El ir y venir de vehículos se ha reducido en los últimos días. Los clientes también han dejado de hacerles la pregunta habitual: “¿Cuánto?” Y las respuestas del cuánto, cómo y dónde no se han escuchado tan seguido.

Diana, Vanessa y Mayra, tal vez no se conozcan entre sí, pero tienen mucho en común. Las tres se dedican a la misma actividad. Varios días a la semana se instalan sobre la carretera Texcoco-Lechería, que se ha convertido en una zona roja diurna.

Algunos kilómetros de distancia las separan. Diana está a la altura del poblado de Tequisistlán, en Tezoyuca. Vanessa, cerca de la entrada principal a San Salvador Atenco y Mayra en el límite de ese municipio con Chiconcuac.

Diana, una muchacha del occidente mexicano, vestida con botas color miel, pantalón de mezclilla ajustado, una blusa de color rosa, con su cabello lacio bien peinado, hasta la altura de los hombros y con ojos grandes, característicos de la gente de la Perla Tapatía y maquillada, está parada al lado de un hotel que quién sabe si tenga alguna estrella por su calidad.

Con una sombrilla en la mano para cubrirse de los rayos solares de este día primaveral de marzo, donde el termómetro marca 30 grados centígrados, esboza una sonrisa entre nerviosa y desconfiada ante los pocos conductores que se detienen frente a ella.

Sin moverse del sitio en el que lleva más de cuatro horas de pie responde el precio de su tarifa al hombre que detuvo su auto para preguntarle cuánto.

Al lado de Diana hay otra chica, también maquillada, con pantalón ajustado, con una blusa azul claro y con una sombrilla para que no la queme el sol, a la espera de que la pregunta del cuánto se convierta en un servicio pactado.

La contingencia del Covid -19 también ha afectado a esta actividad en la que los abrazos, las caricias compradas por algunos minutos, son casi obligados, así como el intercambio de fluidos corporales.

“No los atendemos si vienen con un poco de gripita, les tenemos que decir que no, usamos nuestro gel antibacterial y si vienen con su cubre boca por sí y por no, no pasamos, entonces estamos rechazando un poco de gente”, contó Diana.

Este “deporte extremo” como le llaman algunos ha aumentado su riesgo por la pandemia del coronavirus. Las chicas que se dedican a ese negocio han decidido parar durante varias semanas para no contagiarse o contagiar el Covid-19, en caso de que lo hayan adquirido.

Mayra, una veinteañera que se entretiene con su teléfono celular, sentada sobre una estructura de cemento sobre la carretera Texcoco-Lechería, casi en el entronque con el camino que lleva a las instalaciones de la Feria del Caballo, también se cubre con una sombrilla de los fuertes rayos del sol.

Con una ombliguera negra pretende atraer a los pocos interesados en sus encantos, pues por la fase 2 de la pandemia en México se redujo en más del 50% la circulación de automotores en esa vía que conecta a comunidades del nor oriente del Valle de México.

“Casi no hay actividad, no hay muchos clientes y a mí ya me dijeron los policías federales que desde el lunes ya no nos dejarán ponernos aquí por lo del coronavirus. No sé qué va a pasar, tal vez yo venga pero vestida de otra forma para poder trabajar porque tenemos que sacar para los gastos”, dijo.

Resguardada bajo la sombra de un árbol grande, Vanessa ve su rostro en un espejo que cabe en su mano, con un rímel se retoca las pestañas para estar lista a la hora que la requieran.

Su rostro recién maquillado contrasta con su pequeño cuerpo, casi de adolescente, que se mueve mientras se acerca al vehículo que se detuvo para preguntar por sus servicios.

Le da la tarifa al conductor de una camioneta estaquitas, quien no estuvo ni 30 segundos frente a ella y luego arrancó. “¡Hasta las 7 estoy aquí¡” le gritó al operador mientras salía de la zona de terracería para incorporarse a la carretera.

Vanessa regresó a las sombras del árbol para protegerse de los rayos solares a la espera de la pregunta del cuánto.

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