja de vender y responde que estando “sentada en la casa” nadie le va a llevar de comer. En el mercado, vendiendo, a diario sale dinero para los gastos y mantenerse.

Agrega que su hijo, Marcelino Velázquez Olalde, trabajaba como obrero, pero se quedó sin empleo, por lo que hace muñecas tejidas que ha tratado de vender en el centro de la ciudad, pero le dicen que debe tener un local para ese efecto. La única alternativa es caminar por las calles, cargando con su maleta.

Teresa muestra dos muñecas que ya le compraron. Espera que los clientes lleguen a recogerlas. “Cualquier figura que le digan, la hace mi hijo. Es rápido para hacerlas. Sólo le deben traer una foto”, precisa la mujer, quien lucha por mantener un negocio familiar de más de medio siglo.

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