Josué Quino, hoy residente de Querétaro, narra sus recuerdos del 19 septiembre de 1985, cuando vivía en un departamento en Tlatelolco y vivió en carne propia el sismo de aquel año.

“Ahí aprendimos que lo más importante es la comunidad, compartir aunque sea lo poquito que tienes, porque para otra persona eso puede ser mucho”, afirma.

Residente del doceavo piso del edificio Allende, el activista y fundador de la organización Teatro y Sida, narra que en aquellos años, vivir en Tlatelolco era especial. El sitio era muy exclusivo, pues incluso artistas tenían departamentos en la unidad habitacional.

En aquel entonces, Josué Quino vivía con una pareja en Tlatelolco. Incluso, como anécdota, recuerda que un día antes había ido por una vajilla roja que tardaron mucho tiempo en obtener y que jamás estrenaron. Tras el terremoto, estuvieron viviendo un par de días con los papás de su pareja, hasta que regresaron a ver cómo estaba su departamento.

Ese día había decidido que no iba a trabajar. De pronto, todo se comenzó a mover, el muro “escupía” ladrillos y todo se llenó de polvo. Él estaba en shock, no sabía qué estaba pasando.

"El sismo del 19 de septiembre nos enseñó que la comunidad es lo más importante"
"El sismo del 19 de septiembre nos enseñó que la comunidad es lo más importante"

“No me caía el 20”, señala. Su pareja lo abrazó y comenzó a rezar. Pero él estaba bloqueado. Incluso, después del temblor quería ir a trabajar.

Antes de irse ese 19 de septiembre a otro lugar, durante todo el día ayudaron a remover escombros del edificio Chihuahua, del cual se habían venido abajo dos módulos. Nunca se dio cuenta de la hora, hasta que empezó a sentir el cansancio y dolor en la espalda.

Recuerda que tras el sismo del 19 de septiembre la gente ya no regresó a sus departamentos, pues los edificios dañados eran peligrosos, pero no podían dejar de vigilar sus pertenencias que estaban dentro, ya que temían a la rapiña que se da en todos los eventos de este tipo.

A sus vecinos de las colonias cercanas, como Santa María la Ribera, Guerrero, Peralvillo y Tepito, los veían con cierto temor, pues creían que a Tlatelolco iban a robar, pero un día cambió esa visión que tenían.

Comenta que en el mismo Tlatelolco había divisiones, pues quienes vivían en los edificios chicos, donde los departamentos eran más pequeños, eran “los pobres”, contrario a quienes residían en las torres, donde los departamentos eran más grandes y más caros.

Pero al final se hermanaron en el dolor, la lucha, la resistencia, en un movimiento que duró muchos años, y no sólo la unión de la gente del interior de Tlatelolco, también de los habitantes de los alrededores.

“La gente de fuera de Tlatelolco nos dieron cachetadas con guante blanco, porque sabíamos que (o creíamos) era gente que venía robarnos y asaltarnos. Y sí, algunos, como muchos de Tlatelolco iban a otros lados, seguramente, pero nos dieron la gran lección que nos llevaban tortas, agua, ropa, medicinas. Había señoras, con el paso del tiempo, que daban chance de irse a bañar a sus casas gratis.

“El sismo nos permitió sacar, descubrir, esas cosas hermosas que como seres humanos tenemos muy escondidas, por temor a que abusen de nosotros, como los tlatelolcas hicimos con mucha gente que llegó a ayudarnos y no sabíamos”, indica.

Narra que en una ocasión “agarraron” a unos chicos con unas cajas. Una vecina les venía pegando junto con sus hijos.

Acusaban a los muchachos, de 14-15 años de haber robado cosas de los departamentos.

Los niños lloraban mientras les preguntaban qué se habían robado.

“Abrimos las cajas y estaban llenas de tortas, de bolsitas con agua que llevaba la gente de las colonias de alrededor a todos los que estábamos cuidando nuestras cosas… cómo nos habíamos vuelto gente mala”, recuerda Josué mientras sus ojos empiezan a humedecerse.

Con el tiempo y los días esperando respuesta a sus demandas de vivienda, Josué organizó, en sus ratos libres, después de ir a trabajar, el área cultural de los damnificados, haciendo lecturas, montando obras de teatro.

Se comenzaron a dar talleres, con la participación de Alicia Mendoza Rangel, y se solicitó a las autoridades del entonces Distrito Federal unos módulos para que la gente dejara sus cosas.

Asimismo, Mendoza Rangel les enseñó aromaterapia, acupuntura, digitopuntura, porque la gente estaba enferma de los nervios, estaban asustados.

Mientras que Josué creó El purgatorio artístico, donde presentaba obras de teatro, creando poco a poco un “nuevo Tlatelolco en el piso, porque nadie vivía en los edificios”, explica.

Un sector de los habitantes de Tlatelolco que se hicieron visibles tras el sismo de 1985 fueron los residentes de los cuartos de azotea, que sólo existían en los edificios más altos, pero que para la mayoría de los habitantes de la unidad habitacional pasaban desapercibidos.

Con los años, Josué reflexiona sobre el actuar de las autoridades, de la sociedad, de cómo cambió la ciudadanía.

Aprender a no temer exigir a las autoridades que trabajen y cumplan con su deber con el pueblo. Aprender que la sociedad organizada es una fuerza imparable.

“Tlatelolco de antes ya no es como el Tlatelolco actual. Antes sí había mucha división social, mucha gente que creía que era mejor… Si no nos unimos no somos nada”, puntualiza.

El sismo del 19 de septiembre de 2017 le hizo recordar todos los aprendizajes de 1985, de sus vecinos, los héroes anónimos. Los recuerdos ahora son gratos, porque se está vivo.

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