David Rueda González y Omar Orlando tienen algo en común: ambos pasaron lejos de sus familias la Navidad y sucederá lo mismo en Año Nuevo. El primero, originario de Guerrero, tiene un año radicando en Querétaro, sobreviviendo de trabajos esporádicos de albañilería y, cuando escasea, lava coches en la vía pública. El segundo, de origen hondureño, apenas arribó al estado con el propósito de llegar a Estados Unidos.

Omar se ubica en el cruce de avenida Cimatario y 5 de Febrero. Espera la luz roja del semáforo para pedir una moneda o comida a los automovilistas que pasan la zona. Un hombre extiende el brazo y le da una rebanada de pizza, que el joven agradece con una inclinación de la cabeza, mientras guarda unas cuantas monedas de un peso en un bolsillo de su pantalón.

Renuente a hablar, Omar explica que tiene 28 días fuera de su natal Honduras, teniendo que enfrentar la soledad y la falta de dinero, se quedó sin éste, viéndose obligado a pedir en la calle para comprar algo de comer y beber.

Explica que siempre trata de buscar un lugar seguro donde dormir, mientras que para la comida, “a veces la gente se porta bien, y a veces no”.

Agrega que lo más complicado de estas fiestas de fin de año es estar lejos de la familia, puesto que extraña estar con ellos. “Igual en Honduras en estas fechas hay violencia, porque el presidente que está no se quiere salir, y ahorita están en protestas, muy feo”.

En Honduras, Omar dejó a sus padres y su hermano, a quienes en estas fechas decembrinas extraña, pero la necesidad de salir adelante lo orilló a dejar su patria, donde se dedicaba a la pesca, que a veces daba para comer pero no alcanzaba para nada más.

Su propósito es llegar a Estados Unidos, para encontrar un trabajo que le permita salir adelante y ayudar a su familia en Honduras, pero las condiciones son complicadas por la inseguridad que se vive.

“Tengo esperanza en Dios, es lo único que nos queda tener, es el único que nos puede ayudar”, subraya.

La Navidad, dice, la pasó en Lechería, en el Estado de México, donde estuvo unos días, mientras que el Año Nuevo espera pasarlo en la frontera México-Estados Unidos.

A su familia le deseó felices fiestas y aprovechó la entrevista para decir que está bien, que teniendo salud, todo está bien, “y si tenemos a Dios, tenemos su bendición”.

Omar regresa a su labor de pedir una ayuda, una caridad por parte de los automovilistas que pasan y que muchas ocasiones apenas dan muestras de que notan su presencia.

Añoranza por la tierra.

David descansa bajo un árbol cerca de las vías del tren, en la zona de Calesa. A un lado de él un migrante guatemalteco platica. Dos garrafones de agua, de cinco litros, están vacíos. El sol ya comienza a calentar en una mañana fresca de finales de diciembre.

El hombre señala que es originario de Tuliman, municipio de Huitzuco de los Figueroa, Guerrero, de donde salió hace un año, buscando mejores oportunidades de empleo en Querétaro.

Dice que trabaja en albañilería y lavando carros, aseando puestos en mercados, entre otros empleos que ha tenido que desempeñar.

En Guerrero, dice“hay poco trabajo y se sufre más. Aquí hay más chance de que uno salga adelante. Allá hay trabajo, pero escaso, pero hay trabajo, sí”.

Mientras David platica, su compañero se retira hacia las vías del tren. La presencia de los desconocidos lo pone nervioso y prefiere no conversar, al tiempo que evita ser fotografiado, quizá para no ser identificado por las autoridades y ser deportado a su país.

David agrega que en Querétaro hay más posibilidades de salir adelante, ya que hay muchos recursos, el trabajo no hace falta y sólo en un par de ocasiones, ante la necesidad, ha recurrido a pedir dinero en las calles a los automovilistas o transeúntes.

Incluso tuvo que dormir en la vía pública en dos ocasiones, puesto que no tenía dinero para pagar la renta de un cuarto, pero, dice, la gente es compartida y lo ayudaba.

David, de 36 años de edad, dice que en su pueblo viven sus padres y sus hermanas, al tiempo que explica que vivió en unión libre, de la cual nacieron dos hijos, quienes explica que “se me separaron desde muy chiquillos”.

Apunta que no ve a sus hijos, debido a que uno los menores era un tanto conflictivo, no quería estudiar y se portaba grosero con sus mayores. Una trabajadora social trató de ayudarlo, pero el chico no quería estudiar y a la hora del recreo se escapaba de la escuela.

Las lágrimas amenazan por escapar de los ojos de David, cuando acepta que estar lejos de la familia es difícil, duro, más en estas fechas, cuando por lo regular todos hacen lo posible por reunirse con sus seres queridos para celebrar la Navidad y el Año Nuevo.

“Se siente duro, pero la vida es una, la vida sigue. Hay que buscarle a la vida y salir adelante”, dice con voz entrecortada el hombre, mientras pasa su mano por sus ojos, para evitar que las lágrimas escurran por sus mejillas.

Agrega que la Navidad la pasó con unos amigos, con quienes compartieron la comida, “no cenamos cosas grandes, pero compartimos lo que teníamos, se siente re gacho estar lejos de la familia. Estos días que me la pasé con los amigos estuvo bien”.

Precisa que en estos días no ha podido hablar con su familia, puesto que le robaron parte de sus pertenencias. Además, comenta, ha estado buscando trabajo, que por la temporada vacacional está escaso, aunque tiene la promesa de tener un empleo en los primeros días de enero de 2018, pese a que enfrenta problemas por no tener todos sus papeles en regla, ya que los necesita para cuestiones del Seguro Social.

Sin que las adversidades logren detenerlo, David se muestra optimista. Piensa que el próximo año le puede ir mejor. “Primeramente Dios saldremos adelante, nada más nos queda echarle ganas. No hay que amargarse la vida, la vida es una”, al tiempo que añade que le gustaría regresar con su familia.

David se dirige hacia la vías del tren, en busca de su compañero guatemalteco, con la esperanza de que el día sea positivo y que termine con un techo para dormir y listos para continuar su marcha.

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