Cuernavaca.— Ángeles Sánchez buscó ser madre durante cinco años, cuando por fin lo consiguió, su bebé nació prematuro, a los seis meses de gestación, y eso le provocó el desprendimiento de la retina y a la postre ceguera.

“Le pedí a Dios con todo el corazón que me mandara un hijo, pero no sabía cómo guiar a un niño con discapacidad”, dice Ángeles.

La mujer cuenta que la discapacidad de su hijo, actualmente de 15 años, la obligó a tocar todas las puertas posibles para buscar ayuda y así llegó a un Centro de Atención Múltiple (CAM), con sede en Yautepec, oriente del estado, donde comenzaron las terapias para Ángel, su hijo invidente.

De ese CAM la enviaron a Cuernavaca, al estadio Centenario, sede del Instituto del Deporte y Cultura Física del Estado de Morelos, donde todos los sábados entrenan futbol sonoro un grupo de niños invidentes y otros con debilidad visual. También hay niños con síndrome de Down. Su entrenador Fernando Pontón, representante de la Casa de Inclusión Ponti, comparte su experiencia acumulada como expreparador físico del equipo de futbol para ciegos Los Topos, del estado de Puebla.

Fernando se trajo la idea a Morelos, porque no hay equipo de futbol, decidió formar la Casa de Inclusión social, y convocar a niños invidentes y con otras discapacidades para formar el equipo de Leones Blancos de Morelos, dice Daniel Alejandro López Machín, otro entrenador de la Casa de Inclusión Ponti.

Entrenamiento

Sobre el pasto sintético las niñas y niños ciegos, con síndrome de Down u otra discapacidad, corren tras el balón sonoro, un esférico que tiene una especie de cascabeles para motivarlos a correr tras la pelota y anotar gol. En este espacio los padres de familia conviven y comparten retos y soluciones a los discapacidades de sus hijos; se reconocen como iguales.

En esta cancha, contrario a los equipos con jugadores con vista regular, los espectadores guardan silencio cuando el niño busca el balón con cascabeles, de otra forma podrían confundirlo.

Los futbolistas corren inseguros, estiran las manos para buscar apoyos, pero sus “guías”, adolescentes y jóvenes voluntarios que apoyan los entrenamientos, los orientan con los gritos de “¡aquí, aquí!”, para conducirlos al sitio donde se encuentra el balón.

En respuesta, los niños invidentes deben gritar “voy, voy”, para hacer saber que atienden las instrucciones de sus “guías”.

Este tipo de terapias, dice doña Ángeles, sirve mucho a los niños con discapacidad, porque si familiares de un niño ciego no lo mueven, ellos se quedan estancados, no hacen nada.

“Por eso lo traigo, para que sepa lo que es correr, lo que es el deporte, porque nuestros hijos aprenden a través de uno. Nosotros somos sus ojos y a través de uno ellos conocen el mundo.

“Un médico me dijo que la discapacidad no va a estar en mi hijo, sino en la forma en que lo guíe y cómo lo oriente. Le falta adquirir un poco de confianza, pero cuando ellos toman confianza solitos ya se desplazan”, comenta Ángeles.

Google News

TEMAS RELACIONADOS