Es temprano, hay 34 grados a la sombra y caen las primeras gotas de lluvia sobre el Río Bravo. Aquí, en uno de los cruces fronterizos más importantes para la relación comercial México­Estados Unidos, comienza y termina el sueño de miles de mexicanos.

Los hombres, mujeres y niños que llegan hasta aquí con el deseo de cruzar hacia la Unión Americana en busca de mejores condiciones de vida, terminan bajo el asedio de los grupos del crimen organizado que controlan los cruces ilegales y bajo la persecución de las autoridades estadounidenses.

La lluvia se hace más intensa. En el Puente Internacional de las Américas, hacia el norte, cientos de mexicanos esperan su turno para cruzar legalmente a Laredo... hacia el sur está vacío... en Nuevo Laredo esperan a miles que regresarán por la fuerza a su país.

Desde el inicio del gobierno de Donald Trump, la realidad de Nuevo Laredo ha cambiado: se han incrementando las deportaciones, principalmente de ancianos que han hecho su vida en la Unión Americana y, los jóvenes, la mayoría quiere regresar a su casa.

Aquí, el gobierno municipal de Nuevo Laredo y la Iglesia Católica esperan en cualquier momento deportaciones masivas de mexicanos. Aceptan que ello generará presiones económicas y de servicios, a la par del impacto que tendrá en la ciudad ante las actividades ilegales que se realizan en la zona.

Mientras, grupos leales al cártel de Los Zetas cazan a los migrantes en las terminales de autobuses, carreteras y vías de tren que llegan a Nuevo Laredo, los secuestran, piden rescate a sus familias por ellos, no menos de 3 mil dólares por dejarlos ir, a los que no tienen dinero los hacen parte de su pandilla o los matan, relatan migrantes a EL UNIVERSAL.

Al cruzar, los migrantes enfrentan una férrea persecución policial. Este diario constató que las autoridades migratorias estadounidenses utilizan todos los métodos a su alcance — desde patrullajes en bicicleta hasta el uso de drones, vehículos todo terreno y helicópteros o la retención de celulares para revisar su contenido— para evitar cruces ilegales.

El refugio de los deportados 

El padre Giovanni Bizzotto es misionero de San Carlos y director de la Casa del Migrante Nazaret. Nació un 20 de septiembre en Italia, cerca de Venecia, hace más de 60 años. Ha trabajado en México casi 10 años en dos diferentes etapas —primero en Michoacán—, 16 más en Estados Unidos y nueve años en Canadá.

Bizzotto recién regresó de las oficinas del Instituto Nacional de Migración (INM). No ha desayunado y come de pie, en la cocina de la Casa del Migrante. Huevos con frijoles, los acompaña de totopos, no se quita una gorra verde que lleva y muestra con orgullo una cruz de madera en el pecho. Es un hombre humilde.

Está feliz porque su madre cumplirá 90 años. Advierte que desde hace más de seis meses la Iglesia Católica y las organizaciones que la apoyan se prepararon para recibir deportaciones masivas de hombres, mujeres y niños mexicanos que viven en Estados Unidos.

Tras señalar que el problema que hoy enfrentan es que en Nuevo Laredo hay mil 200 cubanos varados, el prelado advierte que la Casa del Migrante abrió hace 13 años para dar cobijo a los migrantes que venían del sur en su camino a Estados Unidos, pero que hoy es el refugio de los deportados. Come pausado, luego va a su oficina y se deja caer en un sillón tras el escritorio. “Las cosas cambiaron, recibimos a muchos ancianos que habían hecho su vida del otro lado, a personas con problemas de salud, VIH, gente vulnerable, esas son las deportaciones”, lamenta.

Asegura que las deportaciones son diarias con un promedio de 100 personas, cuando antes eran entre 50 y 70, y esperan que el número de repatriados aumente conforme pasen los meses. “Aquí los recibimos, llegan con el corazón roto, derrotados, cansados, la mayoría, 60%, quiere regresar a su tierra, el otro 40% intentará regresar a Estados Unidos, muchos tienen allá su vida”.

Sostiene que hay una “falta de humanidad y compasión” de la autoridad estadounidense. Como hombre de fe, critica que los gobiernos de América Latina no garanticen oportunidades a sus ciudadanos para tener una vida digna:

“Creo que todos nacimos para ser felices y seremos felices en la medida en que alcancemos nuestros sueños. El migrante es una persona que con sentimiento se aleja de los suyos en busca de tierra que le dé de comer mejor, es una persona que se sacrifica, suda, trabaja y se entrega, y en lugar de eso, llegan los levantan y se los llevan.

“Uno se siente impotente y pregunta: ‘¿Cómo es posible que a una persona con 20 años de trabajo en un centro automotriz lo hayan ido a levantar y deportar, sólo por no pagar dos multas de tránsito?’, esos no son actos criminales”, relata.

A unas calles de ahí, el alcalde Enrique Rivas entrega obras. Recorre las calles de Nuevo Laredo en una camioneta blindada, rodeado de cinco guardaespaldas y custodiado por una camioneta artillada de la Marina, con seis marinos equipados para repeler cualquier agresión.

“Tarde o temprano iniciarán las deportaciones masivas. Creemos que nos va a saturar el albergue, que pasen de 50 o 70 a 200 o 300 migrantes, estamos adecuando ya un lugar con mayor capacidad. Nos preparamos para un escenario así, nos estamos preparando en conjunto con la Sedena y la Policía Federal”, adelanta

Lamenta que cada 10 días haya una persona ahogada en el Río Bravo.

Pide crear un fondo fronterizo a fin de apoyar a las autoridades municipales por las presiones económicas que generan las deportaciones y ayudar a los migrantes a regresar a casa.

Exige que las deportaciones no se hagan a medianoche, para no exponer a los migrantes a la delincuencia organizada.

“Esto va más allá. Hemos detectado que, inclusive, quienes cruzan a la gente utilizan a niños que conocen las veredas del Río Bravo, pero es muy traicionero. Han sido detenidos en EU, los llevan a unas terapias, los regresan, pero sus padres los obligan a volver a cruzar”, detalla.

En Nuevo Laredo hay preocupación.

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