Domingo por la tarde. La familia de un hombre de la tercera edad llega al área de urgencias del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), pues sintió un malestar en el pecho después de comer. Luego de esperar unos minutos reciben su carnet y vuelve a esperar en la sala llena de gente, que revisa su teléfono celular, come una torta, cuyo olor impregna el aire y se mezcla con el de orina, o charla con su acompañante, mientras esperan atención médica.
Adentro los pacientes de urgencias esperan atención médica. En camillas, sobre un pasillo, aguardan el momento de ser atendidos por los médicos que en ese momento están laborando. Se ven a muchos jóvenes, estudiantes de Medicina que hacen sus residencias en el nosocomio.
Algunos de ellos, aún con la inmadurez de la juventud, hacen chistes y bromean mientras los pacientes aguardan su turno para ser vistos por un galeno. Los más experimentados, los doctores del IMSS, se toman su trabajo con más seriedad. Revisan a los enfermos, muchos de ellos adultos mayores, no se quejan, apenas hablan. Con paciencia leen los expedientes de ingreso. Cuando hay un familiar con ellos, les preguntan de los síntomas que presentó o qué fue lo que sucedió para que llegaran a urgencias.
Actúan con sobriedad, reparten órdenes a los enfermeros, piden preparar estudios y medicamentos, para estabilizar a los pacientes. Luego de atenderlos, en caso de necesitar hospitalización, son trasladados a las diferentes áreas del nosocomio.
Afuera, es otro asunto. Comenzando por el vigilante, que es de una empresa privada de seguridad, quien da permiso de ingresar al estacionamiento, sólo para dejar a los pacientes y salir de inmediato, aunque por 50 pesos deja estacionar por seis horas.
Algunos conductores indignados se retiran a buscar un lugar para aparcar sus automóviles en las calles cercanas al Seguro Social, que por lo regular siempre están ocupadas, presentando una molestia para los pocos vecinos de la zona, pues la mayoría de las casas son ocupadas por negocios.
Ya adentro, a pesar de que las sillas están divididas para pacientes y para familiares, son ocupadas sin ninguna restricción por todos los presentes. Al igual que la sillas, los baños son insuficientes para toda la gente que acude al lugar. Conforme avanza la tarde, el olor a orina va llenando la sala de espera. Quienes salen del baño de hombres, a un costado de la recepción y una máquina de golosinas, salen con los zapatos mojados de este líquido corporal, pues el mingitorio se desborda por tanto uso.
Llega el momento en el que la sala de espera es una romería. Un murmullo general, formado por susurros particulares se vuelve un ruido de fondo al que todos se acostumbran luego de unos minutos. Después, una voz se alza entre el murmullo. Es una mujer de la empresa de seguridad, quien pide a lo familiares salir de la sala de espera, pues “por paciente sólo está permitido un acompañante”.
De manera “cortés”, pide a gritos que salgan de la sala, todos, sin importar que afuera comienza a caer la noche y la temperatura cae rápidamente. Mujeres, niños, adultos mayores, todos, sin distingos, son exhortados a salir. Nadie reclama. Todos obedecen y abandonan el lugar, cuyas puertas de cristal son cerradas.
Poco a poco, el personal de vigilancia llama a los familiares de los pacientes, para que sólo uno entre a la sala. Un vigilante, ya entrado en años, lee la lista de pacientes y pide la presencia de un familiar. Los pacientes no paran de llegar, sin importar la hora. Un adolescente, de no más de 15 años de edad, llega con una lesión en el tobillo. Tendrá que esperar un poco más, pues de acuerdo con el protocolo de atención, son prioridad quienes llegan con males que comprometan su vida.
Un primer corte se hace a las 18:00 horas, para saber si los pacientes pasarán la noche en el hospital o serán dados de alta en unas horas. A las 20:00 horas, otro corte. El último será a las 22:00 horas. Quienes no son dados de alta a esa hora, tendrán que quedarse. Una mujer llega pasadas las 19:00 horas con un niño en brazos. Lo toma con precaución, pues lleva una fractura en el brazo. La acompaña un hombre que le ayuda a transportar con delicadeza al menor.
Sin embargo, el vigilante les dice que sólo uno puede pasar. Por ello, hombre y mujer deben de hacer una maniobra para cambiar de brazos al menor, pero en la misma lastiman al pequeño, ante la insensibilidad del personal de vigilancia que no dejó pasar a ambos con el menor.
Horas después, tras haber cerrado la sala de espera, los vigilantes vuelven a abrir la misma, para que la gente pueda pasar y refugiarse del frío que comienza a ser severo, y muchos familiares de los pacientes no van listos para soportar las temperaturas.
A lo largo del día y parte de la noche algunas ambulancias llegan con pacientes a quienes transportan desde sus hogares o por la gravedad de su condición. La actividad no cesa las 24 horas en el área de Urgencias.