De acuerdo con Amnistía Internacional, una de cada tres mujeres a nivel mundial ha sido golpeada, obligada a tener algún tipo de actividad sexual o ha sufrido una situación de abuso en su vida. Asimismo, una de cada tres mujeres morirá por causas vinculadas con violencia de género entre los 15 y 44 años de edad.

Alrededor del mundo las mujeres son víctimas de violencia en situaciones en las cuales la vida y la integridad se encuentran en riesgo. Desgraciadamente México no es la excepción.

Dentro de los retos que existen para erradicar la violencia se encuentran el de asumir un compromiso real y no simplemente formal con la defensa, promoción y protección de los derechos de las mujeres en situaciones proclives a padecer violencia. De igual manera, se hace necesario que se entienda que el problema de la violencia es el síntoma y reflejo de una sociedad enferma. Concretamente, lo anterior exige el compromiso y la capacitación de autoridades, monitoreo de instituciones, generación de campañas en contra de la violencia, asistencia a víctimas, entre otras actividades.

Se puede decir que no existe una comprensión suficiente de la dimensión real de la situación. El verdadero reto no consiste en la creación indiscriminada de leyes, sino en la creación de leyes efectivas que se encuentren apegadas a la realidad social que se vive.

La efectividad de la erradicación del problema radica en la obligación de hacer que se tomen las medidas que sean necesarias para prevenir violaciones de derechos humanos y usar los medios disponibles para llevar a cabo investigaciones cuando se presenten situaciones de violencia; también, identificar a los responsables para imponer una pena apropiada y asegurar una reparación adecuada a la víctima.

Es preocupante que tomando en consideración la enorme cantidad de casos de violencia, muy pocos llegan a debida atención jurídica hasta sus últimas consecuencias. En este contexto nace la  preocupación: ¿por qué pese a que se conoce esta grave situación se sigue incrementando la violencia en contra de la mujer? Una posible respuesta es que no existe un interés real o político de erradicar este problema, aunado a considerar con simplismo que legislar es la solución para su erradicación, máxime si con frecuencia la ley no ha sido formulada de acuerdo a la complejidad real de lo que implica la violencia. Además, a pesar de que existe legislación al respecto, ésta no ha sido implementada de manera eficaz.
Por otro lado, la violencia en contra de la mujer cada vez ha tenido mayor reconocimiento como un problema crítico de salud pública. Los efectos de la violencia afectan el núcleo social de la mujer que genera que las personas que la rodean ante la exposición frecuente a episodios violentos no sólo los predispone a numerosos problemas tanto sociales como sicológicos, sino que también les enseña que la violencia es una forma válida de enfrentar las adversidades de la vida, y con ello, se incrementa el riesgo de que se conviertan en la siguiente generación de víctimas y victimarios.

Tristemente, la discriminación en contra de la mujer es algo común. Constantemente, se reproducen discursos y comportamientos que de alguna manera legitiman la subordinación de la mujer a una concepción del mundo gestada en un machismo arcaico.

La situación se torna más crítica cuando la víctima intenta denunciar a su agresor, puesto que muchas veces no se toman en serio sus demandas. Se le victimiza presumiendo un cierto grado de culpabilidad en el delito cometido; en consecuencia, no se toman las medidas necesarias para evitar que esta situación se siga reproduciendo. Esa actitud de las autoridades está relacionada con el comportamiento socialmente aceptado, según el cual, la violencia contra la mujer no se considera como un delito grave; ya sea por acción u omisión la sociedad en su conjunto se convierte en cómplice de la violencia en contra de la mujer.

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