“Me programé desde joven. Me dije: Si Dios me deja, un día ya no voy a poder trabajar y ya no me van a dar trabajo. Entonces estudié un poco de vocalización en la Casa de la Cultura de Morelia, y con la guitarra y mi voz me gano algo”, afirma Jesús Peña Zavala, quien con su instrumento en mano recorre las calles de la cabecera municipal de Pedro Escobedo.

Originario de Ex Hacienda de Guadalupe, municipio de Tarímbaro, Michoacán, Jesús dice que vivió mucho tiempo en Morelia, pero ahora radica en Pedro Escobedo, junto con su esposa y una de sus hijas.

Desde hace 15 años toca la guitarra como una forma de ganarse la vida, pues como albañil, oficio que desempeñó toda su vida, ya no puede trabajar, porque sus rodillas y el cansancio natural de la edad ya no le permiten laborar al ritmo que requieren los nuevos tiempos.

“Gracias a Dios, ando a gusto. Me siento feliz, disfruto las canciones, las vivo, me siento a gusto y vivo muy feliz así. Ojalá Dios me deje seguir caminando para seguirle echando ganas, si no, hasta donde Él quiera y nos vamos”, dice Jesús, de 65 años de edad, que cumplió el pasado 10 de febrero.

Las plazas de la cabecera de Pedro Escobedo se llenan con sus notas y sus canciones. Recorre los locales, principalmente de comida, donde los clientes le piden canciones, y si las tiene en su repertorio, se las interpreta con sentimiento.

Comenta que desde las 10:00 horas comienza a caminar por las calles del municipio que adoptó como hogar. Suele recorrer varios sitios, dependiendo del día. Los viernes acude a un restaurante donde lo dejan tocar y se pasa casi todo el día.

Enfatiza que en Pedro Escobedo le va bien, ya que la gente es amable y cooperativa, además de que gustan de la música que interpreta, y “para la papa sí sale, y un poquito más”.

“Donde sí me fallaron fue en Querétaro (ciudad), porque casi no dejan tocar en las restaurantes. Me decían: aquí no dejamos. En otros, aquí no dejamos. Es muy difícil que te dejen tocar. Aquí, en Pedro Escobedo, sí. La gente es amable. Como ya me conocen un poco más, nada más me sonríen y me dicen que le eche”, indica.

Es padre de nueve hijos, “hice bastantes”, dice mientras ríe. Recuerda que cuando tuvo a su noveno hijo le comentó a su esposa que había que conseguir dinero para un método anticonceptivo permanente. Sus vástagos, cuatro mujeres y cinco hombres, el menor de 22 años, son personas de bien, subraya, algunos son globeros y les va muy bien.

“Todos son bien trabajadores, porque siempre les inculqué que siempre hay que andar con el sombrero, con la gorra o con la cara bien en alto, que nadie les diga ‘ése es ratero, ése es bandido o ése es marihuano’. Párense donde sea y no le deben tener miedo a nada. Ustedes se van a ganar la vida decentemente y trabajando. Y lo que le van a dar de comer a sus hijos es por medio de su trabajo. Y gracias a Dios, sí. Ninguno me salió huevón o mala gente ni matones”, asegura.

Hombre de fe, precisa que a lo largo de su vida cuando ha estado en peligro siempre se encomienda a Dios, pues “no quiero hacer ni quiero que me hagan”, lo que lo ha llevado a tener una vida digna, lejos de problemas con la justicia.

Jesús interpreta “El mil amores”. Las notas salen de su guitarra, mientras que los comensales de un local de consomé de res disfruta de sus platillos. De la tienda de películas “probadas y caladas” sale el dependiente para ver quién canta y escuchar por unos momentos la melodía que interpretaran Pedro Infante y Miguel Aceves Mejía, entre otros cantantes.

Relata que el trabajo de albañilería antes era más difícil, pues ahora en las obras se usa mucha maquinaria que hace unas décadas no existía, ahora ya no es complicado.

A Jesús le tocaron otros tiempos, cuando para hacer un colado y un piso en una construcción de más de dos niveles, había que subir por escaleras improvisadas con tablas. Como peldaños se usaban unas maderas.

“Antes, en los 70 era a puro bote, y subir y bajar, subir y bajar. Dijera hacían unas escaleras bonitas, pero no. Eran unos andamios de dos vigas, máximo tres, y correr y correr, para arriba y para abajo. Era terrible. Ahora está tranquilo, no deja de ser pesado, pero ya es menos”, abunda.

Su esposa siempre ha sido ama de casa. Él ha se ha encargado de la manutención familiar durante todo el matrimonio, formado a la vieja usanza, donde la mujer no salía a trabajar y era el hombre quien tenía que proveer todo lo necesario para el hogar.

Sin embargo, reconoce que en su matrimonio no todo ha sido “miel sobre hojuelas”, pues su cónyuge ha padecido algunas situaciones.

“Siempre sufren con uno. Me da pena, pero a veces fallé. Fui muy viejero, muy enamorado y sí la descuidaba. Pero me puse las pilas. Le dije ‘qué ocupas, qué necesitas’. Ahí la llevamos. Es como todos, tenemos nuestras altas y nuestras bajas. Los errores los ves ya cuando estás más maduro”, abunda mientras su rostro se torna serio.

Es casi el mediodía. Jesús, con su sombrero y camisa blanca, no sufre por el calor de Pedro Escobedo. Su piel curtida por los años en las construcciones, bajo los rayos del sol, lo ha hecho resistente a los climas extremos.

La gente busca una sombra, o trata de evitar lo más que pueda exponerse al calor vespertino, antes de ir por los niños a la escuela. Los locales de comida, como carnitas, tacos de guisados, consomé y gorditas, lucen medio llenos, pues ya se acerca la hora de la comida y la del almuerzo ya pasó.

Aun así, Jesús camina por las calles cercanas a la Presidencia Municipal del lugar que adoptó como su hogar.

En un local de carnitas un joven le pide un par de canciones a Jesús, quien saluda con naturalidad al encargado, un hombre de mediana edad, con quien intercambia un par de palabras y luego comienza con sus canciones. “Serenata huasteca” es una de las elecciones del joven que come sus tacos de carnitas “surtidas”. Jesús recorre la calle Heroico Colegio Militar, que está a una cuadra de la avenida Panamericana, llamada así por ser el antiguo trazo de esa vía. En la calle, que lleva a la parte de atrás de la Presidencia Municipal, hay varios locales donde este juglar michoacano puede detenerse y deleitar con sus interpretaciones.

Los tacos saben mejor con música en vivo, que interpreta Jesús con sentimiento y con los conocimientos que adquirió años atrás.

Dice que Michoacán “está medio feo”, principalmente en el aspecto económico, seguido por la inseguridad.

“Más que nada la economía. Es que allá no había trabajos. Hace poco fui y creo que ya hay un poco más de trabajo, estaba escaso. Al ayuntamiento estuve yendo, porque una vez me enfadé de la guitarra. Nada más me daban citas y me echaban mentiras. Les decía que para qué me mentían, para qué me mandaban a lugares donde no me iban a dar chamba, a donde voy a gastar en balde”, lamenta.

Por eso decidió mudarse a Querétaro, donde halló una oportunidad para ganarse la vida, algo que no esperaba encontrar.

“De haber sabido que Querétaro iba a estar como está, desde cuándo me hubiera venido a trabajar de albañil o de otro trabajo. Pero quién sabe. A lo mejor no le tocaba a uno”, dice.

Acá, puntualiza, no hay mucho crimen ni drogadicción; en Michoacán dejaron que creciera y se salió de control, aunque añade que ya es menos esa situación, pues la última vez que fue a su tierra percibió un cambio, pero “hay que vivir a donde uno se acomode”.

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