Acapulco, Guerrero

Imagina que eres chofer del transporte público en Acapulco. Todos los días recorrerás una ciudad que está en guerra. El peligro será constante. En el mejor de los casos te asaltarán, tal vez te quiten el vehículo o el dinero.

En una ocasión te obligarán a que en la cajuela del auto pasees de un lado a otro de la ciudad paquetes que no te detendrás a investigar qué son, las opciones serán pocas: droga o un cuerpo desmembrado. Un día, cuando estés estacionado en el sitio esperando pasajeros, un grupo armado llegará y disparará hacia todos lados y se irá como llegó.

Peor aún, cuando estés recorriendo tu ruta por alguna colonia solo, sin tus compañeros, unos carros te cerrarán el paso, se bajarán unos hombres armados y te ordenarán que bajes del taxi, microbús o camión —lo que conduzcas— junto con los pasajeros. Dispararán. Después le prenderán lumbre y lo dejarán en llamas; será un mensaje para alguien que a lo mejor tú no conoces.

Una mañana, tu teléfono sonará; por la línea te informarán que en alguna colonia hallaron muerto a uno de tus compañeros o que esta vez no sólo fueron balazos contra el sitio de taxis: también mataron a uno de los choferes. Vas a querer esconderte. Ningún día, tu trabajo dejará de estar marcado por la violencia.

Cuando tengas una buena jornada, podrás guardar algo de dinero. Lo necesitarás. Pronto pasará un hombre al sitio donde trabajas para cobrar la extorsión. Al día siguiente, quizá pase otro, de otra banda. En ninguno de los casos te negarás: pagarás. Lo harás como instinto de supervivencia.

Evitarás las noches. Evitarás algunos lugares, algunas zonas, algunas colonias, algunos pasajeros. Habrá días que desearás no salir de tu casa… pero lo harás.

Agosto y su estela de sangre

Son las 10 de la mañana, es un miércoles. Estamos parados en algún sitio de taxis colectivos —microbuses— en Las Cruces, en la zona suburbana de Acapulco. En el lugar hay policías estatales vigilando. Hace días, una de estas bases fue atacada a balazos.

En el sitio hay más choferes y policías que pasajeros. La violencia ha mermado la presencia de los clientes. Hay días en que no hacen ningún recorrido. Se van con las manos vacías a sus casas.

Muchos de los pasajeros han comenzado a viajar en autobús, aunque sea más tardado, es un poco más seguro.

En este sitio, los choferes evitan hablar, nadie se anima a contar abiertamente las historias que viven día a día pegados al volante. Tienen miedo. Y no es para menos. Tan sólo en los 31 días de agosto —uno de los meses más violentos de 2018 contra los transportistas en el puerto— hubo 25 ataques: asesinaron siete choferes, hirieron a seis, balacearon cinco sitios, quemaron 14 unidades y un taxi fue utilizado para dejar un cuerpo.

La última noche de agosto fue de terror. Ultimaron a tres e hirieron a otros dos choferes y, además, quemaron un taxi. Los ataques fueron en las colonias Renacimiento, Zapata, Puerto Marqués, Centro y Hogar Moderno, consideradas de las más violentas del puerto.

Esa noche, en todos los casos fue la misma historia: hombres armados llegaron hasta donde estaba el taxista y le dispararon con la convicción de no fallar; sin embargo, fallaron en dos ocasiones, pero acertaron en tres.

Días antes, mataron a un chofer en la colonia La Testaruda, a uno más en el sitio de la ruta Acapulco-Coyuca; después encontraron muerto a otro más dentro de su vehículo en la colonia Jardín Mango, y a uno más en la Bonfil, muy cerca de la zona Diamante.

Ese mes los ataques no discriminaron. Atacaron igual al sitio que va de Acapulco a Coyuca de Benítez, en la Costa Grande; el que va a Ayutla en la Costa Chica y al de Las Cruces, de donde salen a Marquelia, San Marcos, Cuajinicuilapa.

Pero a los locales también: balacearon al sitio que sale del Centro a la colonia Jardín, en el poniente del puerto, y a las Urvan que recorren el barrio de La Mira.

Luego de dos ataques, la Policía Estatal puso vigilancia, lo cual sirvió de poco porque vinieron otros tres más.

El 8 de agosto, en la calle 13, en la colonia Juan R. Escudero, hombres armados pararon al chofer y lo hicieron descender. Después le dispararon y le prendieron lumbre. La ruta suspendió el servicio por tres días. Los vecinos de esa colonia perdieron una opción de transporte y les quedó una que poco quieren utilizar: el taxi. Una, por su costo y, dos, porque los taxistas cada vez menos quieren subir a esa colonia.

La quema de unidades del transporte público en este mes fue recurrente: fueron 13 casos. La noche del 24 incendiaron cinco a unas cuadras del Centro.

En septiembre los ataques no cesaron, siguieron la misma tendencia.

Amenazas

Una mañana de inicios de este año, a la oficina de Rogelio Hernández Cruz llegó un joven de unos 20 años. Entregó a la secretaria un sobre amarillo y le pidió que se lo diera a su jefe. Así lo hizo. Rogelio preguntó quién era el joven, la secretaria no supo responder. La curiosidad lo invadió. Comenzó a hurgarlo, un ruido lo atrajo aún más, hasta que se animó a abrirlo. Eran balas de un arma larga, dos tarjetas de Oxxo y un mensaje en el que le decían dos cosas: una, que depositara una cantidad de dinero y, dos, una advertencia: si no lo hacía lo matarían.

Rogelio Hernández Cruz es el líder de la organización de transportistas Un Nuevo Horizonte. Desde hace años vive solo en Acapulco. Sacó a su familia para mantenerla lejos de las amenazas del crimen organizado.

Desde que recibió ese mensaje ha solicitado seguridad al gobierno del estado, pero ésta no ha llegado.

Hernández es de los pocos transportistas que se atreven a hablar del tema: de la violencia que los acecha día a día. Tiene una explicación: “El transporte para el crimen se ha convertido en una mina de oro, con nosotros están sacando los ingresos que no pueden obtener por otro lado”.

Los transportistas han quedado en medio de la cruenta disputa que han emprendido las bandas delictivas. Hernández explica que el crimen está acosando a los transportistas en Guerrero y, en especial, en Acapulco con la extorsión.

Detalla: “A los transportistas nos están matando por la extorsión y la rivalidad entre las bandas, el problema es que llegan unos y te piden la cuota, se las pagas, después llega el otro y también se las pagas, después uno de ellos se entera que le pagas al otro y se molesta. Te lo prohíbe, pero, ¿qué hace el chofer? Nada. Les sigue pagando a los dos pensando que no le hagan algo. Pero no, ahora los están matando porque se molestan que también paguen cuota al grupo rival”.

Rogelio Hernández es transportista desde hace más de 30 años. Ha visto de cerca cómo la violencia los ha golpeado. Tiene una cifra que se aproxima a lo que están viviendo: de 2009 a 2018, en nueve años, en todo Guerrero han asesinado a unos mil 200 choferes y líderes transportistas. En este año, tiene contabilizadas por lo menos 80 ejecuciones contra transportistas en Acapulco.

Hernández, además, ha visto de cerca la decadencia del transporte en Acapulco. Ha visto cómo los choferes tienen que irse huyendo o cómo un concesionario tiene que vender en menor precio sus placas para ya no saber más de la violencia. Ha visto cómo el crimen le ha robado horas al día del transportista: “Antes había tres turnos en Acapulco, ahora nada más dos y por la noche sólo 10% o 15% de las unidades trabajan”. Pero, sobre todo, ha enterrado a muchos de sus compañeros.

Los secuestran con todo y unidad

—¿De qué forma los extorsionan?

—La cosa es que así como tú te subiste, ellos se suben y te dicen que les vas a ayudar a hacer sus chingaderas, te amenazan para que andes con ellos, y como a los taxis casi no los revisan (...). Así en corto, en las cajuelas hasta muertos han llevado mis compañeros, por eso te digo que está cabrón.

—¿Y a ti qué te han hecho?

—No, pues, ya varias cosas. Te voy a contar una: a mí una vez se me subió un cabrón allá por donde era el cine Río, en el Centro, era mi primera vuelta, como las 7:00 de la mañana. El vato me dijo que lo llevara a una calle de por ahí del Centro, que era urgente y que no subiera a nadie. Yo acepté, pues tú andas por la chamba, no piensas mal de toda la gente.

El cabrón que me dice que lo iba a acompañar todo el día, que íbamos a ir a un operativo, que todo ya estaba listo. Yo le dije que no, que se llevara el carro. Le di las llaves. Le dije: “Haz lo que quieras con el carro, yo no te acompaño”. El vato se encabronó, me dijo que ni madres, que lo iba acompañar no sé a dónde. En eso le dejé las llaves ahí pegadas y quise abrir la puerta, cuando el cabrón me enseña la pistola y me dice que me voy a quedar. Pues no tienes de otra, me quedé.

En ese rato me sentí muy tembloroso y hasta verde me puse, y mira que está cabrón que yo me ponga verde —dice mirándose el brazo de piel morena de costeño nato—.

—¿Y cómo te salvaste de ésa?

—Pues la neta no sé, a lo mejor le di lástima o cambiaron sus planes.

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