Como hace 3 mil 500 años, los guerreros aún ansían combativos el momento en el que se enfrentarán para poder comunicarse con sus dioses y que ellos iluminen el inicio del camino que conduzca a sus fieles difuntos hasta el camposanto de Tzintzuntzan, en el que los esperan.

El combate es entre dos equipos, no importa la edad y tampoco el sexo, porque el Juego de Pelota Purépecha (Uarhukua Chanakua) es aprendido de raíces milenarias, sin distingos, como forma de preparación para conquistar otros imperios.

Los jugadores se alistan con sus atuendos, porque saben que en el momento en el que empiece a caer el día y se asome la noche (19:30 horas), deben salir a reencontrarse con sus dioses: El Sol y La Luna.

El juego representa la preparación guerrera, la cultura Purépecha era diestra en conquistar territorios y para ello tenían que pedirle permiso a la madre tierra, al universo, para encontrar el equilibrio entre la naturaleza y el hombre.
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Para combatir utilizan taparrabos de manta, huaraches de cueros tradicionales, protecciones en pies hasta las rodillas y muñequeras de piel; dos fajas de entre 15 y 20 centímetros de ancho en las que una da dos vueltas a la cintura y la otra cuelga a un lado a la altura de la rodilla.

El atuendo fue tomado de una ofrenda localizada en la tumba número tres de la zona arqueológica de El Lopeño, en Jacona, ahí había figuras vestidas con la misma indumentaria con la que fue encontrada la osamenta de un antiguo guerrero. El director del grupo indígena, Ermilo Alonso Téllez, dice que por eso es que “el Juego de Pelota Purépecha se basa en una concepción universal que revive la tradición de los pueblos indígenas para recibir a sus seres queridos el Día de Muertos”.

La batalla. Se acerca la hora y el clima desciende en esta zona de la Ribera del Lago de Pátzcuaro, ubicada a 60 kilómetros de Morelia, en la que se enfrentarán ocho guerreros, acompañados de bellas doncellas.

Las guerreras, con su largo vestido blanco de telas finas, son parte del ritual que se realiza previo al combate para conceptualizar la creación de las dualidades: día-noche, masculino-femenino, el bien y el mal.
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Los guerreros y las princesas purépechas ofrendan este juego a los cuatro rumbos del universo o los mundos sagrados, donde transcurre el acontecer de las divinidades y de los humanos, al presentar la pelota con la que se jugará y el fuego.

Comienza la batalla y los choques de los bastones, dirigen el rumbo de la pelota en fuego sobre las empedradas calles del centro de Tzintzuntzan, uno de los ocho pueblos mágicos con los que cuenta Michoacán.

Se aprecia como cada guerrero porta siempre del lado derecho su bastón hecho con madera de árbol de tejocote, encino o cerezo, el cual no pueden levantar más arriba de la cintura, como lo indican las reglas.

Levantan y arrastran la bola de fuego una y otra vez, pero evitan tener contacto físico con otro jugador, de tal manera que cuando no logran asestarle un golpe a la pelota y choquen los bastones, no lastimen al rival, porque se privilegia el respeto.

La pelota se confecciona con una piedra volcánica en su interior que es cubierta con tiras de tela de algodón, ceñidas finalmente a manera de remate con lazo de henequén. Su diámetro es de 12 a 14 cm, y tiene un peso de entre 350 a 500 gramos.

La bola de fuego se enciende aún más con el viento y en momentos abandona el área de juego, por lo que se reinicia a la altura de donde salió con tres golpes de bastón que se disputan en un vértice con el centro de la zona de combate.
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Han pasado 17 minutos y la pelota llega al extremo del equipo contrario; se da por terminado el juego con un ritual en el que la bola de fuego queda al centro y los guerreros agradecen la presencia de la gente. Hay combates que pueden durar hasta 90 minutos y los tantos a favor (jatsíraku) dependerán, al igual que el tiempo, de lo que acuerden los capitanes de ambos conjuntos. Con esta representación, el pueblo indígena da por iniciadas las tradiciones con las que este 31 de octubre y 1 de noviembre concluyen sus celebraciones de Día de Muertos.

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