Daniel pasó días de angustia. Durante una semana pensó en lo que pasaría si enfermara de Covid-19, luego de que su compañero de trabajo le dijera que en su casa un familiar dio positivo al virus.

“Pensé que ya había valido, que tanto tiempo de cuidados, de encierro y de estrés se habían ido al bote de la basura. No sentí molestia o enojo. Sentí temor, mucho temor”, dice.

Pasó una semana desde el último día que vio a su compañero de trabajo. Fue un viernes, recuerda. “Nos despedimos como siempre, de lejos, sin tocarnos físicamente, manteniendo la sana distancia. Siempre traemos los cubrebocas puestos y usamos mucho gel antibacterial. Nos lavamos las manos de manera constante a lo largo de la jornada de trabajo”, recuerda. Eso fue esencial para no contagiarse.

Comenta que siempre utilizó cubrebocas y se lavó las manos de manera constante. Era muy cuidadoso de los protocolos sanitarios recomendados por las autoridades de Salud.

“No soy un jovencito, por eso me atemorizaba más enfermar. Siempre he tenido buena salud. No soy diabético o hipertenso. Eso sí, fumo, pero en general mi estado de salud es bueno. Pero no quiero jugarle al vivo”, explica el hombre que acaba de cumplir los 50 años.

Recuerda que cuando su compañero le llamó para decirle que en su casa había un caso de Covid-19 y que muy probablemente él también estaría contagiado, sintió temor y preocupación.

Le preocupaba su familia, contagiar a su esposa y a sus hijos. También le preocupaba su salud.

“Si me enfermaba lo menos grave era hospitalizarme. Lo grave era morir, dejar a mis hijos huérfanos, a mi esposa viuda. ¿Qué pasaría con ellos, qué futuro les esperaría?

“Los nervios y la ansiedad no me dejaban dormir en las noches. Pensaba en muchas cosas. Pensaba en mi vida, en lo que había hecho. Pensaba en mis familiares que dejé de ver en marzo, cuando la contingencia comenzó. Pensaba que ya no los volvería a ver, que moriría en una cama de hospital, solo, que no volvería a ver a mis hijos. Me levantaba. No dormía”, apunta.

Los días pasaban. Daniel no se sentía mal. Apenas un ligero dolor de cabeza, que relacionó con el estrés que sentía. No tenía ningún síntoma. La ansiedad poco a poco disminuyó. Al tercer día volvió la preocupación.

Un dolor de garganta se presentó. Su esposa también sentía malestar en la garganta. Para el mediodía las angustias se disiparon. Los malestares habían desaparecido. Dormir con una ventana abierta y un descenso de temperatura se combinaron para que las molestias respiratorias se presentaran.

“Nos hacíamos tés, cafés, bebidas calientes, todo para hidratarnos. Para tratar de evitar los síntomas, para ‘asustar’ al virus. Por fortuna, los malestares desaparecían horas después. Aunque lo que me preocupaba era el cansancio que sentía. Me quedaba dormido en los sillones. Quería dormir”, abunda.

La semana para Daniel pasó muy lenta. Se mantenía en contacto con su compañero, quien le platicaba cómo evolucionaba él y su familia con la enfermedad.

“Me decía que tenía dolor de cabeza y fiebre. Que la temperatura subía y bajaba de manera constante. Sin embargo, no sentía falta de aire o malestar generalizado. Que en su caso iba más o menos bien. Que en su familia había dos integrantes que no la pasaban bien, que sus síntomas eran más severos, pero sin llegar a ser graves”, refiere.

Además, dice, al estar más atento a las señales de su cuerpo notaba otros achaques que no había notado antes, como el dolor de espalda baja por las mañanas, así como en las articulaciones.

Decidió llamar a su médico para que le recetara algo para esos malestares. Le recomendó tomar vitaminas y tratar de hacer un poco de ejercicio en casa.

Indica que para distraer la mente un poco, además de trabajar desde su domicilio, se involucró en otras actividades dentro del hogar, como arreglar algunas fugas de agua, el pequeño jardín, limpiar tiliches. Todo lo que pudiera hacer para evitar pensar en la enfermedad.

Sin embargo, todo parecía recordarle el Covid-19. En esos días un amigo de la Ciudad de México le llamó para comentarle que ya había tenido la enfermedad, pero que no se había dado cuenta, pues siempre fue asintomático.

“Me platicó que sólo tuvo un ligero dolor de cabeza por dos, tres días y luego nada, que no sintió ninguna molestia, a pesar de tener una comorbilidad.

Su organismo reaccionó bien contra el virus. Eso me asustó aún más, porque ahora pensaba que el dolor de cabeza de los días previos pudo haber sido síntoma de Covid y no por el estrés”, añade.

Daniel precisa que cuando pueda salir acudirá a hacerse una prueba para detectar anticuerpos o el virus SARS-CoV-2. No quiere vivir con la incertidumbre de desconocer si ya fue portador del virus que ha puesto en alerta a todo el mundo hace ya casi un año.

Google News

TEMAS RELACIONADOS