Eran inicios de siglo cuando Ismael, de 58 años, se encontraba al fondo de un camión de mudanzas. No estaba sólo, al menos 30 personas estaban a su lado, escondidos y amotinados al interior de una caja en movimiento cuando un agente de migración los detuvo.

¿Cómo van?, les pregunto el “gringo”.

¡A todo dar!, replicaron los hombres que horas después estaban en los “separos” de Phoenix, Arizona, por su insolencia. Esa noche fue detenido a las tres de la mañana y a las 11 ya estaba con sus connacionales al interior de un cuarto en espera de su sentencia: regresar a su lugar de origen, después de haber logrado “el sueño americano”.

Ismael se ríe a sus anchas al interior de su casa al recordar la anécdota. Con un sombrero hecho de palma y una camiseta desfajada recuerda los tres viajes que hizo al país vecino. El primero en 1999, el segundo en 1998 y el último en los umbrales del siglo 20.

Originario de la comunidad de la Mohonera de Gudiño, ubicada en el municipio de Jalpan de Serra, Ismael Cruz se fue al norte para tener suerte. Al igual que la mayoría de su comunidad (contabilizada en 2010 por el Coneval con un total de 22 personas) viajar a Estados Unidos, representó una buena parte de sus ingresos. Si uno sabe ahorrar, dice, con lo que gana allá en los plantíos de sandía y tabaco, tiene buena parte de su vida resuelta. Sus ganancias de 150 dólares a la semana le representaron, en su tiempo, un mes de trabajo en México.

Sin embargo, los tiempos han cambiado. Cuando Ismael viajó a Estados Unidos en la última década del siglo 20 “estaba fácil”. Lo “peor” que les pasó a sus conocidos fue la deportación. Hoy en día los relatos de desaparecidos en el intento de cruzar la frontera, han aumentado. Como el caso de uno de sus vecinos y su acompañante en el segundo viaje a la Unión Americana, Romaldo, quien desapareció en 2012 al lado de otros tres hombres.

“Cuando se pone difícil es cuando se opone la gente —a la migra—. A uno no lo esposan, no lo regañan, ni nada. Se portan bien. El único castigo es que lo meten a uno como a los separos. Son unos cuartos muy fríos y hay una gota de agua que está cayendo a cada rato, bien fría también y está uno sin comer”, recuerda Ismael y su rostro se ensombrece. Con los años, cruzar la frontera se ha puesto difícil, repite.

La Mohonera de Gudiño está a mil 300 metros sobre el nivel del mar. Los cerros de la Sierra Gorda de Querétaro son la vista diaria de sus habitantes, que se dedican en su mayoría a trabajar en la construcción o a irse para Estados Unidos. El trabajo en la milpa se ha dejado para el autoconsumo.

Tres días de baile. El norte está muy bonito, pero así como es de bonito es de delicado.

—¿Delicado?, ¿Por qué?

—Por los vicios. Hay mucha droga y hay mucho borracho. Para los bailes está peor que aquí. Cuando andábamos allá, había baile desde el viernes, el sábado y el domingo. Había unos que agarraban tres días de baile y a los tres días ya andaban pidiendo dinero para comprar el mandado. Hay muchas cosas —Ismael suspira y hace una pausa— Estados Unidos si es bonito como quiera.

La casa de los Cruz está ubicada al pie de la carretera que lleva a la cabecera municipal de Jalpan de Serra. Se distingue del resto de viviendas por tener dos pisos y pintura en la fachada. La mayoría de las casas, aunque están hechas de bloques de concreto, tienen un sólo piso con dos a tres cuartos. Las que están ubicadas sobre la carretera están en obra gris y pertenecen a los migrantes que radican en Estados Unidos. Se construyen a medida que llegan las remesas.

Inicia aventura. En su primer viaje hacia Estados Unidos, Ismael se fue por el monte y cruzó el desierto. Salió de La Mohonera de Gudiño el 31 de diciembre y el 2 de enero se encontraba en el estado de Florida a más de 2 mil 900 kilómetros de su lugar de origen.

En los noventa no se oían rumores de la migra y atravesar el desierto, en vehículo y a pie, podía ser rápido y hasta seguro, con algo de suerte y un buen contacto. Un morral con comida y una botella de agua era suficiente equipaje para caminar ligero.

—He tenido suerte. De joven… ¡qué tiempos! Me juntaba mucho con gente que había ido al norte y me daban muchas ideas. Una vez me dijo un señor: cuando te vayas al norte, nunca tomes demasiada agua, un traguito nomás. Cuando pases un río o un arroyo, hay muchas piedras chiquititas. Busca una azul chiquita y bien azul, no cualquiera. Llévate unas dos a la boca y cuando te empiece a dar sed, llévatela a la boca. Me decía: ¡Con eso haz de aguantar! Porque la piedra te da saliva y con eso no te da sed.

—La primera vez que me fui nos llevó un guía de aquí. A los tres días ya estábamos allá. Nos fuimos derecho, no rodeamos ninguna vereda y las dos veces que me volví a ir, ya durábamos ocho días para llegar allá. Nos bajamos de la camioneta de este lado y ya del otro, estaba otra que nos esperaba.

La segunda estancia de Ismael en Estados Unidos duró nueve meses. Trabajó en el corte de tabaco a 6.50 dólares la hora en un campo de cultivo en Florida. La primera vez estuvo poco más de un año y se dedicó a la calabaza, el pepino, la sandía y la naranja.

—Me regresaba porque estaba fácil para irse. Es la suerte (…) La vida cambia mucho por allá. Yo había semanas que ganaba 600 o 700 dólares. Que no es todo el tiempo, porque hay temporadas. Si uno tiene una deuda de unos 20 mil o 30 mil pesos, de volada los pagas; pero aquí ¿Cómo pagas unos 30 mil? Está canijo, dice.

Sin embargo, la tercera vez fue la vencida. De nada sirvió reconocer que había intentado cruzar la frontera sin poner resistencia ni justificarse; tampoco sirvió de nada pedirle “chance” a uno de los oficiales para que le diera una oportunidad y lo dejará libre. En el 2000 fue la última vez que pasó a Estados Unidos.

—Un muchacho que era el que nos mandaban para pasarnos, contrató un carro de mudanza y nos echó ahí; pero nunca se le ocurrió revisar el carro y ver si le faltaba aceite. Íbamos llegando allá, cuando el carro empezó a fallar. Daba unos arrancones y migración nos paró. Le preguntó al chofer que a dónde iba y le dijo que ahí cerquita; pero cuando abrió la puerta de atrás nos vio a todos los que íbamos.

Los 30 acompañantes de Ismael eran originarios del estado de Querétaro; la mayoría de los municipios serranos.

—¿Se volvería a ir? Sí, afirma sin dudarlo Ismael, que no se inmuta a pesar de que los peligros y la violencia escalen en la frontera norte. De su vecino Romaldo, quien lo acompañó en 1998 a Florida, no se volvió a saber nada.

—Esa vez que Romaldo se fue me dijo: ¿Sabes qué güey? Me voy al norte pa’ la semana que entra. Me va a llevar mi cuñado. Le dije: ¿A qué te vas güey? Aquí te pago 150 pesos y te vas a arriesgar la vida. Aquí puedes comer con tu señora; pero no, se le hizo fácil. Era muy aventado el muchacho, muy bueno para trabajar. Aquí en Jalpan, había muchos comentarios, que el crimen organizado los había agarrado y en un pueblo de por aquí que se llama La Colgada, decían que los habían visto ahogados; otros decían que los agarraron y estaban secuestrados. Se hizo un ruidero por donde sea.

Ismael hace una pausa y reflexiona: Ahorita pues…no me iría al norte. Tengo mucho que ver aquí. Tengo mis vacas y al menos he de tener unos 100 mil pesos en ellas, se justifica.

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