El cielo luce limpio, abierto, no hay una nube que obstruya los rayos solares que cientos de personas acuden a tomar para, dicen, cargarse de energía. Una de estas personas es Verónica Soria, quien bajo un árbol al pie de la Pirámide del Pueblito, con un pequeño tambor entona unos cantos para recargarse de la fuerza vital.

Verónica, de 30 años, canta en solitario. Su figura, menuda y esbelta, llama la atención de algunos de los visitantes de la zona arqueológica, quienes acuden a la misma para recibir el nuevo ciclo de la vida que, creen muchos, inicia con el equinoccio de primavera, aunque éste sea el 20 de marzo.

Para acceder a la zona arqueológica hay que recorrer una vereda empedrada que serpentea por entre la vegetación de la zona, donde abundan los garambullos y otras cactáceas. La subida para muchos es lenta, van con niños, además, el sol cae a plomo sobre la tierra.

Un grupo de concheros se prepara para danzar al sol. Comen y beben algo, hasta que un vigilante de la zona arqueológica les dice que no pueden comer en esa zona, que para ese fin hay un área especial en la parte baja del lugar. Los concheros, desconcertados de inicio, acatan la orden, pero terminan sus viandas y se dirigen a la explanada donde llevarán a cabo su ritual.

Esencia divina

Verónica dice que fue “a cantar un ratito a la pirámide porque ahorita estoy fuerte en mi interior, y a veces como que la mente y los pensamientos se revuelven, se ponen muy locos. Entonces, en el ejercicio del canto y tocar el tambor encuentro algo que me limpia la mente y regresa a un estado de paz natural, me recuerda lo que soy, esencia divina”.

Señala que desde hace tres años práctica este tipo de ritual con mezcla de meditación. Todo comenzó cuando tiempo atrás fue a un temazcal y un amigo olvidó su tambor. Ella se ofreció a devolverlo, pero se quedó un tiempo con él, por lo que empezó a practicar.

Ahí se dio cuenta que su voz nunca la había explotado, pero con el tambor pudo explorar el canto. “Se dice que el beat primordial es el del tambor. Está totalmente relacionado con el latido del corazón. Dicen que el pulsar del corazón está relacionado con el de la tierra, que a la vez está relacionado con el del universo, entonces es el sonido primordial que nos regresa a la calma. Cuando estamos en el vientre materno, que es nuestra etapa primal, es casi lo único que alcanzamos a percibir como música de fondo, el pulsar de nuestra madre. Al escuchar este beat es como regresar a este tipo de concepción”, apunta.

Verónica señala que en ocasiones se acerca a la fuerza vital a través de talleres de temazcal y danza con temazcal.

Del mismo modo, informa que brinda talleres para mujeres, pues dice que “estamos en la búsqueda de empoderarnos, juntas, como hermanas, de sanar, de perdonar, pero sobre todo de hacer unión colectiva para llevar a cabo nuestros procesos femeninos, el femenino sagrado, con más soltura y ligereza”.

Mientras Verónica explica su ritual muy particular, los concheros llevan a cabo el suyo. Sus tambores resuenan por toda la zona arqueológica. Sus penachos se agitan al aire mientras sus pies se cubren del polvo que levantan con sus ejecuciones.

Previamente, saludaron a los cuatro puntos cardinales con el copal, para que su danza pueda llegar hasta las deidades prehispánicas y pedir autorización a la madre tierra, con quien se funden.

Los caracoles también se hacen presentes. No podían faltar en estas fechas, cuando con rituales que se rescatan de los pueblos originarios de América se celebra el nuevo ciclo de la vida.

Luego de casi media hora de danza, los cuerpos de los concheros sudan copiosamente. La temperatura alcanza casi los 30 grados Celsius. Los asistentes a la zona arqueológica buscan refugio del sol bajo la sombra de los escasos y pequeños árboles, que son insuficientes para proteger a tantos ciudadanos que buscan resguardo del calor.

De blanco para recibir más energía

Es casi mediodía y comienza a llegar más gente. La mayoría visten de color blanco para recibir más energía, dice la creencia popular, aunque también sirve para reflejar los rayos solares y no acalorarse aún más.

La vigilancia en la pirámide es notable. Policías municipales y personal de la misma zona arqueológica se encargan de que los paseantes no invadan las zonas donde no se permite el acceso, que están limitadas por cintas, las cuales muchas personas llegan a traspasar, hasta que el personal de vigilancia les llama la atención y tienen que regresar.

Un menor, de unos cuatro años, no obedece a su padre y aprovecha para pasar a la “zona prohibida”. El padre, un tanto desesperado, manda a su hija mayor por su hermano. La pequeña se apresura para alcanzar al chico y devolverlo con su padre quien voltea alrededor, esperando que nadie haya visto la travesura del menor.

Los concheros toman un descanso, mientras otro grupo más reducido comienza con sus ejecuciones de danza. Lo rodean los visitantes, que poco a poco aumentan en número. Otros grupos llegan a la explanada principal de la pirámide jadeando.

Pasado el mediodía algunos de los visitantes comienzan la retirada. Algunos pasan al puesto de hidratación que las autoridades del municipio de Corregidora instalaron para evitar que sufran insolación por el calor extremo.

Para descender de la zona arqueológica se hace por otra vereda de tierra, también serpenteante entre la vegetación y otros vestigios arqueológicos.

A un costado del estacionamiento se ubica un tianguis con artesanías y comida, que es visitado por quienes desean llevar un recuerdo o comer algo antes de llegar a casa tras cargarse de energía.

Los elementos de Protección Civil permanecen atentos ante cualquier contingencia que pudiera presentarse, aunque el día parece tranquilo, con una afluencia copiosa, pero en orden, pues de lo que se trata es de estar en armonía con el universo.

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