Mercedes comenzó a trabajar en el Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro en marzo de 2018; después de mes y medio de conducir por una de las líneas con mayor afluencia en la capital y de realizar maniobras por un camino de 20 kilómetros, por fin se sentía cómoda en cada una de las 19 estaciones que conforman la Línea 8. Una noche de mayo de ese mismo año abordó la cabina y dio cuatro recorridos. Cuando iba a dar la quinta vuelta, al llegar a la estación Iztacalco, vio como un joven delgado, vestido con playera y short blancos, tomó impulso y se arrojó a las vías. El frenado de urgencia no fue suficiente y la unidad de 40 toneladas chocó contra el cuerpo del hombre.

De 2009 a 2018 se tiene el reporte de 306 muertes que ocurrieron en alguna de las estaciones que componen el Metro de la capital. Paros cardiacos, accidentes, homicidios y suicidios, están entre las causas. Pero en más de la mitad de los casos que se registraron, es decir 160, los usuarios se suicidaron, esto según un cruce de información hecho con solicitudes de información realizadas al Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro y al Instituto Nacional de Ciencias Forenses de la Ciudad.

Cada año, en promedio, 16 usuarios se suicidaron en las instalaciones del Metro. El año que rompió con este patrón fue 2017: 32 ciudadanos terminaron con su vida; esto representó 84% del total de las muertes que ocurrieron en esos 12 meses. Estos trenes se han convertido en un método letal y contundente para morir, explica la doctora Ángela Martínez González, miembro de la Red Mundial de Suicidólogos de México.

El perfil de los suicidas se muestra claro en los registros oficiales: 80% son hombres; la edad promedio es entre 35 y 44 años y se tiran a las vías en el segundo semestre del año, principalmente entre septiembre y octubre, según los datos entregados por el Incifo.

Martínez González asegura que estas características ayudan a tener hipótesis acerca de las causas que los llevaron a quitarse la vida; desempleo, presión familiar y social de cumplir con el rol de proveedor o deudas son otras de las razones que se pueden presentar.

Además, la elección del lugar representa otro factor importante. No es lo mismo cometer este acto en el hogar, en un lugar en el que se guarda privacidad y donde se puede esconder el hecho o hasta maquillarlo, que en un lugar público, ahí “se convierte en algo que va a impactar a más de uno”, refiere. El nivel de afectación tiene diferentes dimensiones, pero se han encontrado casos en los que se genera un nivel tan alto de estrés postraumático que afecta directamente la vida cotidiana de los que fueron testigos.

En los recuerdos de Mercedes sólo hay una imagen: el cuerpo de un hombre rebotando contra el parabrisas del tren que ella manejaba; el sonido del impacto al caer en las vías y el movimiento brusco que hizo que todo el convoy se deslizara unos centímetros y quedara varado a la mitad de la estación. “Lo único que pude hacer fue asegurar el mantenimiento de las personas que traía conmigo”, narra con la voz temblorosa. Lo que siguió aún está borroso en su memoria.

Sin protocolos para los conductores

El entrenamiento que reciben los operadores y encargados de la seguridad de las estaciones es poco difundido. Se tienen las estadísticas de los usuarios que mueren dentro del metro, se sabe cuántos se lanzan a las vías, pero no se conocen las medidas específicas para actuar cuando ocurre un fenómeno que atañe a la salud pública. Mercedes llevaba casi 60 días al mando de un tren del Metro y recuerda perfectamente que en su capacitación aprendió sobre averías del convoy, las partes que lo componen, qué maniobras tenía que conocer, pero nunca sobre cómo proceder frente a un suicidio.

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