La desolación, el descuido y uno que otro vidrio roto en ventana de alguna casa, son el paisaje habitual en el fraccionamiento Eduardo Loarca, que se ubica en la capital del estado de Querétaro.

En este sitio habitacional, en casas que no superan los 40 metros cuadrados y que tienen una sola recámara, viven familias enteras “como Dios les da a entender”.

Las viviendas comparten muros y las puertas de las mismas no están separadas más de tres metros, por lo que el vecino de enfrente sabe a qué entra y sale el vecino de enfrente.

Las amas de casa tienden sus ropas al frente de sus hogares, ya que en la parte de atrás no hay mucho espacio para tender.

Más allá, un residente habilitó su lugar de estacionamiento como taller mecánico, donde tiene un auto bajo una lona y otro más a un costado.

Algunas familias no tienen sus lugares de estacionamiento frente a sus domicilios, pues apenas tiene andadores, donde abundan las jardineras con vegetación desbordante por falta de poda. Los cajones de estacionamiento se ubican en los costados de las calles, cuyos accesos están protegidos por rejas y por algunas casetas de vigilancia que lucen abandonadas.

Pasan de las 13:00 horas. Las camionetas de transporte escolar hacen parada en las calles del Loarca. En las rejas bajan algunos menores, ingresan, se dirigen a sus hogares luego de un día de escuela.

Algunas casas han sido habilitadas como tiendas. Muchas otras, por los anuncios en las rejas, están en venta o en renta.

Narciso Tome Rivas, oriundo de Veracruz, vive desde hace seis años en Querétaro. En el fraccionamiento Loarca tiene una pequeña casa, que comparte con sus dos hijos y su padre. Es una vivienda de una sola habitación, por la cual paga mil 300 pesos de renta, “es para lo que alcanza”.

Menciona que el motivo por el cual decidió mudarse a Querétaro es que toda su familia radica en la entidad. Sus dos hijos, de seis y cuatro años de edad, viven con él, aunque también reciben el apoyo de su madre, quien vive con su hermana.

La madre de Narciso espera a sus dos nietos para llevarlos al jardín de niños. Los dos menores dan un beso a su padre y parten con su abuela a la escuela. El joven, apenado, revela que es divorciado, “dejado”, expresa de manera coloquial y en broma, para con una sonrisa romper la tensión.

Frente a la casa que renta, su vecina sale tender ropa en unas estructuras de metal que recarga en el muro; mientras que, a dos casas de ahí, una tienda ofrece productos de primera necesidad a los vecinos. Otra vecina pasa sin saludar y sin tomarse la molestia de mirar hacia donde Narciso se encuentra.

Explica que pagan mil 300 pesos de renta por la pequeña vivienda, donde su padre, sus dos hijos y él deben de compartir el reducido espacio. “Dormimos en el mismo cuarto, pero nomás que separados. Caben dos camas. Cada quien duerme en su cama. Yo duermo como mis niños”, asevera.

Narciso Tome Rivas dice que recomienda a los constructores hacer más amplias las casas y señala que las deberían de vender más económicas, ya que los inmuebles actuales son muy caros y muy chicos.

“Que dieran las casas más económicas, pues ahorita las casas que están haciendo están chicas y las están dando muy caras. Si las van a dar caras que las hagas más amplias, o de dos cuartos, para que valga la pena. Pero si las van a dar 350 mil pesos o 400 mil, que tengan más espacio”, subraya.

Apunta que en su trabajo cuenta con seguridad social e Infonavit, pero aún no junta los puntos suficientes para poder hacerse de una casa propia, donde puedan tener más espacio él, sus hijos y su padre.

Agrega que el precio de las casas debería ser más accesible para todos, ya que al ofrecerlas a costos elevados muchos ciudadanos no pueden acceder a una vivienda digna. “Las casas están muy chiquitas y la verdad no vale la pena endrogarse por una casa así, tan chica”, comenta.

Las casas de 34 metros cuadrados son la única opción para muchas familias que, por falta de recursos económicos, tienen que optar por vivir en esas viviendas.

Estos inmuebles pueden estar bien para una pareja sin hijos o una persona sola, pero para una familia con hijos es muy complicado, no se puede recibir a nadie para convivir en el hogar, puntualiza el joven veracruzano.

Algo que llama la atención del populoso fraccionamiento Eduardo Loarca es que no se escucha un radio a volumen alto, aunque se puede observar que una buena cantidad de los muros están grafiteados.

Asimismo, algunas casas presentan vidrios rotos, que dejan ver al interior de las mismas el pequeño espacio con el que cuentan. Muchos propietarios han optado por ampliar sus viviendas, ganando espacio hacia arriba, pero son los menos, ya que muchos de los residentes rentan o no tienen dinero para ampliar sus hogares.

Loarca no es el único fraccionamiento que tienen casas con una sola recámara y pocos metros cuadrados. La Pradera, en El Marqués, es otro de los sitios cuyas viviendas son menores a 80 metros cuadrados. Situación que ocurre a pesar de que, desde hace unos años, se les pide a los desarrolladores no hacer casas de interés social de dimensiones reducidas.

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