“Hoy, los pueblos indígenas y todos los seres humanos tenemos, entre todos, que caminar juntos”, dice Isaac Díaz Sánchez, sacerdote otomí que encabeza la ceremonia ñätho para bendecir las actividades y a los participantes del cuarto Festival de Lengua, Arte y Cultura Otomí (Flaco), que se lleva a cabo en el Centro Cultural Manuel Gómez Morín.

Un círculo con una ofrenda compuesta de panes, frutas, flores y caracoles sirve para que Isaac realice la ceremonia en el patio central del Gómez Morín, donde se monta un templete para la expo-venta artesanal, la presentación del libro del Popol Vuh —para niños en hñähñu— y una conferencia de espiritualidad otomí.

La inauguración de la expo corre a cargo de Ewald Hekking, profesor investigador de la Facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ), cuyo trabajo se ha centrado en rescatar y revitalizar el lenguaje otomí en la entidad.

El investigador recuerda que hace más de tres décadas, el entonces delegado de la comunidad de Santiago Mexquititlán le dijo que “los hñähñu no se sienten más pequeños que los mestizos porque los hñähñu hablan dos lenguas, tanto el suyo como el español. Es necesario que los niños que son hñähñu no tengan vergüenza de su propia lengua y que la hablen en todos los lugares para que se escuche en todas partes”, expresa.

“Antes (hace 30 años), las autoridades hablaban en hñähñu, ahora se perdió esa costumbre. Yo siento que el hñähñu que no quiere hablar su propio lengua es una persona que se odia a sí misma”, indica a la audiencia que se reúne.

Terminado el protocolo, Isaac, originario de Toluca, Estado de México, realiza la ceremonia otomí: con incienso saluda al viento, al sol, la luna y a la madre tierra mientras refiere que para los pueblos originarios de América la idea de un sólo Dios masculino no existía, para ellos todas las deidades eran masculinas y femeninas, “no eran machistas”, dice.

“El fuego también es sagrado para nosotros. Estas ofrendas que ven aquí, las flores son para nuestro creador, nuestra creadora. Los pueblos indígenas creemos en nuestro padre y nuestra madre creadora, no es masculino. Es masculino y femenino, lo que pasa es que se enraizó ese machismo que llegó de Europa y que la gente sigue pensando así, pero es padre y madre. Eso es lo que cree nuestro pueblo”, enfatiza.

El aroma del incienso llena el aire del Gómez Morín mientras Isaac bendice la ofrenda y a los presentes que así lo desean; unas 25 personas se forman bajo el sol para recibir la bendición del sacerdote.

Un cambio de vida

Isaac es sacerdote otomí desde hace 15 años. Antes había sido sacerdote católico, pues quería ser como San Francisco de Asís. “Nunca me encontré en la vida. Yo seguía siendo triste e infeliz, hasta que vivo con mi abuelo, mamá de mi papá, y me enseñaron a no avergonzarme de mis raíces y que las conociera, porque no las conocía (...) Me enseñaron a hacer esta ceremonia que es la tierra, no como objeto, sino como madre sagrada. Conforme pasaron los años entendí la importancia de mi cultura y de mi raíz, por eso seguí las enseñanzas de mis abuelos”, indica.

Narra que el reencuentro con sus orígenes fue complicado, pues le causó conflicto, ya que desde la llegada de los españoles se ha impuesto la visión occidental del mundo. Un ejemplo de ello es la religión, donde se impone la figura de un hombre como Dios, mientras que en la visión originaria es padre y madre, no por separado, sino dual, así como el sagrado fuego.

Otra diferencia, agrega, es que para los pueblos originarios antes que la individualidad de cualquier tipo está la comunidad. “Son visiones distintas, y en el camino entendí todo eso y me di cuenta que el ser humano no vale nada solo y sin la naturaleza... El humano es uno con la naturaleza y eso lo entendí y me hizo vivir algo que no había vivido nunca”, subraya.

Este reencuentro lo tuvo Isaac desde los 20 años de edad, pero fue hasta los 27 que profundizó en la cultura otomí, en su pueblo natal.

Añade que el racismo persiste en la sociedad porque así es la cultura mestiza. “La cultura europea es racista, hasta la religión, todo lo que viene de allá es racismo puro, a veces se es racista sin darse cuenta porque es parte de nuestra vida”, refiere.

Puntualiza que al pueblo mexicano le hace falta verse en ese espejo real, revalorarse como pueblo, como raza, saberse capaz de construir grandes cosas, sin importar si uno mide 1.60 o dos metros, “así como soy me debo de querer, me tengo que preparar física, mental y espiritualmente… todos los seres humanos somos capaces de crear”, asevera el sacerdote.

Brincó la liebre

Cristina Reséndiz Martínez, de Bomintzha, Tolimán, comunidad donde aún se habla el otomí, se dedicaba la mayor parte del tiempo a las labores del hogar y a la crianza de conejos, así como trabajar la piel de estos animales, desde hace 16 años.

“Hace tiempo nos dieron conejos para complementar nuestra alimentación diaria, pero con el tiempo fueron creciendo (reproduciendo) mucho y le encontramos otra forma de sacarle provecho. Buscamos quien nos capacitara para curtir la piel y trabajar las manualidades”, apunta.

Cristina ofrece sus productos como patas de la suerte, gorros y bolsas hechas con la misma piel, productos que llaman la atención de los visitantes.

Entre quienes se acercan está un hombre que se dedica a la crianza de conejos, pero que no aprovecha la piel, pues no sabe curtirla y la tira. El hombre y Cristina intercambian opiniones y se ponen de acuerdo para trabajar juntos. La expo rinde sus frutos, uniendo a dos productores que pueden asociarse.

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