“Ya no podemos aguantar la violencia que se vive en nuestras regiones, es peor que un infierno”, describe Ausencio, originario de Apatzingán, Michoacán, casado y padre de dos mujeres y dos hombres. “Ya no soy sólo yo, están mis hijos. Los varones o terminan uniéndose a esos grupos criminales a la fuerza o terminan muertos y qué te digo de mis hijas, de milagro no las han violado o secuestrado”, asegura.

Él es uno del centenar de mexicanos que el pasado 16 de diciembre cruzaron esta ciudad fronteriza para pedir asilo a las autoridades de Estados Unidos, bajo el argumento de que debido a la violencia ya es imposible vivir en sus comunidades de origen. “Pos la verdad ya me estaban buscando para ayudarles a cuidar sembradíos de marihuana y yo no quise, estaban enojados conmigo y de seguro me andan buscando”, dice Ausencio, agricultor de 43 años, a EL UNIVERSAL.

“Ahí, en Estados Unidos, aprecian mucho el trabajo de los campesinos mexicanos, pos me voy a unir a ellos; sé trabajar de sol a sol y aunque me han dicho que no los tratan muy bien, pos la mera verdad, cualquier cosa es mejor que quedarse donde estábamos”, asegura.

María Rosa, su esposa, es originaria de Zamora, Michoacán. “No queremos ya estar con el Jesús en la boca; en todas partes están estos señores —los narcotraficantes— y en cualquier momento nuestros hijos se pueden topar con ellos en tratos o exigencias; especialmente mis hijas y ahí sí, yo sí doy la vida por defenderlas. Para qué le buscamos, mejor venirnos y buscar un lugar seguro”, señala.

La pareja se niega a revelar sus apellidos, o a ser fotografiada. Como ellos, Pascasio, un alfarero de Chiapas de 32 años, cuenta que salió de San Cristóbal de las Casas cuando tenía 22 y se fue a vivir a Puebla, de donde salió huyendo. “La cosa está refea en todas partes y luego uno diría que hay lugares en México donde la cosa está más tranquila, pero no, la verdad es que yo no veo nada tranquilo”, dice.

“Tenía un lugarcito donde vendía las cositas de barro que yo hacía en un portal de Atlixco, Puebla, y venían estos desgraciados —del crimen organizado— a pedirme derecho de piso y que les diera dinero; apenas sacaba para mí y pues no, así ya no se puede, aunque hubiera tenido más, la mera verdad mejor vine con esta gente para ver si nos ayudan en Estados Unidos”, afirma molesto; “tengo pruebas de sus amenazas, escritos que dejaban, no sé si vayan a servir, pero aquí los traigo”, dice, pero sin mostrarlos.

Este centenar de mexicanos se suma a varios centenares más de centroamericanos que estuvieron llegando en diferentes momentos de 2016 y 2017; el último grupo, apenas el mes pasado. Y a todos ellos hay que sumar los miles de haitianos y africanos llegados desde Brasil, con el mismo fin: pedir asilo en Estados Unidos.

Probabilidades de asilo. De acuerdo con Gloria Curiel, abogada estadounidense, especialista en inmigración, “la probabilidad de que acepten las peticiones de asilo de estas personas es muy baja”.

Ella explica que “los oficiales tienen a su discreción el poder de decidir si la persona realmente trae bases fuertes para dejarlos entrar. Y con la política que este presidente —Donald Trump— ha estado manejando”, añade, lo más probable “es que no acepten que las personas vienen huyendo por razones válidas, sino que [crean que] vienen huyendo por razones económicas, que necesitan dinero y [por eso] a la mayoría de las personas no les permiten la entrada”, indica.

“Incluso, algunas personas que ya están dentro del país —Estados Unidos— y piden asilo, tienen un año para presentar y defender su caso; pero una vez que se les niega a casi todas, de inmediato son deportadas”, dice.

Con los 30 años que tiene de experiencia, Curiel considera que 90% de las solicitudes de asilo son negadas, pero “con Trump, 99%”.

Un agente de migración mexicano, tras pedir que se le llame solamente agente “Beta”, dice que “lo que sigue es que la mayoría [de los migrantes] no va a lograr el asilo, se van a quedar en la región para intentarlo con los coyotes, pero en mi experiencia pocos lo van a lograr y muchos tratarán de hacer vida en Baja California. Pocos son los que se van a regresar”.

Ausencio afirma que si no logra el asilo para él y su familia, “lo más seguro es que me quede por aquí y si de repente podemos dar el brinco —cruzar sin papeles— pues lo vamos a hacer; ya estamos aquí y tenemos que hacer algo para alcanzar lo que vinimos a buscar”.

Después de todo, explica, “de Apatzingán a Tijuana no hay mucha diferencia, lo único es que aquí no nos conoce nadie de los malos y pues mal que bien estamos siendo protegidos o vigilados por las autoridades; al menos de momento y eso ya es ganancia”.

Las autoridades estatales y municipales están tratando de apoyar lo más y mejor posible a los connacionales que han improvisado carpas en banquetas. Por si fuera poco, el frío de esta temporada no ayuda, especialmente para los menores de edad —que suman decenas— y algunos hombres y mujeres de la tercera edad. Vecinos del lugar les llevan comida, agua y recolectan cobijas y ropa para quienes lo necesitan. Grupos no gubernamentales y algunas fundaciones están monitoreando la situación en Tijuana, que en algún momento podría convertirse en una emergencia.

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