La Guadalupana y la Farmacia de Dios han logrado sobrevivir a la llegada de las grandes cadenas farmacéuticas.

La primera, con 90 años de antigüedad, y la segunda, con 39 años de haberse fundado, ambas ubicadas en el Centro Histórico queretano, atribuyen su permanencia en el mercado gracias a la confianza de sus clientes, quienes prefieren los lugares tradicionales antes que las nuevas distribuidoras de medicamentos, que parecen más supermercados que farmacias.

La Guadalupana fue fundada el 12 de enero de 1926. Se ubica en el número 113-A de la calle Juárez Norte, colonia Centro, y está a cargo de Gonzalo Sánchez Rodríguez, hijo de su fundador, Santiago Sánchez Arcos. Esta botica es una de las pocas que aún hacen preparaciones médicas, magistrales y dermatológicas.

Dos mostradores, separados por una pequeña puerta, dividen el área de los dependientes y la de los clientes. Al interior, dos sillas de madera y herrería, con asiento redondo, barnizado, invitan a los clientes a tomar asiento mientras llega su turno. Al fondo están los estantes con las medicinas de patente, pero al cruzar un pequeño pasillo se encuentra el área de preparaciones y brebajes medicinales, donde Eloy Frías Pacheco, el boticario del lugar con más de 40 años de experiencia, mezcla sustancias en un gran mortero.

Gonzalo Sánchez asegura que antes no existían los fármacos de patente y se preparaban todas las medicinas, algo que cambió en los años 50. Sin embargo, la costumbre de asistir a la botica para la preparación de las medicinas se mantiene entre los clientes de la farmacia.

Revela que dichas preparaciones están hechas de sustancias químicas, todo se encapsula, se hacen emulsiones o jarabes, según lo que el médico recomiende. Los estantes del local cuentan con miles de botellas de vidrio con distintas sustancias.

Competir con la llegada de las grandes cadenas farmacéuticas no es posible. “No podemos competir con los precios que ellos a veces ofrecen, realmente vendemos muchas cosas, vendemos instrumental químico, aparatos de ortopedia, sustancias químicas, muchas otras cosas que otras farmacias y las cadenas no venden.

“La competencia entre boticas existe, pero es muy poca, porque en la actualidad muchas ya cerraron sus puertas. Además, nosotros siempre tenemos novedad y los proveedores nos buscan para comercializar los productos de mayor impacto por nuestra antigüedad, esa es una gran ventaja”, expresó Gonzalo.

Con buena fortuna. Gracias a la confianza que ganó un joven cuando llegó, a sus 13 años, a la capital, procedente de Ajuchitlancito, localidad del municipio de Pedro Escobedo, una de las pocas boticas que sobreviven en el Centro Histórico, la Farmacia de Dios, sigue con vida tras 39 años desde su fundación en 1977.

Salustio Trejo Botello fue como un hijo para Eduardo Ortiz Olvera y su esposa. Tanto, que al momento del fallecimiento de don Eduardo, heredó el negocio de su anterior propietario, quien no tuvo hijos y decidió dejar en las manos de su empleado las riendas de la farmacia.

A Salustio, en los alrededores del local marcado con el número 8 de la calle Felipe Luna, cerca del Templo de la Cruz, todos lo conocen como Chano.

“A la esposa del señor Eduardo se le hizo muy difícil mi nombre, por lo que ella fue la que me puso el sobrenombre de Chano, ya que estaban de moda Los Polivoces con sus personajes de Chano y Chon, y desde ese momento hasta la fecha todos me conocen así”, recordó.

Salustio llegó muy pequeño a la capital. Bajo la protección de don Eduardo terminó la primaria y la secundaria. Rememoró incluso que una vez la dueña “le dijo a mi mamá: ‘Sabe qué, Chano ya no es de usted, ya es de nosotros, yo vi preocupada a mi mamá, pero todo era una broma. Había una estima grande”.

De don Eduardo, Chano aprendió todo lo que sabe sobre administrar la farmacia. También le enseñó el buen trato con los clientes y a solucionar sus necesidades.

“Me dejó muchas enseñanzas: atender bien la farmacia, su punto más fuerte era la aplicación de inyecciones, pero también aprendí a ayudar a la gente que llega con algún padecimiento, a recetarle algo ligero cuando nos piden recomendación”.

En estos 39 años, para Salustio la clave de su sobrevivencia está en “las personas que nos tienen confianza, eso es lo que nos ha impulsado a mantener la farmacia y a la vez viene gente recomendada por algunos doctores para surtir sus medicamentos, entonces aquí los atendemos amablemente. Con el paso del tiempo fuimos haciendo una clientela fija, y creo que eso es la base para seguir en la actualidad”.

Sin duda, la llegada de las grandes cadenas farmacéuticas significó la debacle de negocios como la Farmacia de Dios, que al mismo tiempo de surtir recetas ofrecen consultas médicas para niños y adultos. Un concepto que retomaron las grandes farmacias, aunque con una infraestructura mucho mayor.

“En muchos casos nos han afectado, pero las personas que venían con anterioridad es lo que nos ha ayudado a mantenernos y, aunque no es nuestro caso, nos hemos enterado que otras farmacias pequeñas han cerrado por la falta de ventas tras la llegada de estas cadenas farmacéuticas, porque a veces no podemos competir con ellas tan solo por el tamaño, nosotros somos empresas pequeñas e independientes a su lado”, explicó Trejo Botello.

Para una farmacia hay temporadas en las que crecen las ventas. “Estos meses, de mayo a agosto, se considera una temporada baja; la buena comienza en octubre hasta enero, que es cuando recuperamos un poco de capital”.

Salustio reveló que hay enfermedades por temporada que son tratadas en el lugar. “En los calores se presentan mucho diarreas, dolores estomacales, pero en época de frío las gripes y problemas de vías respiratorias, la tos, es lo más común. A veces no se saca mucho, apenas salimos tablas, pero normalmente sale para sobrevivir”.

“Hace casi 40 años que llegué y ya echamos raíces aquí”, afirmó Salustio quien es casado, tiene tres hijos y tres nietos.

Raíces con mucha fortuna, pues gracias a don Eduardo es como Chano pudo encontrar un lugar para desarrollarse, crecer como empleado, luego como dueño, para que ahora tenga la ilusión de algún día heredar a sus nietos —así como le pasó a él— un negocio que se aferra a la actualidad, que no pierde vigencia para la sociedad y por el que siente un profundo cariño desde que llegó a la capital, cuando tenía 13 años.

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