Antonio Prado Moreno proviene de una familia de artesanos del municipio de Colón, y luego de 30 años de trabajar en el ayuntamiento, jubilado y con tiempo libre, decidió regresar a sus raíces al elaborar sarapes; sin embargo, el entorno es diferente, pues los chinos han acaparado buena parte del mercado y casi toda la materia prima.

Antonio y otros artesanos buscan preservar, a pesar del embate oriental, la tradición de tejer los sarapes como se hacía años atrás.

Al rescate de la tradición del sarape
Al rescate de la tradición del sarape

Con voz pausada, Antonio recuerda que desde niño aprendió a trabajar la lana para la producción del sarape. Dice que el telar que usa actualmente para hacer sarapes lo heredó de su abuelo, José Prado y de su abuela, Jovita Martínez Ferrusca, cuyos abuelos hacían artesanía textil al estilo otomí, aún con su cazuela y un trompo, con los cuales hilaban la lana, después de usar el telar de cintura.

“Desde los 12 años, como en Colón no teníamos estudios secundarios, saliendo de la primaria me dedique a hacer la artesanía textil. Las actividades del artesano, como empresa familiar, son todas. Los niños comienzan con trabajos sencillos como encanillar la lana, peinarla, hacerle punta. Las cosas sencillas, y poco a poco hacen las demás actividades, hasta que culminan con la elaboración de la prenda en el telar”, abunda.

La evolución de la técnica

Comenta que originalmente se procesaba la lana desde que los borregos eran trasquilados, de ahí se pasaba a la carda, que son dos maderas con agujas con las cuales se hacían los tocos, que se iban estirando y dando vuelta en el torno, hasta dejar el hilo.

Actualmente la lana ya la traen procesada de Coroneo, Guanajuato, el punto más cercano donde encuentran la materia prima. Luego hacen los procesos de lavado y tejido en el telar de pedal.

“En un principio fue muy fuerte la competencia porque los chinos empezaron por acaparar toda la materia prima, toda la lana que había la vinieron a comprar, se la llevaron a China y hubo un tiempo en que nos quedamos sin lana-pie, la lana natural de borrego.

“La regresaron con productos industrializados, como unas famosas cobijas que traían la imagen de la Virgen de Guadalupe y que se distribuyeron a través de una negocio. Esos trabajos eran muy económicos en comparación con una manualidad”, explica.

Apunta que un estampado de la Virgen de Guadalupe lo daban en 800 pesos, pero para un trabajo artesanal, estampar a la Virgen puede significar un trabajo que se puede valuar en 100 mil pesos. Pero esa labor puede durar un año.

Antonio dice que la manera de diferenciar un trabajo chino a uno artesanal es en la textura de la lana, y en cómo se va encadenando la lana, así como los colores, pues los que usan los chinos son muy intensos y chillones, mientras que el teñido de los artesanos es opaco.

Productos de concurso

Ignacio Granados y José Rivera acompañan a Antonio a la presentación del Primer Concurso Nacional del Sarape, que se llevará a cabo en el municipio de Colón. Los tres hombres son artesanos de la lana. Muestran sus creaciones que llaman la atención de los comensales del restaurante donde se hizo la presentación del evento.

Dos mujeres observan con atención el trabajo de los tres hombres. Piden verlos, e incluso se los ponen. Las mujeres preguntan dónde los pueden comprar.

Antonio explica que exponer sus productos les hace bien para venderlos, pues al municipio de Colón a veces no llegan los turistas. La última vez que tuvieron ventas numerosas fue durante la grabación de una telenovela en Bernal, en Ezequiel Montes, en donde todos los productos que se vendían y se usaban eran de Colón. Actualmente, incluso en Bernal venden “artesanía” china, en una evidente competencia desleal.

Al rescate de la tradición del sarape
Al rescate de la tradición del sarape

“Como artesanos pueden tardar de tres a seis días en elaborar un sarape, con un costo de entre 800 y mil 200 pesos”.

La diferencia más importante entre una artesanía original y un producto chino es la calidad y la duración, pues un trabajo bien elaborado puede durar hasta 50 años, mientras que un producto industrial no sobrevive más de 10.

Antonio dice que en su taller sólo trabaja él, pues sus hijos decidieron hacer carreras universitarias. “Como aprendí desde niño a hacer todo el trabajo lo hago yo al 100%”.

Hace cuatro meses Antonio regresó a su labor artesanal, pues su anhelo los últimos 30 años era regresar al telar.

Con tiempo libre y preocupado por la falta de mercado para la artesanía textil, dice que pone su granito de arena para que Colón vuelva a tener auge en esta actividad, y que el municipio vuelva a tener el auge y reconocimiento por sus artesanías elaboradas de lana, con la herencia de varias generaciones.

bft

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