Hilda Legideño Vargas se niega a creer que Jorge Antonio está muerto aunque lleva cinco años desaparecido. Incluso asegura que, si le demostraran científicamente que el joven perdió la vida, no lo aceptaría:

"Es difícil pensar que no vas a volver a ver a tu hijo, la esperanza de volver a verlo la tenemos y la vamos a tener hasta el fin, porque ninguna madre espera ver muerto a su hijo”.

Los días 26 y 27 de septiembre del 2014 marcaron la vida de Hilda Legideño para siempre. En esa fecha un camión donde viajaba Jorge fue atacado por policías municipales de Iguala, Guerrero, y posteriormente los pasajeros habrían sido entregados al grupo delictivo Guerreros Unidos.

A partir de ese momento se perdió la pista de él y otros 42 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, sin que hasta el momento se sepa realmente qué ocurrió.

Cuando Jorge fue víctima del delito tenía dos meses de haber ingresado a esa escuela superior. Nacido en el municipio de Tixtla, quiso retomar sus estudios para concluir su carrera, ganar más dinero y mantener a su hija.

Ser chofer de una camioneta tipo urban le dejó claro que trabajar más de 12 horas no era suficiente para darle una vida digna a su pequeña. Tampoco le alcanzaba para apoyar a sus padres con el gasto de la casa o para sacarlos de trabajar.

Fue así que realizó su examen de admisión para la Normal de Ayotzinapa y sin mayores complicaciones logró acceder. Entre la esperanza de profesionalizarse y la desilusión de no poder estudiar la carrera de psicología como siempre había querido, Jorge se presentó en la institución.

Su casa y la escuela sólo estaban a 30 minutos de distancia, pero las visitas a su familia se hicieron menos frecuentes porque no tenía recursos económicos para viajar. Las llamadas telefónicas se convirtieron en la principal forma de contacto entre el joven y sus padres, quienes estaban orgullosos de que su hijo pudiera salir adelante.

A pesar de la distancia, la alegría de Jorge seguía hacer vibrar la casa donde residía. Hilda Legideño explica en entrevista con EL UNIVERSAL que el estudiante “es muy feliz, le gusta la música, tiene un profundo amor por su hija. Le encanta la velocidad, por eso trabajaba como chofer en una urban desde las tres de la mañana y volvía muy tarde”.

Recuerda que en la noche del 26 de septiembre, cuando le advirtieron que había un problema en la escuela de su hijo, se trasladó en motocicleta lo más rápido que pudo.

En la Normal de Ayotzinapa se encontró con una bola de gente y muchos rumores sobre la muerte de una persona tras un ataque efectuado por autoridades municipales de Iguala, así como decenas de estudiantes que habían sido detenidos.

Pasó un día entero y Jorge no aparecía por ningún lado. De nueva cuenta se abrió un hilo de esperanza para Hilda cuando le comentaron que algunos estudiantes habían logrado escapar del ataque subiéndose a los cerros, pero su hijo jamás llegó.

“Los primeros meses fueron muy difíciles, no había paz en nuestro corazón y hasta la fecha no hemos podido tenerla. No logramos estar en casa, llegamos y vemos sus cosas y nos provoca tristeza, en ocasiones no teníamos la capacidad de comer porque la comida no pasaba, pero la gente nos decía que nos cuidaramos para seguir adelante y aquí estamos”, relata Hilda sobre los cinco años que ha pasado sin saber lo que ocurrió con Jorge.

Critica que en todo el anterior sexenio las autoridades no realizaron una investigación integral que permitiera conocer el paradero de los 43 normalistas de Ayotzinapa, por lo que espera que la respuesta de la actual administración sea mejor:

“Del anterior gobierno sólo obtuvimos mentiras y simulación de búsqueda, protegieron a las personas responsables de la desaparición de nuestros hijos. Desgraciadamente venimos de cuatro años donde sólo recibimos mentiras”.

Por ese motivo, ahora espera que la nueva administración le brinde una respuesta de lo ocurrido hace cinco años y, sobre todo, que se informe el paradero de los estudiantes.

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