Un ámbito azul celeste, intenso como el sol. Un campo verde brócoli, que dos mujeres usan para alejarse unos pasos del filo de la carretera. Los vehículos pasan como bólidos sobre la 57, rumbo a El Colorado, en donde los antreros barren la noche anterior.

Las once de la mañana. Bajo la copa de un árbol, las sexoservidoras han dispuesto sobre sus cabezas, colgado de dos ramas, un rebozo rosa. El techito es como una “señal” para sus principales clientes, los traileros.

“¿No es peligroso estar aquí?”, es la primera pregunta que hace el enviado de EL UNIVERSAL Querétaro a las mujeres, una vez que explica el motivo de la visita.

“Pues sí cojo pero no estoy manca, cielo, me sé defender”, contesta sin chistar una de ellas. Voz ronca y tono evidentemente costeño. Parece hacerle gracia la pregunta.

La otra dama esconde dentro de un bolsón de lona una botella, que al parecer es de licor. No habla ni sube la vista. Algo le aqueja.

Sin embargo, la primera de ellas es afable en demasía y dice no tener problema para difundir sus problemas.

Pelo negro con tajos rubios, 46 años de edad. Nació en un pueblo del estado de Veracruz, pero “ya casi soy de Querétaro, mis dos hijas son de aquí”, advierte.

Ha vivido en varios lugares de la entidad, pero ya tiene tiempo en La Piedad, municipio de El Marqués, en donde queda cerca la escuela primaria de sus dos pequeñas.

Justifica a su compañera, quien parece no querer saber nada de la charla y frunce el seño, cerrando los ojos y agitando la cabeza.

“Está encanijada, no trae ni una monedita. Así andamos todas, arrastrando la carreta”, dice.

Su amiga habla por ella y cuenta que ayer fue a El Ahorcado (un bar del municipio de Pedro Escobedo) a buscar trabajo, pero que no la aceptaron porque sólo quieren a menores de 30.

“Mira… quieren puras mocositas así”, ilustra la jarocha, simulando en el aire un cuerpo femenino muy torneado.

Respecto a los otros antros de la región, la chispeante dama dice conocerlos todos. Estuvo hace años en la Casa del Prieto. “Ese tenía hotel, alberca y toda la chingadera”, refiere. Luego, trabajó en La Farmacia, “un cochinero” que se ubica en la cabecera municipal.

Posteriormente, cayó en Los Lobos, un antro que se encuentra en El Sauz, sobre la Panamericana; pero aquél lugar fue cerrado hace unos meses y, por ese motivo, “nos echaron a la calle a toditas. Éramos como 200, imagínate. Sí que estamos fregadas, cielo”.

Su nombre no es Azucena, pero dice que así le gustaría ser nombrada. Para el futuro, le preocupan sus hijas, que salgan adelante y también su salud, lamenta no tener seguro o un médico al que pudiera recurrir, a excepción de un amigo suyo, que es enfermero en el IMSS. A veces pasa por aquí y la lleva a dar la vuelta.

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