Ana Luisa llegó puntual al estudio de tatuajes en donde le devolverían el pezón que perdió después de tener cáncer de mama. Ella, quien toda su vida estuvo en contra de tatuar su piel, aseguró que la campaña de dibujar aureolas a mujeres que perdieron el seno, puesta en marcha por Tatiana Makandaxu, llegó de manera inesperada —“como todo lo bueno de la vida”— y por eso se animó a romper sus esquemas.

Tatiana Makandaxu es diseñadora de profesión. Luego de tener una crisis laboral, probó suerte plasmando sus dibujos en la piel de las personas y abrió su propio estudio, en donde regala tatuajes de aureola de pezón a mujeres que tuvieron cáncer de mama, con la finalidad de regresarles su confianza y porque su mamá fue paciente de este mal que mata a 458 mil mexicanas al año.

El estudio es amplio, en la sala de espera está Ana, quien recuerda que en 2003 le dieron el diagnóstico: “Fui a un centro de salud porque había tenido malestar en el pecho, a la altura de la axila, sentía hinchado y me dolía”.

Al principio, le dijeron que eran ganglios inflamados, le dieron fármacos y la mandaron a casa. Como el dolor ni la hinchazón cedieron, regresó a consulta.

“Me mandaron al Hospital General, ahí trabajaba una tía y, al pasar a saludarla, la doctora que estaba con ella me revisó y en menos de dos horas ya me habían hecho una biopsia”, dice.

Días después, la mujer de entonces 32 años fue a recoger sus resultados, le preguntaron si sabía qué era el cáncer de mama y le dieron ocho meses de vida.

“Me preguntaron si me quería arriesgar a someterme al tratamiento, que sería pesado. Mi primera reacción fue echarme a correr como loca”, asegura.

En México, la detección de cáncer de mama sigue ocurriendo en etapas 3 y 4, lo que ocasiona que al día mueran 17 mujeres.

Este tipo de neoplasias provocan seis mil decesos anuales, 32% superior al cáncer en el cuello del útero, el cual registra 4 mil fallecimientos en un año.

La posibilidad de sobrevivir en etapas 1 y 2 es de 98% y 88% respectivamente; disminuye a 52% en fase 3 y 16% en la 4, explicó Nereida Esparza Arias, cirujana oncóloga adscrita a tumores mamarios del Instituto Nacional de Cancerología(INCan).

Como su cáncer era avanzado recibió cuatro quimioterapias. En mayo de 2003 le extirparon el seno y lo más complicado para Ana fue despertar y mirarse al espejo.

“Sabes que tienes vida y lo agradeces, pero no deja de ser difícil”, asevera.

Pasaron siete años para que se hiciera la reconstrucción y siete más para que se tatuara el pezón.

“Sin anestesia, no importa que duela”

Para poder tatuar un seno reconstruido, las mujeres deben acudir al médico y pedir su opinión, saber que la piel está lista para ser tatuada, que no está demasiado sensible y que el procedimiento no le traerá problemas de salud a la paciente.

Antes de dejar al descubierto sus pechos, Ana se persignó, al tiempo que Tatiana sacó una regla para tomar medidas. Como Luisa conservó uno de sus senos, la diseñadora usó una técnica de efecto espejo para que los pezones quedaran iguales y lo más proporcionados posibles.

Además de medir y de marcar la zona, el pezón izquierdo es fotografiado con el teléfono de la artista, quien después envía la imagen a una computadora, la imprime y empieza a remarcarla sobre un papel calca.

Luego, Tatiana escoge los colores para igualar el tono de piel de su modelo. “Recuéstate, debes estar cómoda porque nos vamos a tardar más de una hora”, le dijo.

Una vez recostada, Ana fue testigo de que los productos con los que le realizarían el tatuaje estaban nuevos. Tatiana se puso unos guantes negros, cubrió el seno izquierdo, acercó una lámpara, colocó anestesia en el pecho, el papel calca y empezó a dibujar sobre la piel morena.

Quien soportó quimioterapias, una mastectomía y una cirugía reconstructiva no pudo mantener los ojos abiertos cuando sintió la aguja sobre su cuerpo.

—¿Te pongo más anestesia?—, preguntó Tatiana. —No, sin anestesia, no importa que duela—, respondió Ana y cerró los ojos de nuevo, en esta ocasión no pudo evitar que salieran lágrimas.

El trabajo de Tatiana fue muy cuidadoso, todo el tiempo le pidió a Ana que respirara y que no se tensara para evitar el dolor. Punto por punto fue igualando la foto que tenía enfrente. Cuando veía que la señora apretaba los ojos o hacía muecas, se detenía, le contaba cuántos tatuajes se ha hecho, en qué lugares duelen menos, trataba de distraerla y ganarse su confianza.

Para la joven diseñadora no es la primera vez que dibuja una aureola y pezón, cuando su mamá fue paciente de cáncer de mama se dio cuenta de cómo impacta la enfermedad en el autoestima de las mujeres.

Hasta ahora, ha tatuado a seis sobrevivientes como parte de una campaña lanzada en mayo con la intención de festejar a las mujeres; nadie tiene que pagar por el servicio. “Así, ellas pueden cerrar ciclos, no que olviden que tuvieron cáncer de mama, pero sí que se sientan cómodas, que recuperen su confianza, es el último paso a seguir desde que les detectaron la enfermedad”.

—Listo, ya te puedes parar—, escuchó Ana de su tatuadora. Frente a un espejo miró con atención el nuevo pezón, “valió la pena el dolor, la espera, todo lo que he vivido”, dijo con emoción.

Tatiana le puso papel film en su seno derecho y le explicó qué medidas seguir para no irritar la piel y que el tatuaje se mantuviera en perfecto estado. Le tomó un par de fotografías para constatar el antes y el después.

Días después de que se hizo el tatuaje, Ana regresó a sus días habituales, despertarse temprano, hacer labores domésticos y salir a vender dulces, aunque asegura que eso no significa que su vida no haya cambiado de manera positiva.

“Me veo al espejo y me siento tan bien, mi vida no es igual a la de ayer. Hago lo mismo: vendo mis dulces, cuido a mi familia, pero soy otra, al cáncer ya le escribí un punto final”.

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