María de Lourdes Barradas y Roberto Pliego Martínez tienen algo en común: dejaron de fumar. Ella, hace apenas 17 días; él, ya cuatro años. En el Día Mundial sin Tabaco, que se conmemora el 31 de mayo, ambos coinciden en que ha sido una buena decisión, “porque tarde o temprano el tabaco mata” y “el miedo no anda en burro”.

Lourdes, ama de casa, de 41 años y madre de tres hijos, narra que empezó a fumar en su adolescencia, a los 16. “Crecí entre cigarros. Mi mamá fumaba, mis tíos fumaban. Siempre íbamos en el coche y con el cigarro. Terminando la secundaria me empezó a llamar la atención, los compañeros fumaban en la escuela y te dan la prueba; y, como ya traía la costumbre, me mandaban a la tienda por los cigarros”, indica.

Cuenta que decidió dejar el hábito de fumar por salud, pues sus hijos todavía están chicos (17, 14 y 11 años), además de que su hijo mayor ya fuma: “Malamente lo adquieren por herencia. Mi esposo fumó algún tiempo, pero era un cigarro en la mañana y uno en la noche. Ya había intentado anteriormente dejar de fumar, pero lo dejaba tres meses y volvía a caer, pero porque mi esposo también fumaba”.

Recuerda que al día llegaba a fumarse una cajetilla entera. Su primer cigarro era a las seis de la mañana, casi al despertar. Inclusó su dependencia llegó al grado de levantarse de la cama para salir a la calle a buscar una tienda o farmacia donde vendieran cigarros, en caso de se acabara la cajetilla, “o andas buscando en el bote de basura. ¡Qué pena!”, comenta entre risas.

Dice que el motivo por el que dejó de fumar, además de sus hijos, fue que ya se sentía muy cansada: “Ya no respiras igual, ya no tienes la misma condición, roncas, entonces, lo haces por salud, por tratar de estar mejor. Además, sabes que tarde o temprano te va a matar, y ya entrados los 40 ya no es tan fácil, ya empiezas a padecer cosas si no te cuidas”.

Detalla que uno de sus vecinos enfermó hace un año e incluso ya tiene cáncer pulmonar “y el miedo no anda en burro. Me platica que llegó al hospital, que le metieron una aguja por un costado y le tuvieron que sacar agua de los pulmones, que lo que le hicieron fue dolorosísimo... la desesperación de no poder respirar. Me han dicho que de las peores muertes son por enfermedades pulmonares. Qué miedo que un día no puedas respirar”.

“Todo se acomodó”

Cuenta que su vecino le comentó que hay una clínica de tabaquismo en el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado (ISSSTE), y aunque no le prestó mucha atención, en alguna ocasión tuvo que ir a la dependencia a un asunto que finalmente no pudo concretar, por lo que aprovechó para acudir a la clínica contra el tabaquismo.

Recuerda que todo “se fue acomodando” de manera perfecta para ingresar a la clínica, pues a pesar de no ser derechohabiente, la inscribieron de inmediato y comenzó su tratamiento en los primeros días de mayo.

“Conmigo se han portado increíble, me han dado una atención como si fuera derechohabiente, la sicóloga es una persona muy seria, muy inteligente, sabe su chamba en cuestión de tabaquismo. El grupo que se formó es muy padre. Me han dado seguimiento, pasé con el médico, me mandaron el medicamento y ahí la llevo...”, comenta Lourdes, mujer de trato agradable y sonrisa franca y espontánea.

Explica que la terapia consiste en 12 sesiones de una hora, aunque en realidad ésta se vuelven de dos horas, por lo animado de las reuniones. Luego sigue una cita para un chequeo general y después le dan la receta del medicamento para mitigar la ansiedad, el cual —advierte— es muy caro de adquirir en farmacias.

“Tomando las pastillas dejas de fumar, pero si en paralelo llevas una orientación, un apoyo, es mejor, es lo que a mí me está sirviendo”. Subraya que el apoyo de su familia es esencial. Parte de la decisión de dejar ese hábito fue porque le molestaba que le dijeran que olía mal y que tenía que salirse de donde estuviera. Hoy, Lourdes dice que su vida es otra, incluso la comida le sabe mejor. Sus sentidos son otros, respira mejor y está menos cansada. Acepta que siente sueño y ansiedad, “pero para eso sirve el medicamento”.

Un punto de quiebre

A la charla se une Roberto, restaurador de arte de 60 años. Dejó el hábito hace cuatro años. Recuerda que llegaba a fumar hasta 50 cigarros al día, se terminaba hasta dos cajetillas.

“La cantidad de dos cajetillas fue desde los 16, 17 años, cuando iba a la prepa, ya tenía mi récord de una cajetilla, cajetilla y media, pero a lo largo de 40 años fueron dos cajetilla diarias. Dejé de fumar hace cuatro años”, indica.

Roberto, de voz tranquila y estilo hippie, señala que es una tontería que los fumadores digan “de algo me voy a morir”, porque no hay dos cuerpos iguales: hay unos que tienen mayor resistencia que otros, pero al llegar al punto de quiebre se dan cuenta del error que cometieron al fumar tanto tiempo.

Narra que como restaurador de arte necesita viajar mucho. Cuenta que una ocasión, viajando a Tepoztlán, Morelos, el aire acondicionado del vehículo le afectó, sintiendo que enfermaría de gripa, pero en realidad fue pulmonía. Al otro día no se pudo parar y no podía respirar.

“Ahí tomé la decisión. Dije que no quería morir así, con la falta de oxígeno y al otro día ya no pude levantarme. Llegó el doctor y estuve un mes en Morelos para que me pudieron trasladar a Querétaro. Aquí al acudir al médico la doctora me dijo que no me daría más tratamiento, ni medicamento, y que me tenía que incorporar a la clínica de tabaquismo”, asevera.

Asevera que lo más complicado del proceso de dejar de fumar fue el síndrome de abstinencia, pues el organismo que se está desintoxicando presenta malestares que son complicados de sobrellevar, “pero es manejarlo mentalmente, usar distractores para no caer en la tentación”.

Fumar es como una relación sentimental

Lourdes y Roberto intecambian opiniones. Aseguran que el mito de que “el cigarro relaja” es mentira, pues ellos se podían fumar un cigarro y en menos de media hora ya querían otro. Roberto además recuerda el daño que se le hace a los hijos con el humo.

Compara el hábito de fumar con una relación sentimental. Para salir y poder avanzar es necesario cerrar el círculo. Añade que cuando se deja de el hábito y se recae se fuma con mayor ansiedad y en mayor volumen.

Precisa que como parte de la terapia se incluye escribirle una carta al cigarro, pero él incluso le hizo una comida al tabaco.

“Fumé pipa, fumé puro, fumé cigarrito, con el tabaco en general. Les dije: ‘gracias por acompañarme este tiempo. Fueron muy importantes en mi vida...’ hasta me voy a poner a llorar...

“Es algo doloroso, como cualquier relación, y la vuelves a recordar, pero te hacía mucho daño. Entonces es mejor ponerle punto final al asunto y respetarnos uno a otro. Yo veo fumar a los demás y no les digo nada. Tomarán su decisión y mi deber es sugerir”, subraya.

En la clínica del ISSSTE, puntualiza, la atención es integral, pues dan atención médica y apoyo psicológico integral.

Ambos ríen, platican su victoria sobre un enemigo poderoso, brutal, que controlaba sus vidas y que a la larga terminaría irremediablemente con las mismas, pero tuvieron la fuerza de voluntad y la entereza de dejarlo y vencerlo, además de pensar en su familia y en sí mismos para mejorar su calidad de vida.

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